Gracias (en torno a Silvia Pérez Cruz)
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Es la tercera vez que veo a Silvia Pérez Cruz en directo. Siempre es inolvidable. Siempre hace un ejercicio de generosidad, de intensidad, de verdad, de amor por la música y por la vida que convierte sus conciertos en viajes.
Es la tercera vez que lloro en un concierto de Silvia Pérez Cruz. Las dos anteriores fueron las no tan raras lágrimas de emoción que nadie nota.
Esta vez he llorado de una forma imposible de disimular. Cuando ha agradecido a sus cocineras de la gira, después de 10 minutos dando las gracias uno por uno a un equipo de más de 30 personas y ha hablado de alimentar el cuerpo y el alma y la cadena que supone recibir ese alimento para poder entregarlo en el escenario ya no he podido aguantar más.
Luego ha dicho que es muy difícil ser público. Y nos ha agradecido la presencia. Ha insistido varias veces en que ellos harían música aunque no les viese nadie, pero que es mejor hacerlo así, con el Price lleno.
Justo después ha empezado “Nombrar es imposible” y la sobredosis de belleza de la que importa (meaningful que dicen los anglosajones) me ha desbordado.
He llorado por todas esas veces en que los músicos que admiraba dieron por sentada mi admiración y no pusieron ni un poquito de nada que les importase en el escenario. He llorado por todas esas veces en que me enfado con quienes han dejado de amar la música así, como hay que amarla. Comportándose como si el talento fuese algo que despreciar. Algo que todo el mundo tiene.
Pero sobre todo he llorado porque tengo la infinita suerte de seguir diferenciando en el cuerpo cómo suenan la verdad y la entrega y cómo suenan los sucedáneos más o menos resultones.
Soy adicta a ese chute del arte cuando es arte. En todas sus versiones. Y solo a ese.
Silvia sale, toca 3 instrumentos, canta en 5 idiomas, da la espalda al público para mirar a sus músicos, para dirigir a su coro. Todo es auténtico. Todo es eléctrico. Todo importa.
Este disco habla de todas las etapas de la vida. Se lo ha llevado al directo manteniendo la esencia. 2h y 30 min de un show emocionalmente muy exigente para los músicos. Absolutamente placentero para el público. Hay algo íntimo, y nuevamente verdadero en Silvia colocando el pie de micro. Conectando cables. Plegando sillas. Trabajando en el escenario porque no va de estrella, es solo una mujer música, una artista descomunal, comunicándose.
Lo dice un poco después. Habla de cómo aprender a crear arte, tengas o no talento, te da herramientas para expresarte.
Esta mujer que soy, que fue una niña que modelaba arcilla, que empezó a escribir con 7 años y ya no ha podido (ni querido) parar, que baila como escribe o escribe como baila (por placer y por necesidad) esta mujer sin demasiado talento para ninguna forma de arte pero con una necesidad irracional de seguir intentándolo, sabe de sobra de qué habla Silvia con su talento descomunal iluminado.
Silvia Pérez Cruz llena el escenario y el alma con una voz maravillosa, honda. Es incapaz de hacer dos conciertos iguales porque está atenta, empapándose de nosotros. Conversando. “Guapa tú también, que no te veo pero te noto”
Cuando alude a la camisa verde con escote en la espalda de su contrabajista (el maravilloso Bori Albero) y cita esa copla, alguien pide que la cante. La canta.
Explica la historia de una canción. En Uruguay le preguntaron si sabía alguna chacarera. Por supuesto Silvia se sabía una. La cantó. La canta esta noche. Por supuesto también, Carlos Monfort toca el ritmo de tambor de la chacarera y ella agradece que no la deje sola.
Antes había habido cante flamenco. Juraría que una era Cristina López. Pero igual no. Silvia Pérez Cruz se ha inventado un coro de cantantes que ama para estos dos conciertos del Price (cor del solstici). Dice que es como ir de colonias. En ese coro está su maestra de canto (Carma Canela).
Sobre el escenario también la chelista Marta Roma (como Monfort y la propia Silvia más bien multi instrumentista) de azul adolescente, moviéndose elegante, tocando elegante.
Todo lo que ha pasado en ese escenario hace un rato ha sido mágico, único, inolvidable. Han sido un montón de músicos haciendo música juntos solo por el placer de hacerla. Improvisando. Disfrutando unos de otros. Unas de otras. Haciendo alegatos por la paz en Palestina y en el mundo, por un mundo donde las mujeres no vivamos con miedo.
Hablando de la importancia de pedir ayuda. De buscar a otra gente. De compartir los procesos creativos.
He sentido que todo lo que pasaba en ese escenario pasaba para mi, para nosotros, por mi, porque nosotros estábamos allí. Respirando, aplaudiendo, riendo, llorando. Escuchando con toda la superficie de la piel estremecida. Poniéndonos de pie 4 veces.
En los mejores conciertos siempre hay bises de verdad. No de teatrillo.
En los buenos conciertos el final es siempre imprevisible, inesperado. Es una regla sin excepciones. Si todo el mundo sabe cuál es la última algo va mal desde el principio. En los buenos conciertos el final siempre es inesperado. Y además nunca es un final.
Gracias de corazón, Silvia, una vez más, por darte entera sin pedirnos nada.
Gracias con toda el alma por devolverme cada vez la esperanza. Nombrar es imposible. Pero la música, cuando es verdad, cuando no es un trampantojo, a mi también me ubica, me coloca, me rompe y me cura.
Gracias por el regalo. Siento que las entradas tienen un precio simbólico. Menos de un euro por cada miembro del equipo que lo ha hecho posible.
No sé cómo devolver o recompensar toda la felicidad de hace un rato. Esa que dura. Que me impide dormir.
Así que he usado mi tozudez, mis herramientas de artista sin talento, para dar las gracias a cada una de las personas que han hecho posible que hoy, sin esperarlo, sin pensarlo, haya acabado llorando a mares mientras Silvia cantaba Nombrar es imposible.
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ANEXO 22/03: He buscado en yutuf. Alguien grabó Nombrar es imposible + los bies en Sao Paulo. Y efectivamente los bises son otros. La versión de nombrar es imposible es totalmente distinta en espíritu a la que me hizo llorar anoche. Una siempre sabe esas cosas, pero es mejor confirmarlas.