En torno a Lux
Ser una mártir en el sXXI pasa por entregarse al amor romántico, a eso que ahora en tiktok se llaman “relaciones tóxicas” y que no es más que la misoginia ensuciando lo teoricamente puro. Rosalía parece decir que ni todo el éxito y el dinero del mundo te permiten triunfar en el amor por más que tú te entregues como una burra.
La pregunta que igual todavía no se ha hecho Rosalía es desde dónde y para qué es esa entrega y cómo cree que darles 200 vueltas en todo a los hombres de los que se enamora afecta a sus objetivos cuando todo eso está atravesado por un mundo donde las mujeres tenemos que ser menos todo que nuestros amados. Menos altas, menos fuertes, menos listas, menos ricas, menos talentosas. Lo único que tenemos que ser nosotras a tope es guapas. Decorativas. Y a Rosalía decorar le aburre. Es absolutamente guapa y normativa por eso sabe hasta qué punto eso no sirve para nada importante aunque igual no sea capaz de enunciar esto así tan bruto como yo que soy cero normativa y vengo de otro lado a este punto.
La pregunta que igual todavía no se ha hecho Rosalía es por qué tiene que seguir las reglas del romance cuando se salta las reglas de la industria musical cuando le interesa. Incluso aunque sea para jugar dentro del juego. Una revolución controlada detrás de otra cuando trabaja. Ninguna revolución, ni siquiera controlada cuando vive.
Se ha empezado a preguntar por el poder, eso es evidente. Y es un buen principio.
Lo que está haciendo en este disco con las percusiones (en sentido amplio) es interesantísimo, creo yo. Tal vez lo creo porque estoy obsesionada con eso. Da igual. Hay en lo que retumba un amago de revolución. De querer romper el corsé que es lo que verdaderamente daña tu corazón y tus pulmones. Lo que te ahoga es intentar que algo quepa donde no cabe. Donde no puede ni latir. Necesitas que lo desborde todo. El corazón, todas lo sabemos, late en las sienes, en el pecho, en la tripa, en las caderas, en todos los labios, en los oídos y hasta en los pies cuando huyes justo un segundo antes de que la mano que iba a golpearte baje y te toque.
Porcelana me ha puesto en la cabeza un momento de mi vida. Cruzando Plaza Castilla con esa mezcla de ira y búsqueda de calma de cuando sabes que lo que hagas a continuación podría joderte o salvarte la vida. Los engranajes del cerebro girando y el corazón desparramándose. Buscar tiempo para respirar. Para normalizar el pulso. Era diciembre. Jueves. Entré 10 min tarde a aquel restaurante. Sonriendo convincente. Hice lo que había que hacer desde ese minuto hasta un día de febrero. Salí viva. De verdad viva. Algo cambió para siempre aquel día.
Un golpe detrás de otro. Un grito detrás de otro en cada canción, Rosalía construyendo un nosésiellasabequé todavía. Da igual. Un batiburrillo en su cabeza. un batiburrillo en el disco. Querer sentir algo que no se puede forzar. Que igual no vas a sentir así. Querer querer y que te quieran. Y que esas dos cosas coincidan y encajen. Ese pequeño milagro.
No confundir el amor con la obsesión, como decía aquella bachata machacona. La velocidad con el tocino. No confundir querer con necesitar. El miedo a la soledad con el amor. El deseo con el amor. Se puede desear sin querer y querer sin desear. A veces se juntan las dos cosas y el mundo sabe mejor. No pensamos mucho en cuando el amor que sentimos no responde al cliché. Salir del cliché quizá sea el primer paso.
Me siento una privilegiada por haberme enamorado muy pronto. Muy bestia. Hubo un tiempo de mi vida en que eso me parecía algo malo. Cómo voy a volver a tener la suerte de que esto pase otra vez, otro milagro. Luego aprendí que pasan otras cosas, que están bien también. Son bonitas. Son importantes.
Y después me volví a enamorar. Porque los únicos milagros en los que creo son los capaces de repetirse (sí, esto es una paráfrasis de Almudena Grandes)
Ahora que soy esta señora mayor me pregunto si volveré a dar, antes de morirme, ese salto gigante e instantaneo entre que alguien te guste o que lo quieras. Hay muy poca ansia y mucha curiosidad. Si pasa lo disfrutaré. Si no pasa seguiré disfrutando de todo lo demás. He aprendido algunas cosas todos estos años. Quizá la más importante es que no puedo querer a alguien que no está dispuesto a dar nada. Por mucho que me guste. Por mucho que me empeñe. No puedo quererle. Porque hay algo en ese sentimiento tan complicado que Rosalía anhela, que tiene que ver con lo compartido, con lo que se trenza. No se trata de un concurso de quién da más, ni de los checks, ni de eso que me pone tan nerviosa de “avanzar”. Es otra cosa. Un poco lo que pasa con este disco. Rosalía viene, se entrega entera y eso, de alguna forma extraña, cambia la química de mi cerebro. Me hace entregarme a un disco al que quería resistirme. El sitio desde el que yo escucho es solo posible porque ella emite desde un lugar generoso en su obsesión. Tengo todo esto que decir y voy a montar un circo de 3 pistas para poder decirlo como quiero decirlo. Que pase lo que tenga que pasar. Al otro lado quién sabe. Quizá nadie entienda nada a pesar de las siete tesis doctorales, 700 reportajes, sietemilmillones de “contenidos” en redes especulando mirando con lupa cada verso y qué quiere decir concretamente, exactamente, en la vida de alguien a quien no conoces. Como si los versos no cambiasen constantemente de significado también para quien los escribe.
A quién va dirigido cada dardo de Rosalía es algo que me da un poco igual. No estoy tan dentro de la movida, supongo, estoy más en seguir el latido por mi propio cuerpo, cazar al vuelo las imágenes que mi cabeza proyecta. Los pasos de danza oriental que vuelven a mi sin querer. Dejé de hacer oriental en 2016. Nunca fui muy buena, mi última profe era una gran bailarina pero muy mala profe y no estaba precisamente en el mejor momento de su vida. Aún así La Yugular despierta en mi algo que ni sabía que estaba todavía dentro. Mover bien las caderas tiene más q ver con el resto del cuerpo de lo que parece. Y sonrío pensando esto que me resulta tan metafórico.
Las pés percutidas y arrastradas cuando canta con muchísima intención. La yugular me parece una canción mucho más sexual cuanto más la escucho. Y quiero escucharla muchas veces aunque ni siquiera sea mi favorita del disco. Todavía. Yoquesé.
Aquí está. La alusión directa al poder que flotaba en el disco. La rumba del perdón es una cosa espectacular por mucho que me moleste que Estrella Morente cante así. Estrella Morente me parece una persona sin dos dedos de frente y me cae muy mal, pero amiga mía lo que tiene esa señora en la garganta. Pasa que al lado está Silvia Pérez Cruz que canta igual de mejor y tiene una forma de entender la vida que hace del mundo un sitio más habitable.
No pensaba que Memoria iba a emocionarme cada vez más. Con cada escucha más. No sé qué tiene. No es solo que esté cantada en una lengua que fue refugio neutral y ahora es casa a secas. No es solo la voz de Carminho, de Rosalía. Es, como pasa con cada canción del disco, cada movimiento, por todo junto, entretejido. Indivisible. Está siempre el riesgo de perderte en otros. Cómo se vuelve de ahí o siquiera hay vuelta. A veces el único modo es a través. Seguir adelante. Aprender por el camino.
Rosália ha aprovechado sus fracasos vitales para otro éxito musical. Ha llegado con sus canciones a lugares recónditos encendiendo la luz, deshaciendo el silencio.
Sus canciones me gustan tanto que ni todas las teorías barrocas, ni todo el salseo, ni todas las memeces, ni todas las citas de filósofos alemanes pueden eclipsar el milagro sencillo de que suene una canción y la piel se erice y tú bailes sin darte cuenta.