Epílogo Otoñal – #LibrosParaVerano 2020
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El año que pensábamos sin verano y acabamos teniendo verano. Verano raro de mascarillas y distancias. Mismo verano de jazz, Cantábrico y libros.
La vida, ya se sabe. Que no se sabe. Pero pasa, nos pasa y nos pasa sólo una vez. Y hay que disfrutarla todo lo posible siempre que se pueda, también en plena pandemia.
A mi leer me hace disfrutar mucho. Me hace la vida mejor en cualquier contexto y estado.
Pero como suele ser habitual en mi vida, en mis veranos, no leí todos los libros que compré.
Sí me dio tiempo a disfrutar de La Plaza del Diamante. De Rodoreda describiendo la Barcelona de preguerra, la de guerra, la de posguerra a través de una mujer que mira el mundo y siente el mundo que le rodea. Que parece no tener herramientas suficientes, no hacer profundas reflexiones. Parece. La prota de la novela es una mujer sencilla que te crees. Sencilla pero no tonta. Una mujer que abre bien los ojos, que sobrevive a su juventud ilusa, a su depresión.
Soy muy pesada con la construcción de personajes del canon. Desde que empecé a leer mujeres en cantidad, desde que estudié sobre portabilidad de personajes de ficción me doy mucha cuenta de hasta qué punto prefiero, me tocan y me importan más esos personajes que no tienen monólogos interiores grandilocuentes. Que no viven recitando como personajes de una novela “clásica”. Igual que me caen mal los señores de verdad que se construyen ese personaje y viven su vida como si fuesen una novela del XIX.
Las autoras que me interesan tienden a describir desde lo aparentemente pequeño, a poner en la boca de sus personajes palabras que nos resuenan a todos. Procesos mentales absurdos muchas veces.
El otro día recordaba aquel viaje en coche por la A6, camino del hospital. Llovía. Yo lloraba. Tenía miedo. Todo el rato conduciendo repitiendo en mi cabeza un karma absurdo “Letizia debe estar de parto. Qué pena que los ojos no tengan limpiaparabrisas”. Mayo 2007. Dos horas y media llorando y repitiendo en mi cabeza “Letizia debe estar de parto. Qué pena que los ojos no tengan limpiaparabrisas”. Eso es lo que hacemos las personas en shock. No ponernos a racionalizar nada. Con suerte, con mucha suerte, eso vendrá luego.
Rodoredra sabe perfectamente que en medio del drama una piensa en los limpiaprabrisas o en las cagadas de las palomas. Y por eso su personaje se convierte en alguien real para ti desde la primera página del libro. Desde que baja emperifollada a la fiesta. Hasta que cierras el libro.
El aroma de los libros intenta algo parecido. Es una obra moderna que intenta contar a una mujer y una niña italiana desde el periodo de entreguerras hasta la década posterior a la 2GM. El estraperlo de las medias. El matrimonio como la única forma de trabajo de una mujer. La tensión campo-ciudad y cómo los libros te abren el mundo. Es una novela sencilla, entretenida de leer, escrita por una mujer amante de los libros no tanto como objetos como por su capacidad para darnos mundos, viajes, oportunidades, ideas, posibilidad de cuestionarnos cosas.
Desarthe lo sabe muy bien. Y “Cómo aprendí a leer” es una delicia de diario donde alguien con talento explica su evolución como lectora. Hasta qué punto saber leer, ser capaz de leer incluso contra su voluntad, le amplió la mente y las posibilidades. Incluso educativas. Le ayudó a entender un mundo en el que una mujer francesa, hija de migrantes de clase media, lista, en un entorno urbano, una niña digamos privilegiada respecto a muchas de las niñas de su edad en el mundo, resulta que tiene una marca imborrable de violencia de los hombres, una relación difícil con su cuerpo, con tu mente. Un proceso lento, sinuoso y duro para llegar a entenderse. Para llegar a entender los libros también. Desarthe decía odiar los libros mientras leía sin parar. Lo que odiaba era tener que “entender” los libros como otros dijesen.
Su odio visceral por Bovarie y luego su reconciliación con esa novela me ha hecho hasta plantearme volver a leerla con la ayuda de la voz de Agnes D. en mi cabeza
Solnit también tiene esa capacidad para hilvanar cosas aparentemente inconexas y poner su voz en tu cabeza y llevarte a recorrer los desiertos californianos dando saltos buscando también las diferencias entre poder como potencia y capacidad para hacer con otros y poder como violencia para imponerte a otros.
Un camino personal de Solnit para entender a su padre y salvarse de él y colocar su pérdida en un sitio que permita seguir caminando. Compartir su viaje con nosotras nos ayuda en nuestros procesos. Nos ayuda este año tan complicado. Porque la conclusión de Solnit es esperanzadora: déjate llevar por tus propios pasos. Abre bien tu sentidos. Oye, escucha, mira, nota, huele, saborea el mundo y a ti misma. Mastica y traga. Camina. Sigue. Sigue aunque no sepas dónde vas. Sigue porque no vas a ninguna parte y vas a todas las partes y lo que da sentido a la vida no es llegar a alguna parte, es sacar provecho de lo que vas encontrándote por el camino. Ella, que es brillante, aprovecha absolutamente cada cosa que vive. Ella, que además de brillante es generosa, es capaz de dejarlo escrito como un mapa. Para perderse sin sentirse desamparada. El arte de perderse...
De desamparo y no saber a dónde vas y caminos sinuosos sabía mucho Natacha de Carnés. Que una mujer sin formación, que una obrera infantil creciese convirtiéndose en alguien tan lúcido, con esa modernidad de Carnés, es sorprendente de una forma deslumbrante. Cada cosa que leo de Carnés quiero saber más de ella como ser humano. Me gusta lo que deja entrever.
Su crítica al amor romántico en Natacha es mucho más elaborada que la que hacen muchas personas hoy. Parece que criticar el amor romántico implica amargarte la vida y lo que Natacha te dice bien claro es que la única amargura viene de confundir con “amor” un sistema destinado a idiotizar a las mujeres para perpetuar su papel de mulas de carga en el mundo. Para mantenerlas controladas.
Natacha sabe que el amor no tiene nada que ver con dejar que ningún hombre te utilice. Y no funcionará nunca si no partes de un cierta situación de igualdad, sin una independencia. Sin un equilibrio. Sin tener un espacio propio, un lugar donde ser tú sin nadie y con todo lo que te hace tú. Y sobre todo no es posible si te pasas la vida deslomándote y viviendo en unas condiciones de absoluta pobreza e injusticia.
Noto un vínculo entre Natacha y “La Entrometida” de Spark. Sí, de verdad lo digo. Una es una obrera explotada en la España anterior al todo menos glorioso y mal llamado alzamiento. La otra es una mujer británica de clase media que quiere ser escritora respetada. Podría parecer que no tienen nada que ver pero ambos personajes, en su contexto, entienden perfectamente el valor de la indepenencia en todos los sentidos y toman todas sus decisiones con eso en la cabeza.
Spark es una autora divertidísima. Con esa ironía y ese sarcasmo de la gente brillante que los seres menos brillantes intentan imitar porque a todos nos gusta creer que hacemos humor inteligente. La diferencia, supongo, es el sentido de la crueldad. Muriel Spark es cruel con quienes son crueles y benévola con quienes no dan para más. Hay algo tierno en esa forma suya de reírse del mundo. De perdonar a las amigas de los muchachos, a las que se venden, te son desleales buscando, otra vez, el “amor” o la supervivencia dependiente. Y ser inmisericorde con ellos, esos ellos. Quienes pudiendo elegir, eligen dañar a quienes consideran inferiores. Hay algo tierno en su forma de aliarse con las ancianas a las que el mundo toma por locas, por idiotas, esas mujeres que, en cambio, no se rinden nunca.
La entrometida es deliciosamente entretenida. La prota es una autora explicando el proceso para publicar siendo mujer joven en la Inglaterra postvictoriana. La determinación de esa mujer capaz de soportarlo todo gracias a su inteligencia, su sentido del humor y a tener claro su objetivo, el lugar que quiere tener en el mundo.
La playa de Suances es uno de mis lugares del mundo. Donde descubrí que mi abuelo de más de 2 metros tenía miedo al mar incluso cuando el mar le llegaba por las rodillas y estaba calmo como un plato de agua.
Donde descubrí también el placer que me produce ir pasando páginas y páginas de un libro maravilloso mientras el sol cambia de posición en el cielo y la marea sube y baja. Leí por primera vez Nubosidad Variable en esa playa que sale en la novela, cerca de esa casa que sale en la novela. Esa novela que es el germen de estos libros para verano. Volver allí ha sido tan gustoso como aquel primer viaje. No soy la misma persona y me ha gustado mucho también entender hasta qué punto cada uno leemos un libro. En aquel momento para mi fue fundamental leer abiertamente de una mala relación con una madre. Era un tema del que nunca había leído hasta entonces (es lo que tiene el canon clásico de los señores, que las mujeres se relacionan siempre mediadas por hombres, en función del papel que los personajes femeninos tienen respecto a los masculinos).
Ahora eso me ha importado mucho menos que el amor cuando muere, cuando se intoxica, que la amistad cuando empieza a ser competencia. Lo que no ha cambiado es mi sonrisa con el cazamarioposas, los juegos de palabras, la gente que necesitamos escribir.
RIta Indiana necesita escribir. Y tiene además un talento descomunal. Papi es la voz de una niña con una vida de mierda intentando convertir esa vida de mierda en algo habitable. Papi es un relato onírico, vertiginoso, divertido, penoso, infantil en crecimiento, dulce, duro, durísimo, dulcísimo hasta el mismo hueso. Papi es como absolutamente todo lo que escribe Rita Indiana. Una obra de arte conmovedora y llena de intención. Podría seguir escribiendo sobre Rita y su talento para la literatura. Pero me voy a limitar a volver a insistir. Leedla. De verdad. Leed su Caribe y su cabeza...
Podría también hacer una broma pésima con la cabeza de Rita y el cuello cortado de Celanire pero prefiero hablar de la conexión Caribe. De esa diferencia entre el lenguaje propio de caribe en algo parecido al español de Rita y el lenguaje propio del caribe de algo parecido al francés de Marysé Condé.
Ambas tienen en común la originalidad, lo onírico. Lo mágico. Una mirada a la desigualdad, la marginación, el clasismo, el racismo, la consecuencia del colonialismo en el presente y en los futuros. La fuerza por sobreponerse a eso. Celanire Cuellocortado es una forma para mi desconocida de narrar el anhelo, el deseo no saciado en sentido amplio (también el deseo de venganza pero no solo, ni mucho menos solo ese deseo), la búsqueda. La vida con un objetivo obsesivo que solo una misma conoce. Es, digamos, un cuento de hadas. Un cuento negro de hadas.
Las niñas salvajes de Le Guin es una fábula, hasta cierto punto. Una fábula de ciencia ficción sobre los sistemas que se basan en la sobreexplotación de los recursos y en la consideración de una parte gigantesca de la humanidad como meros recursos. Personas que son cosas que cumplen una función. Fuerza de trabajo, hacedoras de herederos o de más fuerza de trabajo. El peligro de resignarse o de aliarse con ese sistema para mejorar tu lugar en él en lugar de evitar que nadie pase por eso más nunca. Jamás así.
Y hasta cierto punto La herencia de Vigdis Hjorth no es más que la historia de alguien que rompe la baraja. Que se niega a aceptar como válido lo inaceptable. El incesto se tapa con miedo y con dinero. La protagonista de este libro encuentra una forma de resistirse rodeada de gente que te recomienda “no llevar las cosas tan lejos” cuando lo que quiere decir es “no me hagas a mi pasar por una pequeña incomodidad aunque necesites eso para superar el drama y la violencia, para sentir una mínima reparación. Algo parecido a cierta justicia”. Se nos llena la boca hablando de empatía pero generalmente es para pedir empatía a otros. La empatía, la de verdad, te obliga a hacer algo. A tomar partido, al menos. Lo otro es hipocresía. Decirle a alguien “te entiendo, es durísimo” y seguir todo como si nada no es empatía. Y la herencia explica también cómo a veces nosotros mismos no somos capaces de aceptar qué nos ha ocurrido y qué necesitamos para resolverlo. Nos parece más sencillo fingir la calma que enfrentarnos al miedo. No esperaba tanto de este libro que encima está realmente bien escrito. Con mucho tacto. Con mucho cuidado. Sin buscar el morbo. Sin hacer más amable el drama pero permitiéndonos llegar hasta el final. Porque es importante llegar hasta el final, sea ese el que sea.
Pero puede que mi libro favorito este verano haya sido El Olor del Bosque. Setecientas páginas de puro placer. No quiero explicaros nada del libro. Ni siquiera sé si puedo. Es un manual para la pérdida. Vivir es elegir. Vivir es renunciar. Vivir es perder gente importante. Y seguir adelante y buscarle un sentido al viaje solo de ida. El olor del bosque se empeña en la importancia de mirar los detalles. Llegar hasta el fondo de lo que importa. Intentarlo siempre todo hasta el final. Tratar de entender el mundo, de asegurarte de que vas con los buenos. Porque sí. Hay buenos y malos. Y no da igual. Los buenos no son perfectos ni infalibles. Pero son buenos. Y los malos a veces son majos y no parecen peligrosos pero son malos. Y no todo es solo bueno o malo. Pero hay buenos y hay malos. Y no da igual. Y tenemos una responsabilidad. Estoy un poco harta de fingir que “hay matices” cuando no hay matices. Hay una diferencia gigantesca entre tratar de entender y justificar. Creo que el olor del bosque explica muy bien esa diferencia. La cuenta muy bien. Es gustoso de leer. Es un sitio en el que estar unas cuantas horas. Un paseo maravilloso. No sé. Leedlo.
P.S. Gracias a todas por jugar conmigo a este juego también este verano raro. Volveremos seguro en 2021. Con o sin vacunas. Ojalá que podamos tocarnos y abrazaros y estar juntos y sudar juntos y respirarnos encima sin miedo. Ojalá.
*P.P.S Además de estos he leído otros cuantos más. Dos de Sally Rooney (cien veces mejor Conversaciones entre amigos que Gente normal) . Una joya clásica de la narrativa japonesa que es pura luz, libros sobre mujeres que pasean por las ciudades como forma de revolución. Mujeres que se rodearon de libros y talento haciendo de NY una ciudad todavía más mágica, novelas argentinas adaptadas al cine sobre la obsesión de un hombre vulgar, cuentos de una canadiense deliciosa recordando su infancia y juventud y sobre todo Niña, mujer, otras. Una narración absolutamente vertiginosa y certeza que repasa TODAS las dudas, contradicciones, debates, incongruencias y problemas del feminismo de los últimos 50 años. Que nos recuerda a las blanquitas que somos blanquitas y a todas que la única forma de sobrevivir es cuidándonos unas a otras para poder avanzar en lugar de dar vueltas en círculos cada una a nuestros ombligos.*
P.P.S Alguien llegó hasta aquí?? Gracias otra vez. Por la infinita paciencia con esta pelma voraz. Feliz otoño. Cuidad, cuidaos, dejaos cuidar...