Belén Gopegui tiene fama de reservada. Su página de Wikipedia parece la biografía breve que incluye la editorial en la nota de prensa de un autor en quien no tiene excesiva fe. Su biografía es una aséptica sucesión de fechas, trabajos y obras publicadas. Su biografía habla de quién es mucho menos que sus novelas. No por ese tópico de que «el autor está siempre en sus personajes» sino porque sus obras, todas sus obras, son un compromiso con el mundo en que vive y una mirada valiente a ese mundo. Ha respondido a todas nuestras preguntas con la misma franqueza, con esa misma voz con la que escribe sus libros.
¿Qué es para ti el canon literario y en qué medida o aspectos te ha afectado o influido como escritora?
Al principio el canon era como el cielo de los escritores, formulado así, en
genérico masculino digamos inconsciente: imaginaba, por ejemplo, a Flaubert, a
Tolstoi, a César Vallejo, a Cernuda, y quería estar allí. Luego aprendes que no existe un Flaubert a secas sino uno cargado de todo lo que la cultura, casi siempre dominante, le ha atribuido. Así que al principio creo que sí me afectó ese canon dominante, ese cielo dominante valga decir. Hoy sigo admirando con pasión a figuras que estarían en él, pero el canon como se sigue entendiendo ha desaparecido de mi horizonte y se ha abierto la constelación de textos con nombres de otros géneros, nacionalidades, razas, y también con textos que a veces están fuera de lo que se suele entender por literatura.
EL CANON COMO SE SIGUE ENTENDIENDO HA DESAPARECIDO DE MI HORIZONTE Y SE HA ABIERTO LA CONSTELACIÓN DE TEXTOS CON NOMBRES DE OTROS GÉNEROS, NACIONALIDADES, RAZAS, Y TAMBIÉN CON TEXTOS QUE A VECES ESTÁN FUERA DE LO QUE SE SUELE ENTENDER POR LITERATURA
Cristina Peri Rossi es una escritora clave de la literatura en castellano. Ha escrito ensayo, novela, cuento y poesía, creando una obra en la que reflexiona en profundidad sobre temas como el amor, el deseo y el exilio.
¿Cómo definirías el deseo?
No existe “el deseo” sino deseos, diferentes, múltiples y en cada caso son la expresión de nuestra subjetividad. Tal es así que a nadie se le ocurre preguntar “por qué a Laura le gusta Ester». Partimos de la base de que el deseo no es «razonable», sino íntimo, personal e intransferible. Por otro lado, la industria intenta imponernos deseos de consumo múltiples y colectivos, «marcas» y esto es igual para un auto que para una canción.
Por tanto, hay un deseo social diferente al sexual, como hay otros deseos (dinero, fama, éxito) no sexuales, aunque a veces se erotiza hasta el dinero.
¿Cómo crees que afecta la tensión entre haberte educado en una sociedad heteropatriarcal y haber vivido tu deseo no hetero y no vinculado directamente a los hombres?
Hasta 1973 la asociación Internacional de psiquiatría consideraba que la homosexualidad era una enfermedad mental, por tanto, un deseo no heterosexual era estar loca. El psicoanálisis no mejoró mucho las cosas, porque considera que las mujeres sienten envidia del pene (literal y simbólica) y que la madurez psíquica de una mujer es el orgasmo vaginal. El sufrimiento, la angustia, la represión, los suicidios, la soledad que todo esto causó son incalculables. La sexualidad, como otras manifestaciones del patriarcado, consideraba a la mujer como reproductora, ama de casa u objeto sexual. Electroshocks, comas insulínicos, matrimonios a la fuerza, hospitalizaciones de por vida…esos eran los instrumentos de castigo para el deseo lesbiano.
Muchísima represión y muchísimo dolor. Y discriminación. Pero siempre hay alguien que lucha y sufre y se levanta. Soy completamente consciente del papel que he jugado con mi obra, con mi vida y de las discriminaciones que he sufrido. Conozco otras escritoras que por no pagar ese precio viven ocultando sus relaciones, como si fueran machos adúlteros y la sociedad las halaga, las premia, las reconoce. Hacen como si… la sociedad (o sea, el patriarcado) siempre preferirá a una lesbiana oculta a una asumida, a la cual le reprochará, además, no ocultarse.
Virgie Tovar, activista gorda estadounidense, acaba de publicar en castellano Tienes derecho a permanecer gorda, un ensayo en el que critica la cultura de la dieta y reivindica el derecho a disfrutar de nuestros cuerpos.
Almudena Hernando es arqueóloga. Ha dedicado buena parte de su carrera de investigadora a entender cómo se construyen las identidades en las diferentes sociedades. Su libro La fantasía de la individualidad (2012) se ha convertido ya en un referente para muchas feministas por su capacidad para explicar la construcción del orden patriarcal partiendo de la falsa separación entre razón y emoción y las estrategias para quitar valor a lo relacional.
¿Qué estrategias podemos seguir nosotras desde el activismo para dar importancia a lo relacional?
Muchas veces me preguntan cómo se pasa de lo que planteo a una propuesta sociológica. Yo creo que esa tarea corresponde a los sociólogos. En términos personales creo que es muy importante, como me cuentas que estáis haciendo vosotras, la participación en grupos. Para mí han sido imprescindibles los grupos de amigas, de amigas que estaban en el mismo punto que yo. Mujeres que estaban siendo conscientes de que tenían unos determinados problemas y que estaban interesadas en leer y, a través de la lectura, pensar. Eso para mí ha sido fundamental. Este libro sola no lo hubiera podido escribir.
Lo que hago yo es pensar lo que me ha pasado, mi interés ha sido aclarar mis ideas. La sensación que tenía antes, y que creo que tienen muchas mujeres, es que existe un desajuste entre las cosas que te dicen y lo que tú sientes y experimentas. Entonces te parece que el problema lo tienes tú, que tú eres la desajustada en la sociedad. Fui encontrándome mujeres que tenían la misma sensación que tenía yo y para mí eso fue muy importante para darme cuenta que la desajustada no era yo. Lo desajustado era el discurso. Esta puesta en común me parece muy transformadora. La transformación social debe empezar por lo local por estos grupos de personas con las mismas inquietudes. Pero además, para pasar esta propuesta a lo sociológico hay que tener claro internamente el cambio, haber pensado en términos personales, o el cambio se queda en la apariencia.