En torno a Chagall (y el añil)

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Chagall aprendió la técnica de la litografía cuando tenía más de 60 años y acababa  de casarse por tercera vez. Se hizo muy aficionado a ella en el final de su vida (vivió hasta los 97 ) entre otras cosas porque le hacía sentir libre y ágil como pintor. Su primera serie con esta técnica se llama Niza y la Costa Azul y son 12 obras de arte maravillosas que pintó al volver de su exilio en Estados Unidos (era judío) Volvió. Con 63. Al sur de Francia. A vivir una plenitud calma y hedonista mirando el añil del Mediterráneo. La costa azul, como la costa brava, como en general todo el Mediterráneo que no hemos destruido todavía, tienen esa magia de lo cercano. De lo que no valoramos porque no es “exótico”. No tiene nada de original. Y sin embargo yo entiendo a Chagall. Una no puede evitar sentirse en paz, feliz, como nueva, conduciendo sin mucho rumbo por la orilla de ese trozo de la costa Mediterránea.

Entiendo a Chagall también en la forma de elegir los temas sobre los que pintaba. MIrar sus cuadros tiene un efecto similar al de conducir por la costa azul, te hace sentir mejor. Él pensaba que había que rescatar del mundo lo bueno. E inmortalizarlo. He escuchado a tantos ex concursantes de programas de Risto usar el lugar común ese de que el arte sale de estar deprimido y tocando fondo que me dedico a coleccionar contraejemplos. Porque la glorificación del malestar y la enfermedad no me gustan nada. Chagall es uno de mis contraejemplos. Picasso dijo de él que igual era el único pintor que entendía de verdad el color. Tuvo una vida digamos “movidita” pero tras la 2GM volvió del exilio a Vence, recién separado, deprimido. Su hija le presentó a una mujer y en pocos meses se casaron. En esos pocos meses Chagall pintó también esa serie de litografías añiles que cuentan la felicidad de un hombre que ha vuelto del exilio, que disfruta de la vida, que comparte esa vida con alguien que le hace feliz. Vava y Chagall siguieron casados hasta que él murió. Todo el mundo dice que su enorme producción artística (la de él) durante sus últimos años se debe a su tercera mujer, Valentina Brodsky. Viendo lo que pintaba no me cabe ninguna duda. Era feliz cerca de un Mediterráneo insultantemente añil. Pintaba soles naranjas y lunas bajísimas de noches de verano, pintaba flores que casi huelen, pintaba sirenas, parejas mirando el mundo, pájaros verdes. Pintaba su amor y su felicidad. La dejó inmortalizada para que yo, una noche cualquiera, en pleno mundial, con el aire acondicionado a tope, me encuentre con una de esas litografías de 1952 en tuiter y sienta la necesidad de escribir todo esto. De recordar que, junto a aquella, hay otras 12 igual de añiles, de veraniegas, de cálidas en sus colores fríos, de vivas, de jóvenes, de intensas y de luminosas. Hace dos veranos, en plenas fiestas de Sta. Margeritha , que está ya en Liguria, bien pegado a Portofino, con todas aquellas flores por todas partes y un sol ardiente y un mar perfecto y ese ruido festivo de veranos felices, a mi me vino a la cabeza una de esas 12 litografías de Chagall. Una que se llama “Batalla floral”. Esta.

Y ni siquiera es mi favorita de la serie. Igual mi favorita es una que no sé cómo se titula. Con su sol rojo y un pez enorme y todos los detalles que Chagall pintó como quien deja pistas.