El virus de los cojones

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Casi todas las personas hemos corrido algún riesgo de contagiarnos de covid.

Quienes habitamos Madrid fuimos totalmente inconscientes de aquel riesgo durante febrero y marzo. Lo corrimos sin saberlo. Más en el metro atestado que en el 8M y más todavía cantando a gritos en bares de copas al doble de su aforo permitido. Sin saberlo.

Después, cuando empezó el encierro, los científicos andaban intentando explicar las vías de contagio y hubo un par de semanas de histeria en la desinfección de bricks de leche al volver del súper y rociamiento masivo de superficies con lejía y alrededores.

En verano, cuando nos dejaron salir, cabría pensar que la gente con una comprensión lectora suficiente y acceso a información de calidad ya habríamos entendido que el riesgo aumentaba en interiores, aumentaba al quitarte la mascarilla. Aumentaba al acercarte a otro ser humano sin mascarilla.

Me he pasado meses despotricando contra Francino por desinformar y criminalizar y acojonar a la gente. Resulta que no se estaba enterando de nada. Que quizá sigue sin enterarse.

Hacer deporte no te vacuna contra el covid. FIN.

Cuidarse mucho contra el virus no es hacerse PCR y ganar masa muscular. FIN

Tener dos hijos en edad escolar y trabajar sin mascarilla hace que corras riesgos de contagio cada día.

Tener más de 60 años aumenta tu riesgo de hospitalización (el porcentaje de enfermos que terminaron en el hospital de 60 a 69 es de casi el 11% cuando no llega al 6 entre los de 50 a 59).

Y sí, el sobrepeso también aumenta el riesgo de pasar un covid grave o incluso de morirse. Pero no. No aumenta el riesgo de contagio ni una gota. Del mismo modo en que la delgadez no disminuye el riesgo de contagio.

Hoy, cuando Francino está afortunadamente recuperado, he entendido por fin su mensaje que me ha desquiciado un año entero.

Él, desde su privilegio interiorizadísimo, creía que ser un hombre fuerte te hacía inmune. Y creía que las demás éramos personas vulnerables a las que nuestra debilidad nos condenaba necesariamente a encerrarnos en casa a escucharle a él ir de un lado para otro mientras nos regañaba por irresponsables.

Todo en ese discurso está mal. Absolutamente todo. Como periodista y como hombre. Y ojalá lo que ha vivido le sirva para algo. Quizá haberse contagiado, haber sufrido, haber tenido miedo le haya servido para entender que a veces lo que te hace fuerte es asumir tu debilidad, tu vulnerabilidad. Saber que corres peligro y cómo se minimiza y que el riesgo en la vida casi nunca es cero. Entender que nadie puede solo nunca. Que ser un hombre no es creerte invencible y esconder tu miedo debajo de una falsa seguridad. Que la mayor parte de las veces nos mantiene vivos una combinación de suerte y ayuda externa. De la ciencia, de la medicina. De la gente que te cuida y te sostiene.

La mayor parte de la gente corremos riesgos de contagiarnos de covid. Algunos totalmente inevitables. Enfermar no es culpa del enfermo ni es señal de debilidad. Llorar tampoco. Llevar encerrado desde hace un año porque el pánico te paraliza, tampoco.

Y me gustaría pensar que igual esto nos puede servir para entender qué puede hacer cada uno.

La primera obligación de un periodista es informar. Informar implica necesariamente entender la realidad aprovechando los medios a tu alcance y buscar formas de hacerla entendible al resto que no tienen tus medios.

Creer a la vez que hacer deporte te inmunizar contra el virus pero que mi madre no podía brindar conmigo en nochevieja porque eso, y no cenar juntas, era el riesgo y decir ambas cosas en antena como si fuesen información es no hacer tu trabajo. Es lo contrario. Es no hacer tu parte. Y viene, para mi gusto, de pensar que ser hombre (masculino no genérico) es poder tú sólo con todo por cojones.