Cajón Desastre

Libros

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Escribir en la cajita que no es blanca porque en el SXXI hemos resuelto el miedo a la página en blanco eliminando las páginas y el fondo blanco.

En el siglo XXI tecleo, sin embargo, en una cajita amarillo pálido. El mero hecho de teclear ya es raro de tan normal.

Aun recuerdo cuando aprendí mecanografía, a usar todos los dedos, a conectar los dedos con las neuronas, con la piel, a darle a eso la velocidad precisa. O la lentitud necesaria.

La gimnasia. Permitir a mis dedos torpes, a mis manos gordas, a mi zurdez reconvertida, alcanzar el ritmo alocado al que pienso o siento o lo que sea algunas veces.

Dejar de escribir a mano porque con el boli, esas mismas veces, no soy capaz de ir tan rápido como el impulso extraño.

No saber qué demonios vas a escribir.

La metáfora de siempre.

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Terminé ayer de leer “La reina de las nieves” una novela que Martín Gaite empezó a escribir a finales de los 70 y terminó el 1 de mayo de 1994. Yo tenía 14 años. Ya era feminista de una forma tan guerrera como lo soy ahora. Pero no podía ni imaginar que un día íbamos a estar en medio de según qué guerras. Hablando de Gestación subrogada y de altruismo. Supongo que Martín Gaite tampoco imaginaba cuando ponía el punto final que nos íbamos a ver aquí . Que yo iba a leerla en este contexto.

He dejado a propósito de compartir fragmentos del libro en el momento en que he empezado a intuir de forma innegable dónde iba a ir a parar la novela. Su vínculo con la idea de maternidad. No sé muy bien. Era como si necesitase llegar ahí. Al final del viaje que es al revés y a la vez es igual y a la vez no tiene nada que ver con el del cuento de Andersen que le da nombre.

Esa es la grandeza de las novelistas diosas. Te van llevando de la mano, sugiriendo cosas, y no hay moralina ni hay ego. Están sus palabras resonando para ti, en tu cabeza, a tu servicio. Siendo la belleza, el puñetazo, el alfiler o el fogonazo.

Siendo lo que necesitas que sean para entender lo que sea que tú tienes que entender.

La reina de las nieves es una novela pequeña que me ha hecho pensar en el amor, la maternidad, el miedo, el vértigo bueno y el malo, la gente que te salva, la importancia de escribir, de leer, de pensarse, de dar vueltas a la aparente nada, del pensamiento espiral, de lo escondido y lo secreto que en el fondo se sabe.

Es una novela pequeña sobre el mar, los viajes en sentido literal y figurado, las búsquedas, los encuentros, la rebeldía, la madurez, la valentía de enfrentarse a tus miedos. Lo febril. El frío.

Es una novela pequeña que ella define como compleja de escribir en su encantadora nota previa. Fácil de leer, definitivamente.

Bendita sea Carmen Martín Gaite por emocionarme tanto. Por dejarme un nudo en la garganta, un poso deshaciendo esquirlas heladas. Algo en lo que pensar en un viaje veraniego. Incapaz de pasar a la siguiente novela porque seguía allí. En aquel mar del norte de hace muchas décadas, una nochebuena por la tarde.

Necesitaba llorar lo que no lloré anoche. Llorar por nada y porque sí. Por esto que ella escribió casi al final , supongo.

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