Maria Salomea Skłodowska

Tags: #mujeresborradas #feminismo

Solo conocemos a Maria Salomea Skłodowska por el apellido de su marido. Era polaca. Su madre, a mediados del XIX, dirigía un colegio para chicas y murió cuando ella tenía 9 años. No creo que se pudiese imaginar que Maria Salomea iba a ser la primera persona en conseguir dos premios Nobel en dos categorías distintas.

Porque sí, Sklodowska es el apellido de soltera de Curie. El apellido que tenía cuando llegó a la universidad de París y dice que tuvo que esforzarse mucho para ponerse al nivel de sus compañeros pero luego resulta que era la mejor en todo y que se licenció casi a la vez en Física y en Matemáticas. Hay que leer la breve versión de su vida que ella dio como anexo a la extensa biografía que escribió sobre su marido, para comprender la influencia que tuvo en Curie el hecho de pasar los veranos en el campo, siendo libre y pudiendo experimentar. Meterse en los charcos, mirar desde cerca. Leyendo a Marie es imposible no percibir aquella curiosidad suya tan inevitable, tan innata, pero tan ayudada por un entorno estimulante. Esa capacidad infantil, que mantuvo hasta el final de su vida, de sorprenderse con cosas (es delicioso leerla impresionada por las cataratas del Niágara a los 54 años), de seguir mirando lo ya visto como si fuese la primera vez.

Con 17 años salió de casa de su padre, se subió sola a un tren, viajó sola durante muchas horas. Era 1884. Daba clase a los hijos de una familia y se las arregló para formar una escuela para niños polacos que no podían estudiar en los colegios rusos arriesgándose a ser deportada a Siberia. Sacaba todavía tiempo libre para preparar el acceso a los estudios superiores. Sabía que muy pocas mujeres lo habían conseguido y escribe en sus memorias que tenía muchas ganas de seguir su ejemplo. En aquellos tiempos aún no tenía claro si era “de ciencias o de letras” esa separación tan poco natural como todas las otras separaciones que nos imponen desde pequeños. Le encantaba la poesía y aprender idiomas casi tanto como las matemáticas y la física. Un año después entró por primera vez en un laboratorio. Hacía experimentos que leía en libros y cuenta con cariño lo que ella llama “resultados inesperados”. Los científicos saben de sobra que los errores aproximan al acierto si uno sabe sacar conclusiones de ellos. En esos tiempos también se metió en una especie de sociedad secreta de aprendizaje donde cada miembro enseñaba al resto lo que sabía y se dejaba enseñar lo que sabían los otros. La hermana mayor de Marie se casó y se fue a vivir a París, así que la familia decidió que ella aprovechase esto para seguir estudiando. Describe sus cuatro años de estudiante como felices porque nada la distraía de aprender y comprender. La habitación propia de la que años después hablaría Woolf era un cuartucho de estudiante con una lámpara de alcohol por cocina y un frío insoportable. Pero allí era libre y tenía tiempo para su carrera. Tenía 27 años y dos títulos universitarios cuando conoció al hombre que le cambiaría el apellido. Tenía 27 años cuando conoció a Pierre (del que muchos dicen que era su profesor aunque ella no opine lo mismo). Hablaron de ciencia, tenían mucho en común. Volvieron a verse. Siguieron viéndose. Ella dice que dudó hasta que supo que ninguno de los dos iba a encontrar un compañero de vida mejor. Cuenta Marie en sus memorias que tiene muy pocas cartas de su marido porque casi nunca se separaron. Cuenta también que a ella le costaba conjugar su trabajo de investigador con su trabajo en casa. Él tenía más suerte. Claro que al menos no se le ocurrió pedirle nunca que dejase su trabajo en el laboratorio. Ni siquiera cuando tenía que ocuparse de su hija Irene. Marie decidió hacer el doctorado sobre el uranio (tras doctorarse se convertiría en la primera mujer en enseñar en la Universidad de París) y cuando sus mediciones le hicieron sospechar que debía haber un elemento desconocido en todo aquello, pidió ayuda a Pierre que dejó sus investigaciones sobre magnetismo. Solo tenía 31 años cuando anunció la existencia del radio. Y da gusto leer cómo describe el aspecto casi mágico, como de hadas, de los frascos de su laboratorio por la noche. En su autobiografía pasa de puntillas por sus dos premios Nobel y se detiene poco en el rechazo como miembro de la Fundación Nacional de Ciencias obviando la dura campaña contra ella, mujer y polaca y diciendo elegante que dejó de intentar ser admitida porque cree que a una tienen que quererla en esos sitios. Su hija Irene, años después, insistiría una y otra vez hasta lograr la admisión, quién sabe si como una forma de justicia poética.

Marie también dedica bastante tiempo en sus memorias a contar su viaje de París a Burdeos al comienzo de la Primera Guerra Mundial, para poner el radio con el que trabajaba en un lugar seguro. A su vuelta a París se pasó la guerra organizando el servicio de radioterapia francés. Su marido había muerto en 1906 en un accidente y ella trabajó totalmente sola hasta que su hija Irene, con solo 17 años y en plena guerra, comenzó a trabajar con ella.

De Marie fue la idea de enseñar radiología en la escuela de enfermería. A mujeres. Porque para usar los aparatos valía con ser inteligente, estudiar y tener una cierta práctica con las maquinas. Opinaba que muchas de aquellas mujeres habían demostrado su capacidad para hacer un trabajo independiente, sin ser ayudantes de un físico.

Al acabar la guerra, una periodista estadounidense se empeñó en entrevistarla. Se sorprendió de sus dificultades económicas habiendo descubierto el radio, a lo que Curie respondió:

“el radio no es para enriquecer a nadie. El radio es un elemento. Pertenece a todas las personas”.

Entonces le preguntó qué le gustaría tener y ella respondió que un gramo de radio, para poder seguir investigando. Así que la periodista (Missy Meloney) volvió a Estados Unidos y recaudó dinero para regalarle a Marie un gramo del elemento que ella había descubierto y asegurar que tuviese material para seguir con su trabajo. Curie llevaba toda su vida profesional

negándose por convicción a patentar sus descubrimientos

. Los publicaba completos para literalmente todo el mundo. Decía que los soñadores nunca se harán ricos, pero que un soñador no quiere ser rico y que la humanidad necesita a las personas que sueñan para poder prosperar.

Marie y Pierre tuvieron dos hijas. Irene y Eve Curie.

De Irene se sabe más porque también ganó un Nobel continuando el trabajo de su madre. Lo que se sabe un poco menos es que fue secretaria de Estado cuando las mujeres ni siquiera tenían derecho al voto en Francia. O que era “simpatizante comunista” y abiertamente feminista, dos cosas que estaban muy mal vistas en la Francia de entonces. Todavía peor vistas que ahora. Todos los que conocieron a Irene destacan su confianza en sí misma y su forma directa y clara de hablar. Había heredado la inteligencia de sus padres y su percepción de que había que utilizar ese don para algo que sirviese.

Creo que casi nadie sabe que su hija Helene (la de Irene) , que ya no se apellida Curie, tiene 88 años y al menos hasta 2014 seguía en activo y lúcida dando clases de física nuclear en la Universidad de París. Tan lúcida como para decir:

“Mi madre me enseñó que no hace falta ser un genio para dedicarse a la ciencia. Lo importante es ser feliz con la investigación y si de paso puedes mejorar un poquito el mundo con tu trabajo, todavía mejor”.

De Eve no se sabe casi nada. Ella optó por ser “de letras”. Vivió 102 años y

fue una reputada concertista de piano y escritora. La biografía que hizo sobre su madre se convirtió en un bestseller mundial y sus experiencias como miembro de la resistencia aliada durante la Segunda Guerra Mundial le sirvieron para obtener condecoraciones y para escribir un ensayo titulado “Viaje entre soldados”.

Marie era una soñadora que nunca se hizo rica en dinero, pero que construyó una riqueza incalculable para la humanidad, no solo por sus descubrimientos y sus trabajos científicos sino también por su capacidad para conectar con otras mujeres, ofrecerles oportunidades y educar a sus propias hijas como personas libres, independientes y valientes. Esa educación les permitió dedicar su vida a lo que les hacía felices: hacer algo valioso para sus semejantes a pesar de las dificultades.

“Be less curious about people and more curious about ideas”

Es una de las frases célebres de Marie Curie. Y estoy de acuerdo con ella a pesar de haber escrito todo esto sobre la vida de cuatro mujeres. Porque la cosa es que las ideas las tienen las personas. Y la cosa es también que las voces de las mujeres tienden a escucharse menos y sus logros tienden a esconderse. Por ejemplo se pinta a Marie como ayudante de Pierre cuando en realidad era al revés. Se inventa un flechazo de profesor a alumna porque la idea de que un hombre se enamorase de una mujer aún más brillante que él y que su relación fuese de compañeros de vida, es inquietante todavía hoy y es necesario añadirle un componente de subordinación para hacer la historia menos peligros y etcétera.

Por eso llevo tiempo metiendo las narices en lo que sabemos de algunas mujeres que fueron capaces de pasar a la historia tratando de encontrar en esas vidas la esencia de sus ideas. Para saber cómo o por qué dieron con el resquicio por el que colarse, cómo hicieron la grieta cada vez un poco más grande. Estamos en 2015 y es algo más fácil colarse por la grieta para seguir agrandando el agujero desde dentro. Por ejemplo contando las vidas de las #mujeresborradas o desdibujadas entre los hombres que las rodearon.