Empoderadas
Tags: #feminismo #cuerpo
Me encanta llevar escotes pronunciadísimos y pintarme los ojos con mucho brilli. También los labios rojo Marilyn y las uñas lacadas en colores fuertes. Me encanta bailar como si mi cuerpo vibrase desde dentro todo el rato. Hago todas esas cosas libremente cuando me apetece. Todo lo libremente que es posible en este mundo. Pero soy consciente de que si hubiese nacido con otros genitales, en otro momento o lugar mi enfoque sería muy distinto. Probablemente como hombre me habría negado la posibilidad de probar a embadurnarme de purpurina porque los hombres con purpurina están mal vistos. Probablemente miraría los escotes como algo que las mujeres llevan para ponerme cachondo y probablemente pensaría que una mujer que usa determinadas ropas o baila de determinada forma es “fácil” y va “pidiendo guerra”. Alerta spoiler: hemos nacido y crecido en un contexto, nos hemos socializado en un contexto y ese contexto determina muchas cosas. Prácticamente todas las cosas. Alerta spoiler vol 2: podemos cambiar todas esas cosas si queremos. Repito. Si queremos.
Hubo una época, hace décadas, en que me ponía escotes para gustar a los hombres. Fin. No me había parado a pensar si me gustaba a mi o no. Era algo que me habían dicho que a ellos les gustaba. Ser sexy era insinuar sin enseñar del todo, desabrochar el botón justo de la blusa, enseñar lo suficiente pero no demasiado. En eso me educaron y esa regla seguí hasta que me paré a pensar. ¿Qué me hizo pensar en todo esto? El feminismo. Una vez más.