Cullum en el Kursaal (60 años)
Empieza Cullum a capella con Under my skin y cambia para siempre el ambiente del Kursaal. Los espacios a veces imponen cosas pero esas imposiciones se acaban cuando la gente que habita esos espacios desobedece de alguna forma.
En la primera canción ya consigue mezclar lo emocionante con lo divertido con lo profundo, lo sexy con lo virtuoso. Marca de la casa.
Está solo ante el piano pero en el escenario hay mínimo otros 8 instrumentos. En esa canción ya saluda a la ciudad. Lo hace siempre muchísimo. He estado en más de una docena de sus conciertos. A veces 2 días consecutivos. Jamás le he visto hacer un concierto igual q otro. Una versión igual que otra. Sigue jugando con el piano y Rihanna. Sigue siendo espectacular aunque ya nos lo esperemos. Hay un juego nuevo de distancias con su voz y el micro y el reverb. La canción ha ido pasando de un flirteo a algo con muchísimo más peso. No sé explicarlo. A veces las histórias de una noche duran toda la vida. A veces las canciones que fueron un juego se quedan en tu repertorio y crecen contigo.
Es solo la segunda canción y ya es obvio que las clases de piano que lleva 2 años dando han subido un escalón lo q pasa en el escenario. Ha ganado facilidad. Hace cosas muy complicadas y le resultan sencillas. Puede dedicar esa atención que antes ponía en el piano a los detallitos que marcan la diferencia. Qué canta y cómo. Por qué.
Aparecen los músicos. Después de Taller me sorprende Get your way. No la suele cantar. A mi me encanta. Tantos años después también tiene otro poso. Siempre fue una canción maravillosa. Ahora parece un estándar de jazz. Quizá lo sea. Uno contemporáneo. Me hace sonreír que la cante y siento que la canta xq yo estoy en la fila 10.
Pronto felicita al festival por los 60 años. Dice que esta es su quinta edición. Me doy cuenta de que he estado en las 5. Habla de lo bien q está en esta tierra y canta These are the days. Esta está siempre en los repertorios. Cada vez es diferente. Ahora mismo siento que la de anoche es la más bonita de todas. El diálogo de la trompeta me hace flotar. Ya he contado muchas veces que esa canción siempre me recordará a Dandelion wine. Y creo que a Cullum le gusta ese nexo. Es una canción de verano y felicidad. De estar con la gente que quieres y estar en paz. El lujo, después de todo, igual es más bien eso.
La versión, larguísima pero que resulta corta, termina con la voz agravada de Jamie respondida por la trompeta de Rory Simons y llega el número de los Aristogatos.
Esta es parte de la genialidad de Cullum. Esto es un festival de jazz? Lo más purista en cuanto a jazz va a ser la banda sonora de una peli de Dísney. Esa parte de la audiencia q cree que ir a un festival de jazz te hace más culto por decreto lleva ya 40 minutos de desconcierto. Pero también 40 minutos de felicidad disimulada. Ya irán perdiendo las defensas. El señor de delante aún no lo sabe. Él ha salido de paseo, ha comprado café recién molido que huele caro desde mi asiento. Está allí, supongo, porque en julio un donostiarra de bien va a #LoDelJazz. Él todavía no lo sabe, nos perfuma de café sin querer, pero nosotras, las fans de Cullum, si lo sabemos. Y nos gusta mucho vivir esa metamorfosis. Nos da por pensar que igual les cambia para siempre. Los fans de Cullum somos, sobre todas las cosas, unos optimistas irredentos.
Vuelve el pop y el medley climatologíco, cantar bajo la lluvia, cantar a tu sunshine, buscar un umbrella. Vuelve a ser algo brillante y espectacular de ver. Parece q esas canciones siempre fueron así. Nacieron ya mezcladas. Que solo tienen sentido trenzándose unas con otras.
Y vuelve a tocar una para mi. Next year baby está en mi lista de villancicos paganos desde aquel invierno en que pensaba de verdad que un hombre que se describía como valiente, terminaría siéndolo. Luego entendí que la canción va más bien de la valentía propia independientemente de lo cobarde que sea quien tienes enfrente. Siempre supe que va de hacer una fiesta y romper a bailar. Hago eso en el Kursaal. Bailo salsa sentada. Todo el movimiento en los hombros. Es la primera vez que soy consciente de hasta qué punto quiero levantarme.
En Mankind Jamie se pasea por entre las butacas. Algo está a punto de pasar. Twenty something. Cullum recuerda que la anterior vez en Donosti no fue capaz de cantarla xq le parecía ridículo. En realidad la empezó. Dijo Fourty something. Le dio la risa. Pasó a la siguiente. Ya lo ha superado. Me parece interesante que viviese aquello como una limitación y decidiese hacer algo al respecto. Vuelve a hacer una versión que parece un estándar. Buena forma de superar tus traumas. Escribió aquello con veintipocos. Tiene casi 46. Sigue siendo brillante. Sigue pareciendo un chiquillo. Sigue saltando del piano y bailando como entonces. Como se baila. Con todas las ganas y ningún sentido del ridículo. La única forma de hacer el ridículo bailando es pensar q eres ridículo bailando. Así de sencillo. Cullum se acuerda de las cosas xq aunque esté harto de girar nunca toca con el piloto automático. Está allí. Donde sea q hace el show. Reaccionando a lo q le pasa al alrededor. Hoy, por ejemplo, está a punto de estrenar una versión de Cry me a river. Es el privilegio de ver nacer una song Society en directo. Algún día alguien analizará hasta qué punto ese proyecto le ha dado todos estos años de girar sin aburrirse. Da indicaciones sobre la marcha y sin intentar disimular al contrabajo (Garrat) y al baterista (Webb). Poco a poco todo tiene sentido y como pasa siempre con sus Song Society, parece otra canción. Hay un sarcasmo en la interpretación de Jamie q no está en la original. Que le falta, creo yo, a la original. Jamie pide de pronto una percusión a la vez juguetona y brusca. Brad Webb le sigue hasta el final con la apuesta. Funciona. Claro que a mi Brad Webb siempre me funciona. Me flipa cómo toca. Me flipan hasta sus coros.
Hace mucho rato que me sobra la silla. En Famous por fin hace lo que muchos deseamos que haga hace rato. Nos anima a ponernos de pie y bailar. Un tercio del auditorio enloquecemos. El resto nos miran con extrañeza. Todavía no lo saben pero están a una canción de levantarse a bailar.
No con nuestro abandono. Claro. Yo estoy sudando. Despeinada. Lo bailo todo con toda mi alma. Aisha se ríe feliz de vernos darlo todo. Aisha es maravillosa en el escenario y no solo por lo portentoso de su voz.
En You and me are done todo el Kursaal está de pie bailando. Sí, el señor del café molido también. Se mece tímido. Quizá lleve 20 años sin mover su cuerpo al ritmo de la música. Su mujer se gira a mirarle. A ella le brillan muchísimo los ojos. Todo el mundo debería bailar más. Es una medicina universal.
En medio de la fiesta, contra todo pronóstico, el solo de clarinete de Tom Richards. El Kursaal sigue de pie pero ahora escucha en silencio. Los músicos que piden respeto xq la gente habla o canta o da palmas cuando no toca deberían ir a ver a Cullum. Quizá así entiendan que la clave es lo que pasa arriba del escenario. Nadie va a interrumpir este solo larguísimo de clarinete más que con aplausos de entusiasmo. Porque lo que está haciendo Richards es hipnótico, es irrepetible. Quieres vivirlo con todo tu ser.
A estas alturas ya sabemos que va a ser un concierto largo para el Kursaal. Empieza un solo de batería. Quiero besar a Brad. También quiero descalzarme. La batería dirige mis caderas o quizá sea al revés. Todo mi cuerpo tiembla. A veces se me olvida que fui a un workshop de ritmos africanos que sirvió solo para enseñarme que es imposible equivocarse si desbloqueas las rodillas y te dejas llevar. Lo bien que se siente una bailando así. No es una danza para la mirada ajena o para la estética. Es una cosa hasta ritual. Todo se conecta con todo. Grito. Claro que grito. Entra en juego la trompeta. Podría explotar de felicidad. Todos seguimos de pie. Casi todos bailando. Algunos enloquecidos como yo. Jamie se une a la fiesta en el sintetizador. Es fantástico. Esto es para mi un bis de verdad aunque no sea un bis y esté camuflado en medio del repertorio. 15 minutos de jam de impro real de toda la banda en medio de You and me are done que terminan con una invitación a la playa de hoy. Tenemos una cita. Iremos aunque llueva con desespero. Estoy pensando en llevar el bikini y guardar la ropa seca para cuando acabe el extasis. Quienes me conocen saben que no lo digo en broma.
El concierto termina con 20 minutos de Cullum solo al piano. Hasta en eso es perfecto. Nadie puede caminar, volver a casa, después de esa explosión, con ese temblor de piernas, el desmadeje. Hace falta que All at sea te acaricie lentísima, profunda y enlace con Grand Torino.
Si sé algo de este hombre, esta noche nos dejará en alto pero no tan en alto. Será euforia festiva. Lo de anoche fue otra cosa.
Pasa que sus conciertos también atraviesan su cuerpo. Que cuida a su público con mimo. En España mimar tiene un matiz despectivo, como si fuese sinónimo de malcriar y decir que algo es sobresaliente se reserva para cosas tan excepcionales que parecen inalcanzables.
Cullum domina la lengua de Shakespeare así que siempre nos mima muchísimo y yo me revuelvo contra la lengua de Cervantes y salgo de sus conciertos diciendo que son sobresalientes porque lo son. Es difícilísimo hacer lo que él hace en el escenario. Es más difícil hacerlo siempre. Cada vez. Él ha encontrado la fórmula. Consiste en estar presente, atento a la gente. Curiosamente es la misma forma de Silvia Pérez Cruz. Parte de la base de que no se sienten mejores que ninguno de los de abajo. Que nos tratan como a iguales. Porque lo somos aunque yo no sea capaz de tocar ni el cumpleaños feliz al piano. Da igual qué sepamos hacer y qué no cada quién. Va de otra cosa. Va de cómo estamos en el mundo. Y anoche en el Kursaal, como siempre en sus conciertos, fuimos solo personas disfrutando de la música. Los de arriba del escenario y los de abajo. Esta noche más de lo bueno…