Empoderadas
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Me encanta llevar escotes pronunciadísimos y pintarme los ojos con mucho brilli. También los labios rojo Marilyn y las uñas lacadas en colores fuertes. Me encanta bailar como si mi cuerpo vibrase desde dentro todo el rato. Hago todas esas cosas libremente cuando me apetece. Todo lo libremente que es posible en este mundo. Pero soy consciente de que si hubiese nacido con otros genitales, en otro momento o lugar mi enfoque sería muy distinto. Probablemente como hombre me habría negado la posibilidad de probar a embadurnarme de purpurina porque los hombres con purpurina están mal vistos. Probablemente miraría los escotes como algo que las mujeres llevan para ponerme cachondo y probablemente pensaría que una mujer que usa determinadas ropas o baila de determinada forma es “fácil” y va “pidiendo guerra”. Alerta spoiler: hemos nacido y crecido en un contexto, nos hemos socializado en un contexto y ese contexto determina muchas cosas. Prácticamente todas las cosas. Alerta spoiler vol 2: podemos cambiar todas esas cosas si queremos. Repito. Si queremos.
Hubo una época, hace décadas, en que me ponía escotes para gustar a los hombres. Fin. No me había parado a pensar si me gustaba a mi o no. Era algo que me habían dicho que a ellos les gustaba. Ser sexy era insinuar sin enseñar del todo, desabrochar el botón justo de la blusa, enseñar lo suficiente pero no demasiado. En eso me educaron y esa regla seguí hasta que me paré a pensar. ¿Qué me hizo pensar en todo esto? El feminismo. Una vez más.
¿Qué descubrí cuando entendí algunas cosas y me paré a pensar? Que casi siempre prefiero desabrochar “un botón más de la cuenta”, que mis tetas solo me resultan sexuales en un contexto sexual y que estéticamente me gusta mucho alargar mi cuello corto hasta el infinito. Aun cuando eso haga que muchos me malinterpreten y que muchos otros vengan a explicarme que con mis tetas no me conviene llevar según qué escotes. También descubrí que tengo una relación mucho más sexual con mis clavículas y con mis hombros que con mis tetas, mal q les pese a los muchachos. Que cuando quiero sentirme sexy (no parecerlo) es más probable que lleve un hombro caído que un escote hasta el ombligo. Del mismo modo en que me parece más sexy una falda larga con vuelo y una abertura gigantesca que una falda corta. Y no precisamente por el rollo ese de insinuar vs. enseñar. Creo que esto tiene que ver también con el baile. Mi relación con mi cuerpo y con la ropa que llevo tiene más que ver con cómo me hace sentir, con cómo se mueve conmigo que con lo que los demás entienden y puedo articular todo esto gracias al feminismo.
Eso es lo que yo considero empoderarse. Empoderarse significa ponerte el escote más inadecuado porque te apetece y el jersey de cuello vuelto porque te apetece no por cómo te vayan a consumir otros. Empoderarse no implica que los otros no vayan a consumirte. Van a hacerlo. Es como funciona. La cuestión es que tú lo sabes y eres capaz de tener “agencia”, tomar una decisión informada que puede cambiar en tu beneficio.
Empoderarse cristaliza en algo aparentemente individual pero es un proceso colectivo imposible sin la reflexión de todas a lo largo de la historia, que lleva a otro proceso colectivo donde la forma de percibirnos va cambiando poco a poco.
Empoderarse no es “me pongo lo que me sale del coño porque me sale del coño y punto”. Eso no sirve de nada ni para ti ni para nadie porque encima simplemente no es cierto. Decir que lo haces porque te sale del coño está guay, a veces es lo único que se puede decir a según quienes. Pensar que es cierto me parece más problemático.
A pesar de que me siguen encantando los escotes gigantescos tanto como al principio de este texto, muchas veces (casi todas las veces, en realidad) elijo no llevarlos porque sé que el alrededor no va a entender esa prenda como yo. Y precisamente porque lo sé, soy capaz de entender que hay momentos de mi vida en que lo sencillo para mi es ponerme otra cosa. Eso no me convierte en menos libre. Me convierte en más consciente. Y sigue siendo una decisión que tomo basándome en cómo me va a hacer sentir a mi. Dejar de vestirme para otros fue algo que hice relativamente pronto y que me ha ayudado muchísimo.
Empoderarse no significa que el sistema o el contexto se hayan esfumado. Significa que los entiendo lo suficiente como para haber aprendido a quedarme con las partes que no me incomodan aunque vengan del mismo sitio terrible. O para entender de donde viene la incomodidad o para asumir que no soy capaz de resistirme. No me tiño las canas, no me cubro los granos ni las ojeras ni las líneas de expresión ni me contorneo la cara para que parezca menos redonda, más afilada, ni me pinto los labios por fuera de sus límites para q parezcan más gordos. No hago nada de todo eso con el maquillaje porque cuando entendí que el maquillaje tiene todo eso incorporado me puse a pensar en el asunto y decidí usarlo de una determinada manera. No me maquillo para ir a trabajar. No me maquillo para gustar a los hombres (a ellos les gusta más q vayas como una puerta pero q parezca q te acabas de levantar de la cama y a mi me gusta justo todo lo contrario: dedicarle 10 min a que se note).
Entiendo y acepto que otras mujeres tomen otras decisiones diferentes respecto a sus cuerpos, sus ropas, sus maquillajes. Intento no juzgar eso de ellas. Intento no ser parte del público que consume cuerpos, que usa a las mujeres como objetos decorativos. Intento entender a quienes prefieren no enseñar ni un centímetro de piel, ponerse ropa ancha. A quienes juegan al juego de gustar. A todas ellas. Porque bastante tenemos en contra como para ser nuestras propias enemigas.
Como desconozco la motivación que tiene cada mujer para vestirse o estar en el espacio público no soy capaz de saber si están o no empoderadas. Porque como ya dije, empoderarse es dejar de entrar en esa rueda por la que tu cuerpo está en el mundo solo y exclusivamente para otros. Empoderarse es tener un discurso sobre los cuerpos (los ajenos y el propio) que intente romper esa lógica de gustar o seducir o poner cachondos a otros o dar justificación a otros para violentar. Ayudar a otras personas a empoderarse implica explicar que lo que pone cachondo a otro no es nada que tú lleves o no lleves, es lo que el otro ve, entiende, piensa, siente o cree al respecto y eso NUNCA tiene que ver contigo. NUNCA.
Las adolescentes que enseñan el culo en las escaleras del metro tienen tanto interés en poner cachondo al cuarentón progre que sube su foto a tuister como las mujeres afganas que enseñan un tobillo al cruzar la calle con su burka.
El problema está en quien te mira como una máquina de placer, o una máquina de parir, o una máquina de fregar. Como algo que poseer. Y eso no va a cambiar alargando la falda, cubriéndonos enteras, ni tampoco desnudándonos enteras. Cambiará cuando quienes miran entiendan que no somos cositas, que no nos vestimos ni nos desvestimos para ellos. Y ayudará cuando nosotras mismas dejemos de vestirnos para ellos o de decir que otras se visten para ellos. Ayudará cuando los padres y madres del alumnado monten un pollo cada vez que un profesor dice que “con las chicas vestidas así se me desconcentran los chicos” en vez de decir “chicos, a ver si aprendemos a dejar de mirar a las mujeres como si esto fuese una peli porno permanente” Ayudará cuando no estemos hablando durante días de cuánto enseña o deja de enseñar el culo nosequién y qué mensaje envía con eso. Empoderarse es dejar de usar tu cuerpo para gustar a otros y tu voz para criticar cuerpos ajenos.
Empoderarse es imposible sin las que vinieron antes e implica necesariamente ayudar a recorrer su camino a quienes vienen después. Y si no hay eso igual solo estamos jugando al mismo juego del patriarcado de siempre y hemos vuelto a caer en la misma trampa de siempre. Vírgenes contra putas animando en el partido de futbolistas y toreros solteros contra casados. Criptobros contra youtubers.