Ilusión

Tags: #random #juegosdepalabras

ilusión

Del lat. illusio, -ōnis.

1. f. Concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos.

2. f. Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.

3. f. Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea, etc.

4. f. Ret. Ironía viva y picante.

Solo la primera acepción de ilusión implica engaño en nuestro idioma. Y no es la más frecuente hoy en día.

La raíz latina de la palabra viene de ahí. Del engaño. En latín la ilusión era el juego contra otro. Tratar de engañar a otro.

En inglés ilusión tiene solo un sentido de total pérdida de contacto con la realidad. En portugués igual.

Es bonito, creo, que sea el español la lengua romance donde las acepciones de esperanza, deseo, interés y ganas sean más fuertes que las de engaño.

La palabra más parecida que conozco en inglés para nuestra ilusión buena es “eager” pero tiene un matiz de ansiedad e impaciencia que no está necesariamente en nuestra lengua.

Ilusión.

A mi me educaron para no ilusionarme con nada por si acaso. Porque la vida es una mierda y peor que se va a poner. Y si te haces ilusiones luego se va todo al carajo y tú allí. Fracasando. Avergonzada.

A mi me educaron para avergonzarme mucho de ilusionarme una y otra vez. Y no sé muy bien cómo me recuerdo casi todo el tiempo ilusionada con algo, con alguien, con alguna posibilidad, resquicio, rendija por la que dejar entrar alguna luz a alguna parte oscura.

Y no sé muy bien cómo tampoco me recuerdo muy poco avergonzada en general.

Una se ilusiona. Lo pone todo, lo arriesga todo, lo intenta todo. Trata. Está. Espera. Sonríe. Reluce. Disfruta de la ilusión, de intentarlo, de la posibilidad. De cada mínimo avance. Disfruta mucho. Se ilusiona más. A veces, de pronto, la ilusión muere, se trunca, se acaba, vira, gira, cambia. Lo que sea.

A veces muere de asesinato violento. Bueno. Es triste, claro que lo es. Pero sigue siendo infinitamente más triste vivir envuelto en papel burbuja, dedicado a aniquilar la ilusión por si acaso luego todo llegase a salir mal.

A principios de este siglo leí Historia de un alemán. Un libro terrible y durísimo del que saqué una de esas frases luminosas que colecciono. “El cauto arriesga lo mismo que el audaz pero renuncia de antemano a la euforia”.

No sé alemán. Intuyo que quizá ilusión sería una palabra más precisa que euforia. Pero tiene mala prensa.

A las niñas pijas les hace “ilu” todo. Y nadie quiere parecerse a una niña pija. Por lo menos teóricamente.

De cualquier forma la cita es definitiva. Explica por qué me gusta tanto la palabra ilusión y sus “nuevas” acepciones en mi lengua. Y no me refiero a un ejemplo más de hasta qué punto los hablantes inventan y modifican la lengua y ese proceso no la vulgariza. Me refiero a que ilusionarte por las cosas te obliga a hacer algo al respecto. Algo de lo más pequeño a lo gigantesco. Algo.

Intentarlo.

En este mundo apático y desesperado intentarlo es imprescindible. O me parece imprescindible.

Igual soy solo una ilusa. Igual, quién sabe, soy más bien una mujer capaz de ilusionarse, de hacer honor al significado de su nombre. Al mejor regalo que me han hecho en la vida. A ese momento en que alguien lleno de ilusión (por y para mi), vino con sus ojos verdes muy brillantes y me contó que Beatriz significa la que trae la felicidad. Es imposible ser feliz sin ilusión. O por lo menos yo no sé cómo hacerlo. Cómo levantarme cada mañana, cómo ser capaz de salir de la cama, sin una energía puesta en algo que me importe.

Esta primavera encerrados hubo aviones que no aterrizaron para celebrar mis 40. Hubo la certeza de que iban a pasar muchos meses antes de poder aterrizar para celebrar nada. Y también hubo una ilusión. Alguien construyó un paraíso al que viajar cada día.

Luego, la nueva normalidad, la vida, me enseñaron el trampantojo. Qué había detrás del decorado. No era bonito. No me ilusionaba. Y lo bueno de la ilusión es que te obliga, por definición a moverte cuando cambia de sitio o de objetivo.

Luego volví a ser una presunta ilusa poniendo mis ilusiones en un montón de conciertos de jazz. Comprando entradas, billetes, mascarillas para el pelo y contra el virus.

La ilusión siempre te obliga a hacer cosas. Pequeñas o grandes. Prosaicas, poéticas o metafóricas. La ilusión siempre te obliga a intentarlo porque si no lo intentas no es ilusión, es sueño. Soñar despierta es distinto que ilusionarse. Tan distinto como ilusionarse y ser una ilusa.

Y esta no tan ilusa estuvo en aquellos conciertos con su mascarilla y su felicidad. Y su silla junto a la calle paraíso. A las casualidades bonitas, como buenos ilusionistas, les llamaremos magia.

Han pasado muchos meses desde aquellos aviones que no aterrizaron. Algunos ya no van a aterrizar nunca y ese nunca ha dejado de doler. De importar. Otros quién sabe cuándo o cómo. El origen y el destino del vuelo. Quién sabe. Sigue esa ilusión intacta. Seguiremos buscando maneras de volver a vernos, a abrazarnos, a viajar, a compartir trocitos de vida, a crear recuerdos.

Han pasado muchos meses. No tantos como para volver a ilusionarme. O sí. Por supuesto que sí. Con la misma total y completa falta de garantías de que salga “bien”. Con la misma certeza de que cada minuto que la posibilidad de algo sencillo me hace sonreír ya ha salido bien. Con la misma certeza de que a veces vale con el impulso para intentarlo.