Lo de Robert Redford

El golpe empieza con unos pasos que caminan por una acera y suben unas escaleras. Aquellos pasos me daban tan igual la primera vez que vi la peli como ahora. Yo tenía unos 8 años, mi padre nos dijo a mi hermana y a mi que era maravillosa. Más que por el principio estaba preocupada por cómo iba a terminar yo al final. Habíamos visto El Oso en el cine hacía poco y me había hinchado a llorar. Es una peli rara para ser la primera que ve un niño en el cine. Diría. Tenía miedo de acabar igual de triste. El golpe empieza con unos pasos que caminan y una musiquilla que yo cantaba jugando a la goma pensando que era de un anuncio. Los primeros 5 minutos se le hicieron, a la niña que yo era entonces, larguísimos con todo aquel ajetreo que no sé si entendía muy bien. Hasta que apareció Redford correteando por un callejón. Y captando toda mi atención puede que para siempre. Ya me fijé en ese momento en el anillo que sigue llevando hoy. Su hijo murió de bebé y lo lleva por eso, según parece. Fueron sus pasos, las 70 formas de andar del mismo personaje. Porque no caminamos igual tristes, que nerviosos, que contentos que preocupados. Y luego fue su risa. Esa risa con todo el cuerpo que brilla en los ojos. Captó mi atención y de eso hace 30 años. Que se dice pronto.

Ayer nos contó que se retira. Es un anciano que sigue resultando atractivo incluso en su última película con Jane Fonda. Porque sigue teniendo esa capacidad para enseñarte justo lo que quieres ver. Siempre fue guapísimo y al contrario que Newman nunca resultó demasiado guapo. No recuerdo cómo empezaba Todos los hombres del presidente. Sé que la dieron un domingo en TVE1. Yo tendría puede que 11 años y ya quería ser periodista. Para mi la peli empieza con Redford y una corbata mal colocada y aquellas patillas y aquella libretilla y esa sensación, ya entonces, de que la voz que le doblaba me estaba robando algo de él. Redford con el teléfono encajado en el hombro y rodeando cosas con un lapicerillo. El mismo anillo. Otra forma de caminar. Metiendo el pie izquierdo un poco. Me pregunto si Woodward metía el pie izquierdo. Aquel doblaje horroroso. Sus dos dedos índices en la máquina de escribir. Dustin Hoffman y la voz de idiota. La biblioteca del congreso en un plano cenital. La penumbra de los aparcamientos.

Y muy poco después Brubaker, muy tarde por la noche en La dos cuando todavía no se llamaba La 2. Creo que fue en esta peli cuando empecé a darme cuenta de que, en el fondo, Redford es todo ojos. A pesar del pelo, de la boca carnosa, de la mandíbula imposible de mejorar, en el fondo es todo ojos. Esa forma de mirar, de pestañear, de sonreir, de indignarse, de resignarse, de sobresaltarse o asustarse es siempre todo ojos. Empieza todo en su forma de mirar y quizá eso sea lo que le hace tan atractivo. Que parece estar viendo siempre, todo el rato, lo que pasa alrededor. En Brubaker se nota eso muy bien porque al principio está inspeccionando su nuevo entorno y le es extraño y exagera todo lo suyo de los ojos y la forma de mirar el mundo. Pero es algo que está en él. En el actor que interpreta a los personajes.

Luego, claro, Memorias de África. Un día después de comer. El atardecer. La voz en off hablando de su forma de mirar el mundo de su forma de escuchar las historias. A los 15 era muy difícil diferenciar a Redford del personaje que interpreta en Memorias de África. A los 15 era muy difícil no enamorarse de la historia de una mujer que quería amar libre y a la que la vida le regaló un amor de esos que igual no te tocan nunca. Porque son ficción y la ficción no existe pero también porque el mito de la media naranja es mentira y hay gente que se muere sin haber querido bien, sin que la quieran bien. Mucha gente que no sabe qué se siente cuando alguien te mira, te ve, te escucha, te entiende, te conoce y te regala una pluma para que esrcribas tus historias. Porque quiere leerte. Porque por encima de todo no quiere que te desdibujes o te disuelvas en otro. Porque quiere escuchar lo que tienes que decir. Alguien que entiende la diferencia entre querer y necesitar, entre ser libre y ser egoista. Y la famosa escena de lavarle el pelo a ella es tan bonita porque él solo le está lavando el pelo. Se lo frota de verdad, no está haciendo nada por resultar sexy, por seducirla, por nada que no sea lavarle bien el pelo, que no le entre jabón en los ojos.

Pero es más importante la escena de su primer beso. A mi me lo parece. Él dice que le gustaría besarla. Pide su aprobación. Y resulta tan pero tan sexy que te lo comerías entero toda la vida. Ah. Qué cortarrollos es que te importe el deseo de la otra persona.

A los 15 era muy dificil no enamorarse del Redford de Memorias de África y a los 38 también. Puede incluso que más difícil.

En Íntimo y Personal era una estrella de la TV en declive que empieza pareciéndonos a Michele (Pfeiffer) y a mi un gilipollas integral con delirios de grandeza a la vez que un señor mayor muy guapo. Hasta que pasa a parecernos un hombre irresistible una vez que él consigue entender que ella es una persona y no un juguetito bonito con el que ser el héroe de siempre. Y otra vez él, su personaje, lo entiende porque mira, ve, escucha. Y aprende. Y podría seguir así durante toda su filmografía, en el orden que yo la vi y no en el que él la rodó. Hablando de sus clavículas, sus antebrazos. Depende de cada película.

Excepto Havana. Havana no la he visto porque él dijo una vez que era la única peli que se arrepentía de haber hecho. Pero igual ahora que se retira la veo. A ver por qué decía eso. Dijo ayer que se retira pero afortunadamente podremos seguir viéndole caminar por callejones, encajar un teléfono de baquelita entre la oreja y el hombro, jugar a la ruleta, lavarle el pelo a Meryl Stryp, darle un masaje en los pies a Michele y sobre todo mirar así. Como él miraba a la cámara.

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