Mis libros de 2023
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Todavía es enero así que finjamos que esto llega justo a tiempo…
En 2023 leí por placer 35 libros, y esta expresión que uso siempre, es especialmente apropiada para el año en que el reto de lectura era Deseo.
Un total de 11 de esos 35 eran mujeres o personas no binarias contando el deseo en cauqluier género. No está mal.
Creo que el libro que más me ha marcado de este año, ese que recordaré siempre, fue La gula, que terminé hace ahora un año. La gula es un libro voluptuoso. Asako Yuzuki narró a japón, el feminismo, el hambre, el hedonismo, la lujuria y el saboreo de esa forma aparentemente minúscula pero que luego resulta enorme. Una forma de narrar que casi nunca encontraba cuando casi siempre leía solo a hombres, cuando solo leía lo que el canon decía que era importante. Cuando me aburría y me frustraba y me enfadaba mucho más y dejaba más libros a medias de pura hartura.
La crítica ha dicho que es una versión japonesa del silencio de los corderos. Yo creo que quien ha escrito eso no ha leído la novela. Pero en fin. Yo qué sabré si soy solo ua chica. Solo diré una cosa: no me gusta excesivamente la mantequilla y leyendo este libro sentía que era un manjar insuperable. No sé. Estoy deseando que pase el tiempo suficiente como para poder leerlo otra vez y volver a saborearlo.
De los últimos libros del año fue Amarilla. Esta vez de una autora china, Rebecca F. Kuang. Un libro sobre la presunta dictadura de lo políticamente correcto, de las minorías representadas, sobre el éxito, la industria cultural, y cómo la creación cultural sale perjudicada de modelos ultraliberales y ultracompetitivos donde todo es un concurso. Narrado como un thriller fantástico. No sé, seguro que lo han comparado con cualquier cosa creada por un señor que se parece como un huevo a una castaña a este libro original, oscuro y amarillo. Yo os lo recomiendo muchísimo.
Leí también poemas de Deseo. María Sotomayor ha creado en La furia un poemario arrebatado e íntimo de cuando todo se termina apagando pero quedan en la piel y en todas partes, recuerdos del incendio recién consumido y la posibilidad recién terminada. Hay algo muy potente en escribir sobre el deseo viejo cuando ya ha mutado en otra cosa. Yo creo que es algo que hacemos también más las mujeres. Que los hombres, con esa manía suya de saltar de cosa en cosa intentando no pensar en nada que importe o debilite, en nada que dé sensación de descontrol, eligen consciente y cobardemente evitar. Los hombres escriben del daño del desamor, pero no del recuerdo del deseo cuando les hacía florecer. No del recuerdo de aquel descontrol. Porque en general les incomoda el descontrol que no “fructifica”. Una de las cosas mágicas del deseo es para mi justo esa: es un espacio donde el descontrol efímero es el estado de gracia. La única forma posible. Y María Sotomayor lo sabe por experiencia. Como se saben estas cosas.
Leí sobre El esplendor de la señorita Jean Brodie, donde Muriel Spark habla del deseo de gustar y cómo de compatible es eso con ser una mujer que va envejeciendo y no quiere dejar de jugar a ese juego. Es una novela triste aunque te haga reír, feminista aunque parezca comprar todo el pack victoriano rancio. Muriel escribe sobre la envidia, la competencia entre mujeres, la capacidad para soñar y resistir. Sobre el tiempo que pasa. Sobre el placer que se esconde y el que se exagera. Pero por encima de todo escribe sobre la capacidad para elegir tu disfrute aunque tengas que ir contra viento y marea.
Leí a Mona Chollet teorizar sobre el amor y estuve mucho menos de acuerdo con ella de lo que esperaba. Quise encontrar deseo y encontré estatus. Quise encontrar a una mujer cuestionándose el sistema y encontré planteamientos muy poco disruptivos y que apelan muy poco a mi punto de vista actual. Quizá con 20 me habría flipado. No lo sé. No quiero más teoría de juegos cansina sobre relaciones heteros. No quiero hablar del valor que se aporta y el que se recibe. Ya no. Eso ya lo tengo claro.
Leí la Useless Magic de Florence Welch. Pasión por crear. Deseo a raudales. La necesidad de convertir todo eso en algo que perdure. Esa sinceridad a flor de piel de cuando creas, absolutamente expuesta, sin barreras ni filtros, sin saber qué vas a hacer con el resultado. Solo con la necesidad de explicarte.
Leí a Andrea Nunes Brions y su poemario disidente de deseo gordo y lesbiano. Leí el tributo a Safo de René Vivien. Ambas obras en el volúmen reversible de la cosecha de @LibreFeministaEdita.
En verano Marta Jiménez Serrano y el amor romántico. Tengo la sensación de que ese libro me ha gustado mucho menos que al resto de gente. Creo que tiene que ver con que no se cuestiona nada los mitos. Y los mitos me agotan. Puede que por eso me gustase tanto “El estado del mar” donde Tabitha Lasley dedica todas y cada una de las páginas del libro a cuestionarse el origen del deseo de la voz que narra, hasta qué punto compramos como empoderamiento y control sobre el cuerpo algo que es más de lo mismo. Cómo se juega a según qué juegos sin caer en trampas para animales a los que les han dicho que las trampas son el éxito.
No sé. Hay algo crudo y tierno en El estado del mar. Y la voz que narra se entiende a sí misma meintras finje que intenta entender a “los hombres”.
Otro de esos libros que dejan poso y que leí en 2023 es La señorita Haas de Michele Audin. Periférica edita auténticas joyas. Busco con ansia la media cubierta roja por las mesas y las estanterías. Todas las mujeres que salen en los pequeños relatos del libro se apellidan Haas, vivieron en Francia a mediados del siglo XX. Me hace gracia que la nota de la editorial hable todo el rato de que son “mujeres anónimas” cuando en realidad lo que creo que intenta decir Audin es lo contrario: ninguna mujer es anónima. Y narrarnos, narrar la aparente menudencia de nuestras vidas de personas con nombre y apellidos, que no buscan trascender, solo ser, es una forma de creación cultural profundamente política. Enriquecedora. La celebridad, como el deseo, como todo, están okupados (no quiero usar colonizados porque sigo siendo blanca) y es imposible liberarse si no sabes que estás encerrada.
Audin escribe muy bien y muy poco canónica en muchos de los sentidos que utilizo cada vez que nombro al canon de los cojones. Audin no busca epatar, no necesita que cerremos el libro pensando que escribe muy bien o que es brillante. Pero es que escribe muy bien. Y es brillante. Y discreta.
También he leído unos cuantos poemarios más, algunos ensayos, cuadernillos y etc sobre deseo de los que hablé por tuister y seguiré hablando en 2024 (hace por lo menos 10 minutos que no digo “LEED EYACULACIÓN RESPONSABLE”, por ejemplo)
Y por supuesto todos los #librosparaverano de los que ya hablé en el Epílogo otoñal
En 2023, ya sabéis, leí por placer menos que otros años porque hice, por gusto pero también por necesidad, junto a dos amigas maravillosas, unos cuantos episodios de Por qué Shonda en los que, además de ver series, tengo que leer un montón de cosas que parece que no leo pero sin las que no podría construir un discurso coherente. Leer, es una herramienta para pensar.
Este año he recordado mucho a Miren, mi querida librera, que insiste todo el rato en el privilegio que supone poder leer ensayo y en cómo muchas veces preferimos leer cosas más “fáciles”. Hay mujeres que no pueden leer ensayo. Que no tienen tiempo, la cabeza lo suficientemente en calma para asimilarlo, y creo que parte de nuestra política pequeña es leer para que otras que no pueden encuentren otra forma de empezar los procesos mentales que nos cambian la vida.