En torno a “Te siguen”. O de vértigo y espirales.
Casi acabo de empezar a leer Te siguen cuando doblo la primera esquina. Porque yo también, como Casilda, soy adicta al efecto bola de billar. A que algo toque en otra cosa y precipite algo importante. Funciona más veces de las que parece. Hay que aprender a mirar distinto al alrededor. Pero funciona más veces de las que parece.
También muy pronto en la novela aparece el concepto de asediar por dentro. Hacer que el sistema caiga siendo parte del sistema. Una guerra de guerrillas todavía más complicada y más arriesgada. Sin un monte al que echarse. En el que esconderse. Hace mucho que digo que la mejor forma de esconder algo es ponerlo a la vista.
En la novela parte de ese asedio es posible porque Casilda provoca uno o varios deseos en Jonás. Sin querer seducirlo. Jonás, muy pronto en la novela, dice que, por Casilda, prueba a vivir como si fuese otro y vuela, teme recaer en sí mismo, pero quiere intentarlo. Dice expresamente que existe la esperanza de que alguien te desee tanto que la violencia de la vida deje de darte vértigo. Te quite el miedo a la caída. Al pozo.
Toda decisión de salto implica superar alguna forma de vértigo. El salto busca un vuelo, al menos planear, superar algún obstáculo, una sima. El riesgo de caída es consustancial al salto. Incluso aunque el obstáculo parezca pequeño a simple vista. ¿Cuál es la profundidad del pozo? Es difícil saberlo sin precipitarse. Nadie quiere caer al fondo de ningún pozo. Precipitarse. La teoría clásica de los señores dice que el deseo necesita el engaño. La promesa de algo que no existe. Seducir es dar a entender al otro, a la otra, lo que no está ni estará. Lo que te gustaría que estuviese en ti. Supongo. Es gracioso si te paras a pensarlo: para que alguien te desee mucho tiene que desconocerte, tienes que enseñarle algo que no se parezca demasiado a lo que en realidad eres. No vaya a ser que te deteste.
A estas alturas hace mucho que todas entendimos que el juego es otro. Más cruel con el seductor que con la seducida a pesar de todo. Parte de la necesidad de protegerse de uno mismo. Si fracaso que no me cuestione. Que no me ponga en duda la esencia de lo que soy. De lo que creo ser. La puñetera importancia de la presunta esencia que te hace único. Inimitable. Distinto a todos los demás. Digno de pasar a la historia pero que sin embargo no te atreves a enseñar. El problema es que el teatrillo siempre acaba en un fracaso. Porque desear es en realidad querer conocer. Es la fuerza bruta más contraria a la seducción que existe. Y o te cargas el deseo a base de barreras que escondan lo que eres o el deseo se carga tu personaje. Te desnuda. No hay más salida.
Casilda jamás seduce a Jonás. Casilda existe y se muestra como es. Muestra eso de ella que más difícil parece de aceptar sobre el papel. Eso que la gente llama idealismo, eso que ella llama “falta de voluntad”, o sea, acción. Casilda jamás pone un personaje de pantalla en su historia con Jonás. Se pone ella entera. Y que sea lo que sea. Y por eso Casilda nunca siente vértigo. Por eso el personaje parece tan absolutamente valiente. Suicida en su pequeñez.
Vértigo significaba literalmente en latín movimiento circular. El deseo es una espiral. Una línea que da vueltas indefinidamente alrededor de un punto. Un bucle no es una espiral. Y una espiral no es, ni mucho menos, un círculo. Una espiral tiene dos sentidos. Es un recorrido que se expande hasta el infinito y se contrae hasta el punto de origen. Lenta o rápida. Muy lenta o muy rápida. Las dos cosas a la vez y todo el tiempo.
Hace mucho que pienso que la espiral es el antídoto del vértigo. Saber que por más que te alejes del centro estás conectado a ese punto fijo. Algo que está en Casilda y que se parece mucho a lo que yo llamo voluntad. Algo que es la esencia de Casilda: un principio, una intención, una conciencia. Una espiral es un mecanismo que te permite avanzar hacia el infinito sin soltarte del origen del movimiento. Sin perder nunca el centro. La esencia. El porqué del movimiento, lo que hizo aparecer el deseo. Los deseos. El principio de todo. Los principios. Todo va muy rápido si tienes un principio, una intención, una conciencia. Todo va demasiado rápido algunas veces. Y algo en la boca del estómago te recuerda que el vértigo existe. Que hay una inercia del movimiento que podría sacarte de tu eje. Romperlo todo. Doler muchísimo. Todo va muy lento si tienes un principio, una intención, una conciencia, si miras la vida desde tan arriba. Y algo en la boca del estómago te recuerda que el vértigo existe. Que podrías caer al fondo del pozo. A la oscuridad absoluta.
Pero está la espiral, sujetándonos, haciéndonos avanzar. Esto es lo que somos. Esto es lo que hay. Ven, si quieres, a recorrer conmigo ese camino hacia fuera. A lo desconocido. Ven y a ver qué pasa. Qué nos pasa. Ven y prueba.
O no vengas. Volveré al origen. Al punto de partida. Empezaré lenta el camino. Como si fuese Dorothy saltando por las baldosas amarillas. ¿Puede tu espiral empezar en el mismo punto que la mía? ¿Ser otra con el mismo origen? La física y las matemáticas dicen que sí. Todo depende de cómo cada uno nos alejamos del centro. El camino que trazamos desde ese origen. El principio, los principios, eso sí, tienen que ser comunes.
Mientras haya un principio común queda solo recorrer el camino con el latido sordo del vértigo justo. El consustancial al movimiento, a la altura. A los viajes que importan. _ Este texto empezó en Te siguen. Y como buena espiral se ha alejado hacia quién sabe dónde. Quiero creer que irradiando desde el principio irrenunciable del asedio desde dentro. Cuestionarlo todo. Hasta la seducción. Cargarse hasta el teatrillo íntimo, el disfraz de lo presuntamente masculino. Lo pretendidamente femenino. Ven aquí. Deja de temblar o tiembla de verdad. Ven y dime quién eres sin personaje. Vamos a domesticar el vértigo a base de deseo. De deseos.
P.S. Llevo escribiendo muchísimo tiempo sobre espirales. Allá por marzo de 2013 escribí sobre una espiral en concreto. La de Fermat, que son dos espirales simétricas respecto a un eje. Dos espirales que empiezan en el mismo punto. Pero hay más tipos de espirales. Muchas más. La de Arquímedes (la clásica, digamos) la Clotoide (preciosa como un ojo que te mira profundo), la hiperbólica (opuesta a la de Arquímedes) y la logarítmica (la de la Mona Lisa o las conchas de los moluscos)
P.P.S. Escrito con Fanfares de fondo. El disco que me hizo enamorarme de GoGo Penguin. Cuando Rob Turner todavía era el batería. GoGo Penguin no han vuelto a ser los mismos desde que él se fue. Pero tuve la suerte de verlos en un Jazzaldia en el escenario Frigo. Recuerdo perfectamente todo lo que les estaba pasando a mis sentidos durante aquel concierto. Y no solo porque lo escribiese aquí.