En torno a Plensa
Julia me volvió loca. No tengo recuerdo de Plensa antes de ella. Intuyo que saldría en mis apuntes de arte, que me hablaron de él antes. Que incluso vi obras suyas antes. Pero no lo recuerdo. La primera foto que le hice a Julia fue, según Google, en febrero de 2019. Ya había pasado delante de otra cabeza de Plensa muchas veces antes y no le había hecho ningún caso.
Pero Julia me atrapó. Odio la estética de la Plaza de Colón. Me parece horrorosa e inhumana. Odio que la Biblioteca Nacional, que me encanta, sea uno de los límites de esa plaza horrenda. Con tantas cosas fascistas. Con ese brutalismo.
Julia en esa esquina, al lado de la Biblioteca Nacional, la humaniza. Fue a través de Julia que descubrí a Jauma. Él habla muchas veces de su interés por ser buena persona antes que buen artista y de cómo lo segundo sin lo primero se le antoja imposible. A mi también. Habla de lo que denomina “actitud femenina” como una forma de mejorar el mundo. Esos dos mensajes conectan mucho con mi forma de ver la vida. Supongo que por eso Julia me atrapó y supongo que Isabella, en medio de Azca, donde la “actitud femenina” brilla por su ausencia, está, como yo cuando paso, en territorio enemigo. Resistiendo sin llamar la atención.
Hay una expo gratuita, en la Fundación Telefónica que recoge 15 obras de Plensa. Se titula Materia Interior y estará allí hasta el 7 de septiembre. Hemos intentado ir a una visita guiada de la expo unas cuantas veces y no hubo manera, así que ayer fuimos a verla por nuestra cuenta.
Hacía en Madrid un calor insoportable y era aparentemente muy mal día para andar por Chueca, con el Orgullo 2025 estrenándose.
Vimos la expo al revés y no sé si eso importa. Diría que no. Vimos la expo sin contexto y eso es algo que me gusta mucho hacer. A ver qué pasa. Leímos la guía después.
Primero paseamos por entre la declaración de DDHH de 1947. Eso que ahora parece que hay que debatir según algunos gilipollas que van de equidistantes y razonables. Palabras que para alguna gente parecen no significar nada. Es desesperante.
Después llegamos a un pasillo de esculturas pequeñas que se llaman Lilliput. Masculinas. Qué pasa dentro de la cabeza de los otros, qué no nos cuentan y qué eligen contarnos. Cómo. Hice una serie de fotos desde un punto fijo. Sin moverme. Con el zoom. Me gustan todas bastante. Esta es la última. La más cercana. Cuántas cosas aparentemente pequeñas pero que en realidad son gigantes te pierdes mirando todo desde lejos.
El pasillo de liliputienses te lleva a un corazón anatómico. Blanco. Con sus venas y sus arterias. Un corazón colgando en medio de una sala en silencio. No hay latido. Un corazón que no late no parece un corazón. Un corazón blanco no parece un corazón. Un corazón fuera de un cuerpo es algo rarísimo.
Paso rápido del corazón. En la sala contigua, roja led, no rojo sangre, hay unas chicas haciéndose fotos para sus redes. Son jovencísimas.
Llego a mi sala favorita de la expo. Cuando entro hay dos personas gritando . Me molestan muchísimo. Siento que profanan algo. Miro el cartel. La obra se llama Silence. Todavía me caen peor esas dos personas. Ellos han leído el cartel. Al fondo llora desconsolado un bebé que, en cambio, no molesta nada.
No sé por qué todas esas cabezas de mujeres en esa madera entre negra y roja me interesan tanto. Me hipnotizan tanto. Me gusta mucho la madera y sus vetas. Ya he escrito muchas veces de eso. Pero dudo que sea solo el material lo magnético. Quiero sentarme en esa especie de viga, de traviesa gigante. Al lado de esas cabezas de mujeres a las que les adivino el origen mirándolas mientras paseo a su alrededor. Está prohibido sentarse en la madera. A esa sala le falta un banquito. Me gusta sentarme cerca de las obras de arte que me interesan. Del mismo modo en que me gusta estar físicamente cerca de la gente que me gusta. Sentarme a mirar y respirar y no tener que ir a ninguna parte o balancearte o parecer idiota allí pasmada. Silencio es un susurro en realidad. Todas las mujeres de Plensa tienen los ojos cerrados. Miran algo dentro. Intuyo que a su autor le hubiese parecido bien que me sentase en el suelo, pero a veces me aguanto las ganas, hay gente alrededor que no tiene la culpa de mis impulsos. Hay incluso gente a mi alrededor que intenta contener mis impulsos. Muchas veces lo consiguen. Casi siempre se arrepienten después.
Avanzo. Unas celdas de alabastro con las puertas entreabiertas. Una banqueta en cada celda. Las puertas bloqueadas. Para que nadie entre y se siente en las banquetas. Me pregunto hasta qué punto es Plensa quien condena esas puertas a estar entrebiertas. Fijas. Qué pintan las banquetas dentro. Meto la cabeza. Eso parece estar permitido. De hecho parece que es lo que se busca. Averiguar quién se atreve a meter la cabeza. Suena un crujido rítmico en cada celda. Distinto pero parecido al de las celdas contiguas. No lo entiendo. Love Sounds, leo en el cartelito. Me quedo igual. El amor no suena así en mi mundo. Luego averiguaré que cada celda reproduce el latido de la sangre en un punto del cuerpo humano: el corazón, la mano, el hígado, el muslo, el cuello. Dice la guía que los humanos hacemos tanto ruido que no oímos nuestro propio corazón. Soy una mujer ruidosa que oye mucho cómo el pulso le late en sitios distintos. A veces calmo. Otras desbocado. Escucho también mi respiración casi siempre. Dice Plensa que todos los humanos somos muy parecidos y que deberíamos unirnos en esa similitud. Estoy de acuerdo. Vivimos en un mundo donde se busca diferenciarse, ser único, y yo me paso la vida encontrando conexiones gigantes con gente. Todo el tiempo. Esas conexiones me hacen más feliz que cualquier intuición de originalidad. No soy nada original, supongo que es por eso que no me interesa la originalidad. Me ahorra mucha frustración renunciar de saque a intentarlo. No encuentro nada que me diferencie, que me haga única. Nada. Ni una sola cosa. Hace mucho que dejé de perder el tiempo en buscarlo o fingirlo. Pero las cabinas de alabastro de esta expo no me funcionan. Intuyo que no soy la única. Sé que no soy la única. Como sé que habrá otras personas que lo encuentren brillante. A mi me gusta más lo que pone la guía que lo que experimenté al asomar mi cabeza a los crujidos rítmicos, la luz de hospital, la banqueta.
Estoy pensando que el alabastro suele gustarme mucho y que me sorprende lo poco que me ha gustado en Love sounds y veo a Maria (sin tilde, como en catalán). Maria es una cabeza gigante de alabastro. Preciosa. Dice el folleto que parece que está enferma. Yo pensé que estaba triste. Julia está serena, creo yo. Con esa serenidad que algunos confunden con el sarcasmo. La serenidad de cuando entiendes tu alrededor y lo aceptas pero que lo aceptes no significa que te parezca bien.
Maria está triste. Yo la veo triste más que enferma. El alabastro brilla desde dentro. Dan ganas de tocarlo. De acariciar la cabeza de 2m. Tampoco se puede. Pobre Maria.
Llega la nieve roja. Tampoco entiendo muy bien esta obra. Igual hace demasiado calor. Parece que estás a punto de abrasarte si te acercas demasiado. Dice la guía que quiere provocar nuevas energías. A mi me recuerda que fuera hace calor. Pero no creo que eso sea una energía. Me acerco a comprobar que la obra no desprende ni calor ni frío. Tampoco me produce ni calor ni frío. Salgo.
El autorretrato de Plensa es su peso en hierro fundido y plomo. Varios carteles con los resultados de sus análisis de sangre y su composición corporal. Oí una vez a Jaume hablar de esta obra. Qué te hace humano, cómo de importante es tu físico y el espacio que ocupas. Yo ocupo mucho espacio y me gusta ocuparlo, ya lo he dicho muchas veces. En un mundo donde lo femenino debería ser menudo hay algo de disruptivo en mi cuerpo. Algo que no he elegido yo. Ya era grande antes de ser feminista. Ya estaba fuera de todos los percentiles cuando no entendía qué era un percentil. Cuando no me planteaba por qué dos mellizos de distinto género deberían tener pesos distintos para considerarse bebés sanos. Por qué hay género en el percentil de los bebés.
Ni mi peso ni el de Plensa dicen nada de nosotros. Tampoco nuestros valores de zinc en una analítica. No sé qué de todo lo que soy dice cosas de mi que me identifiquen inequívocamente. Diría que nada. Dudo cada vez más que incluso la combinación de todas esas cosas me identifique. Solo me mete en un grupo humano más pequeño. No sé.
Solo sé que ayer bajé las escaleras metálicas de la Fundación pensando que hay 3 cabezas de Jaume Plensa en Madrid ahora mismo. Y que mi favorita siempre será Julia. El día que la quiten, Colón me va a parecer vacía o más que vacía horrible. Solo sé que al salir de la expo Madrí seguía ardiendo. Que tengo una cabeza gigante de alabastro grabada en la mente. Que quiero volver a verla antes de que viaje a otro destino. Que me gustaría sentarme al lado de las cabezas de madera. Sin que nadie me viese. Y que merece la pena darse un paseo por la Fundación y caminar entre las obras de Plensa incluso sin contexto. O sobre todo sin contexto.
Volveré en septiembre. Seguro.
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