Lésper, 100 artistas, 100 portadas de Milenio Diario y yo.
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Avelina Lésper, cree, como yo, que el arte no es posible sin trabajo. Cree, como yo, que muchas veces el emperador está desnudo y que hay que decir a gritos que está desnudo porque es justo apreciar los vestidos que existen de verdad. Avelina Lésper piensa tan rápido que da vértigo y tiene un dominio de su español mexicano delicioso. Da gusto escucharla pensar. Su rapidez expresándose viene también de haber pensado mucho antes. Hoy ha presentado una expo fantástica en el Museo de América de Madrid. Se basa en improvisaciones sobre la portada de ejemplares del periódico Milenio. Lésper les comisiona una obra a los artistas, los entrevista y luego les pide esta improvisación y les graba mientras la ejecutan. Lésper está obsesionada, como yo, con cómo la creación artística tiene todo que ver con un bagaje, con una intención, con un músculo, pero sobre todo con una necesidad de expresar cosas. El talento es trabajo. Fin de la conversación. A veces trabajo personal que nunca ve la luz. Pero trabajo al fin y al cabo. Investigación con las técnicas, con los materiales. Con lo que sea. Trabajo que termina fructificando como si fuese magia. Lésper ha hecho una cosa preciosa convirtiendo periódicos inútiles en arte necesario. El papel de periódico, decía hoy en el atrio del museo de américa, “es el papel más frágil que existe y queremos invitar a los jóvenes artistas con esto a crear a pesar de todo”. A trabajar con su talento. A tratar de comunicar cosas. Decía también que el arte es presente. Siempre es presente. Presente cuando se crea y presente cuando se consume. Presente absoluto que lo ocupa todo. Y terminaba su intervención hablando del gesto de “tirar arte”. Hay algo imprescindible de generosidad y apertura en el arte igual que hay algo imprescindible de introspección y trabajo personal. Es esa tensión entre las dos cosas. Es esa tensión.
He llegado tarde al museo y me he perdido una rueda de prensa que no aportaba nada, pero he llegado a tiempo a ese paseo delicioso en el que Lesper nos ha explicado por qué ha elegido y ordenado cada pieza. Las ha agrupado con su criterio de diseccionar con bisturí pero sobre todo con su sensibilidad de amante del arte. Del arte que te apela. Que te coge por las solapas y te dice algo. Del arte que te estremece. Había muchas obras así sobre periódicos viejos llenos de mentiras. Había muchas obras estremecedoras y se me ha puesto la piel de gallina, se me han aguado los ojos muchas veces en el paseo por el atrio siguiendo a Avelina que buscaba la mirada de los pocos que estábamos allí por amor al arte y no por las fotos, la nota de prensa, lo vacío de no saber siquiera quién era ella. Me avergüenza que la profesión que amo la estén desempeñando trepas, pelotas, vagos ramplones. Señores que ni se han molestado en mirar la wikipedia, goolgear un nombre para comprender la inmensidad de lo que Avelina Lésper y su trabajo pueden aportar al alma de la gente. Hoy he salido más rica, más llena, mejor de lo que entré al museo, y con unos cuantos nombres de artistas con historia anotados en mi libreta virtual que era, como no, un teléfono móvil. Hoy he tenido ganas de abrazar a Avelina Lésper como doscientas veces pero me las he aguantado todas porque no quería parecer una loca. También he tenido ganas de abrazar a Alina tomando una caña al salir del museo, cuando las dos nos hemos puesto a hablar de esas cosas que una guarda en los rincones hasta que el arte viene, te sacude, te pone del revés y coloca lo que estaba en los rincones en el centro, dispuesto a salir propulsado a encontrarse con los otros. Lo trascendente. Lo trascendente de verdad. No de pose. No de canon. Me da igual el puto canon porque paso por el claustro del Museo de América y el 90% de las cosas que me saltan, que me tocan, que me estremecen, las han creado mujeres. Y me gritan desde las paredes sin saber que las han creado mujeres. Será casualidad. En una selección que tiene muchas mujeres pero que apuesto a que no llega ni al famoso 40% que se considera paridad. O igual sí. No lo sé. Realmente había muchas mujeres. Pintando ojos, bocas, manos, peces, paisajes, manchas negras, manchas de colores, seres alados, lunas. Encima de portadas de ejemplares del periódico Milenio.
Aplicando acrílico y carboncillo y pastel y óleo y materiales que ni conozco ni sé identificar ni maldita la falta que me hace. Porque sigue habiendo un idioma común que me apela, me llama, me grita, me toca por dentro y por fuera, me estremece literalmente, cuando camino lenta con un tío detrás cotilleando mi móvil y olisqueándome que no se da cuenta de que se libra de mi cólera solo porque en ese momento me parece más importante pensar en la improvisación. En el arte digamos automático, en esa necesidad que tenemos todos, diría que todos los seres humanos, de expresar lo visceral. En esa oportunidad que Avelina te da cuando llega a tu casa, te pone delante un periódico viejo y te dice: toma, improvisa, aproxímate. Improvisar, lo automático, lo de la tripa, son cosas importantes, digamos instintos, que los artistas no deberían perder. Porque es ahí, yo creo que es ahí, donde todo lo que saben, todo lo racional, se vuelca de pronto en algo que siempre es importante. Como punto de partida, como juego, como desahogo. Improvisar, jugar, desde lo intrascendente. Sin querer crear la gran novela americana, el disco del milenio, el cuadro más caro jamás subastado. Jugar. Simplemente. Correr riesgos. Equivocarte y que no importe. Comunicarte, en definitiva. Enfrentarte a los fantasmas. Una cosa fantástica de la propuesta de Lésper es que les hizo intervenir improvisadamente páginas de periódicos. Les dio una hoja en blanco que no parecía una hoja en blanco. Nos enseñó a todos cómo vencer el bloqueo. Ponte delante de lo que sea y juega. Prueba. Dame lo que sea que salga. Dentro de unos años me llevaré ese periódico intervenido a Madrid y una chica que no se ha peinado se pondrá enfrente de tu obra y se sentirá apelada. Y ese presente suyo será tan arte y tan presente como el día en que me colé en tu estudio para grabarte mientras pintabas una luna acrílica sobre un periódico viejo. Y será bonito. Será también importante por razones que no entendemos ninguno de todos los implicados. Quizá este periódico sobre el que ahora creas algo, haga que ella enloquezca y teclee cosas febriles, inconexas. Recordando cómo ha disfrutado arrastrando los piés por el suelo encerado de un museo luminoso lleno de marcos pequeños con periódicos convertidos en arte de forma improvisada. Lo ligero a veces pesa mucho.