Cajón Desastre

Porque hay cosas que siguen sin caberme en un hilo de tuister

“To improve is to change, so to be perfect is to have changed often.” — Winston Churchill

Aunque es probable que más que una cita original (con Churchill ya se sabe) sea un préstamo del Cardenal Newman:

“In a higher world it is otherwise, but here below to live is to change, and to be perfect is to have changed often”

“Allá arriba es distinto, pero aquí abajo vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado con frecuencia”

Desconfío mucho de la gente que no cambia nunca (ni de opinión ni de nada)...

Tags: #random

Tags: #libros #librosparaverano

Este 2019 pasará a la historia como el verano del casimilagro. Sólo he dejado a medias dos de los libros. Claus y Lucas. Es un libro duro. Mucho más adecuado para cualquier estación del año menos cálida. Pensado más bien para leer con una taza humeante y una manta en algún sofá con alguien al lado que te quiere lo suficientemente bieni como para dejarte leer tranquila. Claus y Lucas es un libro poco pensado para playas, trenes, siquiera metros. Hay una maestría en Kristoff, sin embargo, que me ha hecho reservarlo para el comienzo del otoño. Cuando termine de leer los testamentos de Attwood. Claro.

Leer más...

Tags: #feminismo #cuerpo

Cuando digo que soy española nadie me responde “pues no se te nota nada” o cuando digo que soy mujer nadie apostilla “no seas tan dura contigo misma” o “pues yo te veo fenomenal”.

Cuando digo que soy gorda, o que tengo casi 40 la gente siente que, en lugar de estarme describiendo, me estoy insultando.

Es normal. En esta sociedad nuestra, una mujer mayor de 30 no interesa para nada. Lo sexy es tener 18 y aparentar 14 para que los hombres adultos estén legalmente cubiertos.

Es normal. En esta sociedad nuestra, “gorda” es el insulto definitivo. La forma de hacer daño a una mujer. Se llama gorda a una chica que usa una talla 36 y eso le afecta. Porque ser gorda es lo peor que una mujer puede ser. Siendo gorda no se puede ser sexy. Que es lo importante si eres mujer. A las gordas que les ponen a los tíos hay que llamarlas “curvy” o alguna mierda así. Para que ellos no se sientan tan mal con su propia disonancia entre lo que les han dicho que debería gustarles y lo que les gusta en realidad.

Leer más...

Tags: #feminismo #interseccionalidad

Yo nací un soleado día de marzo. A mediodía. Un médico me miró los genitales y determinó que era niña. Hasta ese momento iba a ser un niño llamado Carlos por algo que otro médico vio en una ecografía.

Esa diferencia externa, sin más, determinó que pasase a ser Beatriz, que me agujereasen las orejas para poder llevar pendientes, , que me dejasen el pelo largo, que me enseñasen a hablar bajito, sentarme con las piernas juntas, ocupar poco espacio, hacer poco ruido, responder poco, sonreir mucho, callarme más.

No nací mujer, llegué a serlo. Y lo asumí como algo inmutable. Mi madre decía que ella quería haber sido un niño porque los chicos podían hacer más cosas. Yo no la entendía y hasta cierto punto sigo sin hacerlo. No quiero ser un hombre, definitivamente, por más ventajas que tenga. Supongo que porque su reflexión y la de las mujeres de su generación consiguió dejarnos a nosotras un poco más de espacio, dentro de los límites de lo aceptable en las mujeres, claro.

En los 50 ser etiquetada como mujer era todavía peor que en los 80. Y la educación de la sección femenina no les dejó a nuestras madres mucho aire para respirar entre la presunta realidad inmutable y lo que sentían todo el rato. Lo malas mujeres que eran cada vez que se paraban a pensarlo. Así que seguían adelante como podían.

No nací mujer, llegué a serlo y lo asumí como algo inmutable a pesar de que el concepto de mujer en el que me educaron a mi no se parecía en muchas cosas al concepto de mujer en el que educaron a mis abuelas. Pero a pesar de todo esto durante muchos años mi lucha no fue contra la categoría mujer: fue contra el contenido de esa categoría. Sigue siéndolo la mayor parte del tiempo si no me paro a pensarlo. Sigo cometiendo ese error demasiadas veces.

Desde muy pequeña decía “las niñas también....” y me peleaba para que en la categoría mujer cupiesen mujeres como yo y también mujeres totalmente distintas a mi. Nunca por salir de la categoría mujer ni tampoco porque dejase de existir una organización del mundo en el que lo que yo era, vivía, sentía, pensaba y hacía dependía de la apariencia de mis cuerpo.

Luchaba por ampliar la jaula. Digamos.

Cuando naces, creces, te educas en un sistema patriarcal y capitalista hay cosas que no te paras a pensar tan facilmente.

Como por ejemplo qué tiene de beneficioso para la mayoría de la humanidad etiquetarla en función del aspecto externo de sus genitales y asociar unas características presuntamente inmutables (y que sin embargo cambian todo el rato cuando le conviene al sistema) a ese aspecto.

Hasta que un día te paras. Porque tienes 14 años y una bibliotecaria te lleva de la mano a cierta estantería y hay un libro que te recuerda varios diálogos de broma en pelis, series y esqueches de la tele. En los 90 leer a Simone era de mujeres repelentes y aburridas a las que los galanes de las películas fingían escuchar para poder tener sexo con ellas. Y yo tenía 14 años y solo pensaba “qué tendrá de malo Simone, cómo se escribe Beauvoir, cómo se pronuncia Beauvoir y por qué demonios un tío querría sexo con una mujer que le parece repelente y aburrida” Todavía no sabía entonces que para muchos hombres follar es siempre y solo una muestra de poder y no de deseo.

En los 90 leer a Simone era de repelente y yo nunca jamás he sido simpática. Así que leí a Simone. Entendí muy poco. Pero me quedó muy claro que no se nace mujer, que se llega a serlo y que las restricciones que la educación y la costumbre imponen a la mujer limitan su poder sobre el universo”.

Tampoco sabía entonces que hay más definiciones de poder que las que me enseñaban los hombres. Aunque estaba empezando a entenderlo sin darme del todo cuenta. Porque leí aquella frase de Simone y quería tener poder sobre el universo. No tener límites. Y cuando pensaba en qué haría yo con el poder, eso tenía siempre muy poco o nada que ver con imponerles a otros mis formas de vivir, pensar o sentir.

En el 95 había un concurso de debate sobre la necesidad de tomar medidas para la igualdad entre hombres y mujeres y mis compañeros de clase me señalaron como candidata. A los 15 ya daba la paliza bastante con “la igualdad”. Estaba empezando a pensar con excesiva frecuencia en todas las implicaciones insufribles que tenía para mi ser mujer.

No podía elaborarlo aun. Pero una cosa que llevaba años molestándome era no tener derecho a que mis enfados se tomasen en serio. Y eso me enfadaba muchísimo mas, claro. Me sigue enfadando muchísimo más, realmente. Y hemos avanzado muy poco en esto también.

Todavía no me había parado a pensar jamás en el género. En el binarismo. En todas esas palabras que a los raesaurios y a los machiprogres y a los fachas vestidos de lagarterana les parecen horribles porque nos dan herramientas para pensar el mundo desde sitios que no controlan.

Pero ya no son los 90. Ya no tengo 15 años, he olvidado casi todo lo que leí de Simone como de contrabando, de pie en la biblioteca municipal Rosa Chacel que llevaba un año escaso abierta y todavía olía más a mueble nuevo que a libros y polvo.

Ya no son los 90 y las mujeres trans, los hombres trans, han venido a mi vida a cuestionar las categorías mujer y hombre tal y como las entiendo o las entendía.

No ha sido fácil para mi. Sigue sin serlo muchas veces. Nadie dijo que fuese fácil ser feminista. Pero es importante. Ni siquiera estoy segura de ser capaz de terminar de escribir esto sin decir alguna burrada, hacer daño a alguna persona trans.

Las mujeres trans llegaron a mi vida a través de Bibiana Fernandez, que todavía era Bibi y más en concreto “Manolo”. Es un tío, un travelo, decian los adultos a mi alrededor. No ves sus manos? No ves su estatura? No ves su nuez?

Era gracioso porque en mi casa mi madre es más alta que mi padre. Pero tiene las manos pequeñas. Y supongo que eso compensa el terrible error de medir más de 1,60 y pesar más de 50 kilos.

Era gracioso porque aunque crecí oyendo mensajes horribles sobre mi cuerpo demasiado grande, demasiado gordo, demasiado torpe y demasiado mal yo miraba el cuerpo de mi madre y lo veía fuerte. Poderoso. Y no entendía muy bien qué tenía de malo “acabar como ella”.

Bueno, he acabado claramente peor según los estándares. Ocupo mucho más espacio que mi madre. Me gusta ocuparlo.

Me hace menos “femenina” y eso, que antes era malo, pasó de pronto a ser, como el feminismo, importante.

Las mujeres trans llegaron a mi vida como una excepción de la que los adultos se reían para hacerme plantearme una vez más qué me convertía en mujer.

En 1998 alguien me dijo que era muy femenina y me lo tomé como un elogio sorprendente. Nadie jamás hasta ese momento me había considerado un ser de calidad suficiente dentro de la categoría mujer.

Pregunté por qué. No me supieron explicar qué me hacía femenina. No olvidé aquella conversación en unas escalera de mármol y me he arrepentido muchas veces de haber vivido aquello como algo bueno.

Casi me rindo. Casi. Pero no. Aquí estoy. Después de Bibiana llegaron muchas otras. Espero que lleguen muchas más. Mujeres que hacen como hacemos todas a veces, potenciar lo femenino, lo que no molesta, lo que no hace daño, lo que nos identifica como mujeres, para no sentirnos fuera de lugar.

Y eso, de pronto, es un problema. Que una mujer trans a la que todo el mundo le dice que hace mal lo de la feminidad se esfuerce por ser “femenina” siguiendo los estándares de quienes deciden qué es ser mujer, de pronto las invalida.

Y a mi, en cambio, no. Por más incoherente que sea cuando me depilo.

Mi cuerpo tiene pelos. Pero eso no es femenino a pesar de que todo el mundo diga que soy mujer. Así que me arranco los pelos de las piernas, de los muslos, de las axilas. De cualquier lugar donde alguien opine que las mujeres no deberíamos tener pelo. Si una mujer trans hace eso mismo hay feministas que consideran que eso es problemático. En nosotras no. En ellas sí.

No quiero que mi cuerpo geste ni para una criatura, no quiero criar un hijo. Y eso no es femenino. Llevo 30 años teniendo que justificar mi deseo de no ser madre. Teniendo que explicarlo. Siendo juzgada incluso por quienes dicen querereme que algunas veces piensan que no tengo hijos porque no he encontrado con quien. Resulta que es más bien al revés. Que mi negarme a ser una mujer como dios manda, mi negarme a parir o a gestar o a criar hijos me ha convertido en un problema que resolver para hombres que decían quererme.

He vivido todo eso y he vivido también cómo las mujeres trans me ponían delante del espejo de mis propios prejuicios sobre la categoría mujer y me hacían comprender que estaba siendo parte del problema al limitarme a agrandar la jaula. Pero a la vez se han convertido en unas aliadas maravillosas para ese primer paso de ampliar la jaula. Ampliar el espacio que tiene la categoría mujer en el mundo y en mi cabeza.

Ya no pienso que una mujer es un ser humano que menstrúa. Resulta que hay mujeres cis que jamás han tenido la regla pero han sido colocadas en la categoría mujer sin más problema. Ya no pienso que una mujer es un ser humano con útero o matriz. Conozco a muchas mujeres que no tiene nada de eso y siguen siendo mujeres. Cuando yo era joven los médicos decían que iban a “vaciar” a las mujeres cuando les quitaban el útero. He visto a muchas mujeres sin útero bien llenas de cosas. Ya no se dice pero hay mucha gente que sigue pensando que las mujeres cis sin útero están vacías. Nadie duda, en cambio, de que son mujeres.

Ya no pienso tampoco que una mujer es un ser humano con tetas. Angelina Jolie, la Santa Águeda de nuestra época se las cortó y lo contó y sigue siendo mujer aunque no tenga tetas.

Y a base de pensar en las cosas que presuntamente les faltan a las mujeres trans para ser consideradas mujeres me he dado cuenta de que lo único que les falta es que los de fuera las etiqueten como mujeres. Y que lo único que todas nosotras necesitamos para ser mujeres es que otros nos digan que lo somos. Me he dado cuenta también de lo poderoso de ponerte delante del mundo y decir eh: tú no me vas a decir a mi cómo me defino, cómo me etiqueto o dónde me colocó entre las opciones que me ofreces.

Y por eso me duele tanto oir estos días a mujeres hacer discursos, en nombre del feminismo, que podría hacer un señor de Vox.

Del mismo modo en que me duelen los discursos abolicionistas de la línea dura y por los mismos motivos.

El feminismo para mi implica cargarse el heteropatriarcado capitalista. Una organización del mundo que se basa en que para que unos pocos tengan recursos ilimitados otros muchos tienen que sufrir. En el post patriarcado no existirá el género: la gente nacerá y ningún médico mirará sus genitales para nada, porque no hace falta. En el post patriarcado “el problema” de lo trans no tendrá sentido porque cada persona vivirá como mejor le parezca independientemente de la forma o el tamaño de su cuerpo, del color de su piel. En el post patriarcado tampoco tendrá sentido hablar de gente hetero, gay, lesbiana o bisexual. La gente querrá y deseará y follará y besará y tocará y acariciará a quien quiera sin pararse a pensar en eso. En el postpatriarcado la prostitución no tendrá sentido tampoco porque habemos dejado de entender el sexo como una forma de violencia que permite a una parte de la humanidad sentir que tiene el poder sobre otra parte de la humanidad. Pero para ese mundo que ahora parece la utopía inalcanzable queda muchísimo. Y mientras tanto tenemos la obligación de ampliar la jaula y proteger lo máximo posible a las personas del daño del sistema. Llamar “tío” a una persona que te dice que es una mujer trans es lo contrario de proteger a nadie. Decirle a una mujer que se prostituye que está alienada y no sabe lo que dice es lo contario de proteger a nadie. Usar tu poder, tu espacio, tu voz pública para debilitar y hacer daño a quienes sientes distintos a ti o lejos de ti o peores que tú es lo contrario de avanzar hacia la utopía.

Y me preocupa y me duele. Somos nosotras las que deberíamos estar explicándole al mundo que mujer se llega a ser y que hasta la fecha hemos llegado a ser mujeres por imposiciones externas. Que ser mujeres implica ser personas con universos limitados y que el único camino es crear alianzas que nos permitan elegir por nuestra propia cuenta qué queremos llegar a ser y crear universos que, lejos de limitarnos nos hagan crecer.

A TODAS LAS PERSONAS.

Dice Lara Moreno en uno de sus poemas de “Tuve una jaula” q cada vez está más vieja. Mira, bendita vejez si la vejez es eso arrollador q me está dando así la vuelta. Eso descarnado, eso vivo, eso que late y sangra y suda y cicatriza demasiado lento. Ese deseo mantenido en formol. Ese deseo mantenido en formol que no tiene que ver con el amor, ni siquiera con el recuerdo. No, al menos en mi caso, y es solo, puramente, la complicidad sin miedo de aquellos tiempos. Mirarnos y saber que nos entregamos sin más y eso permitió que algunas cosas sobreviviesen intactas.

Leer más...

A ver, por dónde empiezo...

Creo que este ha sido el año más difícil de todos. En parte porque en la feria me compré solo dos libros, en parte porque las recomendaciones han sido todas muy muy apetecibles. Gracias a Dior me ha ayudado el “sin existencias” de algunos:

Leer más...

Tags: #libros

Escribir en la cajita que no es blanca porque en el SXXI hemos resuelto el miedo a la página en blanco eliminando las páginas y el fondo blanco.

En el siglo XXI tecleo, sin embargo, en una cajita amarillo pálido. El mero hecho de teclear ya es raro de tan normal.

Aun recuerdo cuando aprendí mecanografía, a usar todos los dedos, a conectar los dedos con las neuronas, con la piel, a darle a eso la velocidad precisa. O la lentitud necesaria.

La gimnasia. Permitir a mis dedos torpes, a mis manos gordas, a mi zurdez reconvertida, alcanzar el ritmo alocado al que pienso o siento o lo que sea algunas veces.

Dejar de escribir a mano porque con el boli, esas mismas veces, no soy capaz de ir tan rápido como el impulso extraño.

No saber qué demonios vas a escribir.

La metáfora de siempre.

Leer más...

Cristina Peri Rossi: «El imaginario que despierta la palabra «exiliado» es masculino. Pocas mujeres escritoras se exiliaron para no sufrir una doble discriminación: sudamericana y escritora.»

Tags: #Entrenovistas #PeriRossi

marzo 5, 2019

LITERATURA POESÍA

Cristina Peri Rossi es una escritora clave de la literatura en castellano. Ha escrito ensayo, novela, cuento y poesía, creando una obra en la que reflexiona en profundidad sobre temas como el amor, el deseo y el exilio.

¿Cómo definirías el deseo?

No existe “el deseo” sino deseos, diferentes, múltiples y en cada caso son la expresión de nuestra subjetividad. Tal es así que a nadie se le ocurre preguntar “por qué a Laura le gusta Ester». Partimos de la base de que el deseo no es «razonable», sino íntimo, personal e intransferible. Por otro lado, la industria intenta imponernos deseos de consumo múltiples y colectivos, «marcas» y esto es igual para un auto que para una canción. Por tanto, hay un deseo social diferente al sexual, como hay otros deseos (dinero, fama, éxito) no sexuales, aunque a veces se erotiza hasta el dinero.

¿Cómo crees que afecta la tensión entre haberte educado en una sociedad heteropatriarcal y haber vivido tu deseo no hetero y no vinculado directamente a los hombres?

Hasta 1973 la asociación Internacional de psiquiatría consideraba que la homosexualidad era una enfermedad mental, por tanto, un deseo no heterosexual era estar loca. El psicoanálisis no mejoró mucho las cosas, porque considera que las mujeres sienten envidia del pene (literal y simbólica) y que la madurez psíquica de una mujer es el orgasmo vaginal. El sufrimiento, la angustia, la represión, los suicidios, la soledad que todo esto causó son incalculables. La sexualidad, como otras manifestaciones del patriarcado, consideraba a la mujer como reproductora, ama de casa u objeto sexual. Electroshocks, comas insulínicos, matrimonios a la fuerza, hospitalizaciones de por vida…esos eran los instrumentos de castigo para el deseo lesbiano. Muchísima represión y muchísimo dolor. Y discriminación. Pero siempre hay alguien que lucha y sufre y se levanta. Soy completamente consciente del papel que he jugado con mi obra, con mi vida y de las discriminaciones que he sufrido. Conozco otras escritoras que por no pagar ese precio viven ocultando sus relaciones, como si fueran machos adúlteros y la sociedad las halaga, las premia, las reconoce. Hacen como si… la sociedad (o sea, el patriarcado) siempre preferirá a una lesbiana oculta a una asumida, a la cual le reprochará, además, no ocultarse.

Leer más...

Terminé ayer de leer “La reina de las nieves” una novela que Martín Gaite empezó a escribir a finales de los 70 y terminó el 1 de mayo de 1994. Yo tenía 14 años. Ya era feminista de una forma tan guerrera como lo soy ahora. Pero no podía ni imaginar que un día íbamos a estar en medio de según qué guerras. Hablando de Gestación subrogada y de altruismo. Supongo que Martín Gaite tampoco imaginaba cuando ponía el punto final que nos íbamos a ver aquí . Que yo iba a leerla en este contexto.

He dejado a propósito de compartir fragmentos del libro en el momento en que he empezado a intuir de forma innegable dónde iba a ir a parar la novela. Su vínculo con la idea de maternidad. No sé muy bien. Era como si necesitase llegar ahí. Al final del viaje que es al revés y a la vez es igual y a la vez no tiene nada que ver con el del cuento de Andersen que le da nombre.

Esa es la grandeza de las novelistas diosas. Te van llevando de la mano, sugiriendo cosas, y no hay moralina ni hay ego. Están sus palabras resonando para ti, en tu cabeza, a tu servicio. Siendo la belleza, el puñetazo, el alfiler o el fogonazo.

Siendo lo que necesitas que sean para entender lo que sea que tú tienes que entender.

La reina de las nieves es una novela pequeña que me ha hecho pensar en el amor, la maternidad, el miedo, el vértigo bueno y el malo, la gente que te salva, la importancia de escribir, de leer, de pensarse, de dar vueltas a la aparente nada, del pensamiento espiral, de lo escondido y lo secreto que en el fondo se sabe.

Es una novela pequeña sobre el mar, los viajes en sentido literal y figurado, las búsquedas, los encuentros, la rebeldía, la madurez, la valentía de enfrentarse a tus miedos. Lo febril. El frío.

Es una novela pequeña que ella define como compleja de escribir en su encantadora nota previa. Fácil de leer, definitivamente.

Bendita sea Carmen Martín Gaite por emocionarme tanto. Por dejarme un nudo en la garganta, un poso deshaciendo esquirlas heladas. Algo en lo que pensar en un viaje veraniego. Incapaz de pasar a la siguiente novela porque seguía allí. En aquel mar del norte de hace muchas décadas, una nochebuena por la tarde.

Necesitaba llorar lo que no lloré anoche. Llorar por nada y porque sí. Por esto que ella escribió casi al final , supongo.

imageç

Tags: #libros #CarmenMartínGaite

El golpe empieza con unos pasos que caminan por una acera y suben unas escaleras. Aquellos pasos me daban tan igual la primera vez que vi la peli como ahora. Yo tenía unos 8 años, mi padre nos dijo a mi hermana y a mi que era maravillosa. Más que por el principio estaba preocupada por cómo iba a terminar yo al final. Habíamos visto El Oso en el cine hacía poco y me había hinchado a llorar. Es una peli rara para ser la primera que ve un niño en el cine. Diría. Tenía miedo de acabar igual de triste. El golpe empieza con unos pasos que caminan y una musiquilla que yo cantaba jugando a la goma pensando que era de un anuncio. Los primeros 5 minutos se le hicieron, a la niña que yo era entonces, larguísimos con todo aquel ajetreo que no sé si entendía muy bien. Hasta que apareció Redford correteando por un callejón. Y captando toda mi atención puede que para siempre. Ya me fijé en ese momento en el anillo que sigue llevando hoy. Su hijo murió de bebé y lo lleva por eso, según parece. Fueron sus pasos, las 70 formas de andar del mismo personaje. Porque no caminamos igual tristes, que nerviosos, que contentos que preocupados. Y luego fue su risa. Esa risa con todo el cuerpo que brilla en los ojos. Captó mi atención y de eso hace 30 años. Que se dice pronto.

Leer más...

Enter your email to subscribe to updates.