Mis libros de 2021

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Este año de vacunas y olas sucesivas donde parecía que íbamos a volver a “lo de antes” pero ya no recordábamos cómo era lo de antes, volvió a ser habitable gracias, en parte, al oasis maravilloso de los libros que nos mantiene dentro de una relativa cordura, una cierta paz.

En 2021 leí por placer 46 libros, escritos por autoras de 15 países distintos en todos los continentes habitados.
Mi reto de lectura eran obras “clásicas”, es decir, publicadas antes de mi nacimiento. Veinte de los 46 de la lista se publicaron antes de 1980 así que creo que lo cumplí suficientemente. 

Las obras más clásicas que leí datan del SIII y son los poemas de unas cuantas mujeres árabes que Poética ediciones ha reunido en un volumen delicioso y del que he compartido varios ejemplos en twitter (Compañeras de Enheduana. Poetas clásicas árabes. La siguiente obra más "vieja" es Persuasión de Austen (1816). No había leído Persuasión y ha pasado a ser mi favorita suya.
También leí los Cuentos completos de Kate Chopin que escribió (y publicó) entre 1880 y 1904. Chopin me sigue fascinando. El despertar es uno de los libros de los que siempre hablo y esta abundante colección de cuentos me ha parecido interesantísima también. Colorida, inteligente, perfumada, original. No sé. Si has visto Treme, por ejemplo, leer sus cuentos todavía es más interesante, creo. 

Entre mis lecturas clásicas hubo varios diarios de mujeres moviéndose por el mundo. El más antiguo Historia de un viaje de 6 semanas de Mary Shelly. Solo hace falta leer unas pocas páginas para darte cuenta de lo excepcional que era Shelly. Fruitlands de Alcott es la historia de un viaje de colonos, de un establecerse contado por otra mujer excepcional. Parece que hace siglos que lo leí, nevaba fuera. Me reí muchísimo con el sentido del humor de la autora de Mujercitas. Y me pregunto cuántas como ellas no nos han llegado. 

La viajera sentimental, de Vernon Lee, está escrito en 1904. Llevo año y medio flipando con que Vernon Lee existiese y yo no supiese nada de ella hasta prácticamente el otro día. Y cuanto más leo de ella más quiero leer. Sus textos sobre los lugares que visita, como ya he dicho muchas veces, se parecen mucho a las cosas que compartimos ahora en redes sociales cuando viajamos. Hay gente que sabe contar mejor las cosas, interpretar mejor el mundo, entender mejor las esencias. Vernon Lee es de ese tipo de personas y si hubiese nacido en 1990, publicaría hilos de twitter o tiktoks o vlogs o yo qué sé, contando aproximadamente lo que contaba en sus diarios. Y la prueba es que la Roma que escribió Lee se parece muchísimo en lo esencial o quizá más bien en lo sensorial, a la Roma que paseé. 

Una jaula en un jardín de verano es otra obra clásica que este 2021 me llevó a lo sensorial. Ya os conté cómo me había encantado leer a Dribble describir la elección de la ropa por la sensación que tienes cuando la llevas, más que por si te queda bien o mal según los cánones de belleza. Hay algo muy hedonista en este libro y lo disfruté mucho a pesar de narrar muchas cosas miserables. Además hay algo muy feminista de pensar cómo y desde dónde y para qué te relacionas con la gente. Cómo estableces tus vínculos. Que es ser buenas amigas, qué hacer buena pareja. Los anhelos maternales o su ausencia, la frustración de obedecer y la de desobedecer el mandato de tu género. Está escrito en 1963 y me pareció que Dribble fue muy habilidosa sugiriendo según qué cosas, sembrando semillas en nuestras cabezas sobre las que pensar para sacar nuestras propias conclusiones. 

Podría enrollarme mucho sobre los libros de Tey que leí este año para decir lo que digo siempre: Tey era una maestra en eso que me interesa tanto y que se suele llamar "construcción de personajes". Era una mujer lista y observadora y da gusto leerla. Además es muy muy entretenida. La hija del tiempo fue el libro que me hizo Filomena llevadera. Fuera nevaba y era el caos, dentro de mi casa humeaba alguna taza, sonaba buena música y Tey me tenía completamente presa en una novela donde un detective, desde la cama de un hospital, intenta resolver un misterio histórico sobre Ricardo III. Es una absoluta delicia.

Otra delicia de libro es Una biblioteca de París que cuenta una historia sobre la Segunda Guerra Mundial, la ocupación de París y cómo la biblioteca americana se enfrentó a aquello. Cuenta también qué fue de una de las mujeres que trabajaban allí. Aprovecha todo eso para hablar de cómo los libros nos salvan, de cómo a veces la gente se traiciona a sí misma, de los errores que cometemos, de cómo las mujeres casi nunca tienen (tenemos) escapatoria pero aun así siguen (seguimos) intentándolo todo. Es una novela que no ganará ningún premio y que a mi me gusta mucho haber leído. Me da pena no haber conseguido que mi madre se interesase por ella porque sé que habría disfrutado mucho de llegar hasta el final pero... no se puede competir con los Molonguis algunas veces.

Antes del verano, Tempest me hizo reflexionar sobre el arte y la Conexión y también sobre las pocas herramientas que nos da la RAE en español para nombrar las nuevas realidades. Fue la primera vez que leía en español un texto largo con el género no marcado (niñes en vez de niños y niñas, por ejemplo) y no me costó nada acostumbrarme pero a la vez sentía que en una novela el proceso no habría funcionado. Igual es solo cuestión de leer más y más textos escritos así pero creo que hay una parte también de buscar recursos y para eso necesitamos lingüistas de este siglo en lugar de raesaurios. Tempest opina como yo que no hay arte si antes no hay una intención por conectar con otros, por comunicarte. Y a partir de ahí, con trabajo, talento y un poco de suerte, sucede la magia. 

Y sucedió con Los ojos cerrados. Portela se inventa un pueblo que podría ser cualquier pueblo para hablar de esa violencia de la que nunca se habla. Somos herederas, mal que nos pese, de un golpe de estado, una guerra civil y una dictadura vengativa que quiso exterminar cualquier resto de igualdad y de laicismo. Pero de alguna forma, también somos herederas de todas aquellas brujas locas, todas aquellas putas supervivientes que, escondidas, en silencio, trajeron hasta aquí las semillas para que Edurne Portela encuentre con brillantez caminos nuevos en su lenguaje para hablar de una violencia concreta con vocación universal, ejercida en todas partes por quienes tienen el poder mal entendido y de los mecanismos para sobrevivir a esa violencia que nunca deja intacto a nadie. Que lo llena todo de heridas y cicatrices. Y aquí estamos: llenas de secuelas. Pero aquí estamos. Seguimos. 

Algo temporal, la primera novela de Hilary Leichter, usa una delirante y surrealista organización del mundo, un nuevo Génesis de la temporalidad con trabajos absurdos (sustituir a un fantasma en una casa abriendo y cerrando puertas, por ejemplo) para explicar el sistema. Ese heteropatriarcado capitalista. Lo leí mientras el boom de "No mires arriba" y sin darme cuenta acabé llegando al mismo sitio que algunas personas que han visto la peli. El único problema que le veo al libro de Leichter es que no propone nada más que el desánimo o inmolarte: si te enfrentas al sistema sola te destruirá a ti y nada cambiará. Necesitamos utopías para avanzar. Necesitamos, además de entender la crueldad, ser capaces de imaginar formas distintas de organizar el mundo. Y esa magia es más difícil de encontrar, en la literatura, en el arte y en la vida.

Gopegui, por ejemplo, en Existiríamos el mar intenta proponer otras formas de estar en el mundo. Es una novela pandémica, importante, fácil de leer y difícil de entender. Difícil de entender porque Gopegui parece ir mucho más allá así sin grandes alardes y una siempre piensa si lo estará pillando todo. Fácil de leer porque Gopegui escribe de maravilla, con una sencillez de estilo sorprendente para contar toda esa profundidad. Una siempre piensa que a los libros de Gopegui igual merecería la pena volver de tanto en tanto. 

El libro de poesía que más he disfrutado de todos los que leí por primera vez este año es probablemente el libro del que menos he hablado en redes. El canto y la ceniza es la recopilación de los poemas de Ajmátova y Tsvetáieva también es difícil de compartir en tuits. Hay una densidad en sus intercambios poéticos, en la creación literaria de ambas, como un manto de nieve sin pisar, hay poemas largos como inviernos, hay ese bordear el silencio... No sé. Lleva desde enero en la mesa de mi salón y no creo que haya habido una semana este año en que no haya leído al menos 5 o 6 poemas al azar de esa maravilla. Ajmátova me parece una mujer fascinante, y se lo pareció también a Barille que escribió "Un amor al alba" para explicar esa fascinación de Modigliani que le llevó a esculpir su cabeza. No quiero volver a repetirme sobre los libros para verano, ya os conté un montón de cosas en aquel post del epílogo otoñal 

Tampoco quiero hablar aquí de mis decepciones, ya os las conté por tuiter a medida que leía. Sí creo que es importante insistir en que El otro lado de la montala de Salami es el ensayo feminista que más me dio este año, tuve además la suerte de escucharla en Matadero (gracias, Patricia, gracias Miren, una vez más) y escribí un post muy largo sobre todo esto.

El reto de 2022 es leer de forma consciente a mujeres no blancas. Los retos de lectura me sirven muchísimo aunque parezca una tontada. Siempre acaban dejando algún poso. Hace por lo menos 5 años que el reto era leer a mujeres de Asia-Pacífico y desde entonces no hay ni un solo año en que se cuelen en mi lista de lecturas estos puntos de vista "no occidentales". Las mujeres que escriben novela policiaca estarán siempre en mi corazón y en mis libros para verano desde el año que nos retamos a encontrarlas, las que nos hacen reír en sus obras también siguen siendo una obsesión para mi así que espero ser capaz, a partir de 2022 de no inclinarme tanto por las blancas. Y cuento con vuestra ayuda para jugar conmigo a mi juego favorito. Ya queda menos para los #LibrosParaVerano y espero que este año, por fin, podamos, además de seguir leyendo, volver a bailar bien juntos.

Gracias un año más!