Cajón Desastre

Porque hay cosas que siguen sin caberme en un hilo de tuister

Dice Lara Moreno en uno de sus poemas de “Tuve una jaula” q cada vez está más vieja. Mira, bendita vejez si la vejez es eso arrollador q me está dando así la vuelta. Eso descarnado, eso vivo, eso que late y sangra y suda y cicatriza demasiado lento. Ese deseo mantenido en formol. Ese deseo mantenido en formol que no tiene que ver con el amor, ni siquiera con el recuerdo. No, al menos en mi caso, y es solo, puramente, la complicidad sin miedo de aquellos tiempos. Mirarnos y saber que nos entregamos sin más y eso permitió que algunas cosas sobreviviesen intactas.

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A ver, por dónde empiezo...

Creo que este ha sido el año más difícil de todos. En parte porque en la feria me compré solo dos libros, en parte porque las recomendaciones han sido todas muy muy apetecibles. Gracias a Dior me ha ayudado el “sin existencias” de algunos:

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Tags: #libros

Escribir en la cajita que no es blanca porque en el SXXI hemos resuelto el miedo a la página en blanco eliminando las páginas y el fondo blanco.

En el siglo XXI tecleo, sin embargo, en una cajita amarillo pálido. El mero hecho de teclear ya es raro de tan normal.

Aun recuerdo cuando aprendí mecanografía, a usar todos los dedos, a conectar los dedos con las neuronas, con la piel, a darle a eso la velocidad precisa. O la lentitud necesaria.

La gimnasia. Permitir a mis dedos torpes, a mis manos gordas, a mi zurdez reconvertida, alcanzar el ritmo alocado al que pienso o siento o lo que sea algunas veces.

Dejar de escribir a mano porque con el boli, esas mismas veces, no soy capaz de ir tan rápido como el impulso extraño.

No saber qué demonios vas a escribir.

La metáfora de siempre.

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Terminé ayer de leer “La reina de las nieves” una novela que Martín Gaite empezó a escribir a finales de los 70 y terminó el 1 de mayo de 1994. Yo tenía 14 años. Ya era feminista de una forma tan guerrera como lo soy ahora. Pero no podía ni imaginar que un día íbamos a estar en medio de según qué guerras. Hablando de Gestación subrogada y de altruismo. Supongo que Martín Gaite tampoco imaginaba cuando ponía el punto final que nos íbamos a ver aquí . Que yo iba a leerla en este contexto.

He dejado a propósito de compartir fragmentos del libro en el momento en que he empezado a intuir de forma innegable dónde iba a ir a parar la novela. Su vínculo con la idea de maternidad. No sé muy bien. Era como si necesitase llegar ahí. Al final del viaje que es al revés y a la vez es igual y a la vez no tiene nada que ver con el del cuento de Andersen que le da nombre.

Esa es la grandeza de las novelistas diosas. Te van llevando de la mano, sugiriendo cosas, y no hay moralina ni hay ego. Están sus palabras resonando para ti, en tu cabeza, a tu servicio. Siendo la belleza, el puñetazo, el alfiler o el fogonazo.

Siendo lo que necesitas que sean para entender lo que sea que tú tienes que entender.

La reina de las nieves es una novela pequeña que me ha hecho pensar en el amor, la maternidad, el miedo, el vértigo bueno y el malo, la gente que te salva, la importancia de escribir, de leer, de pensarse, de dar vueltas a la aparente nada, del pensamiento espiral, de lo escondido y lo secreto que en el fondo se sabe.

Es una novela pequeña sobre el mar, los viajes en sentido literal y figurado, las búsquedas, los encuentros, la rebeldía, la madurez, la valentía de enfrentarse a tus miedos. Lo febril. El frío.

Es una novela pequeña que ella define como compleja de escribir en su encantadora nota previa. Fácil de leer, definitivamente.

Bendita sea Carmen Martín Gaite por emocionarme tanto. Por dejarme un nudo en la garganta, un poso deshaciendo esquirlas heladas. Algo en lo que pensar en un viaje veraniego. Incapaz de pasar a la siguiente novela porque seguía allí. En aquel mar del norte de hace muchas décadas, una nochebuena por la tarde.

Necesitaba llorar lo que no lloré anoche. Llorar por nada y porque sí. Por esto que ella escribió casi al final , supongo.

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Tags: #libros #CarmenMartínGaite

El golpe empieza con unos pasos que caminan por una acera y suben unas escaleras. Aquellos pasos me daban tan igual la primera vez que vi la peli como ahora. Yo tenía unos 8 años, mi padre nos dijo a mi hermana y a mi que era maravillosa. Más que por el principio estaba preocupada por cómo iba a terminar yo al final. Habíamos visto El Oso en el cine hacía poco y me había hinchado a llorar. Es una peli rara para ser la primera que ve un niño en el cine. Diría. Tenía miedo de acabar igual de triste. El golpe empieza con unos pasos que caminan y una musiquilla que yo cantaba jugando a la goma pensando que era de un anuncio. Los primeros 5 minutos se le hicieron, a la niña que yo era entonces, larguísimos con todo aquel ajetreo que no sé si entendía muy bien. Hasta que apareció Redford correteando por un callejón. Y captando toda mi atención puede que para siempre. Ya me fijé en ese momento en el anillo que sigue llevando hoy. Su hijo murió de bebé y lo lleva por eso, según parece. Fueron sus pasos, las 70 formas de andar del mismo personaje. Porque no caminamos igual tristes, que nerviosos, que contentos que preocupados. Y luego fue su risa. Esa risa con todo el cuerpo que brilla en los ojos. Captó mi atención y de eso hace 30 años. Que se dice pronto.

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Tags: #Arte #Chagall

Chagall aprendió la técnica de la litografía cuando tenía más de 60 años y acababa  de casarse por tercera vez. Se hizo muy aficionado a ella en el final de su vida (vivió hasta los 97 ) entre otras cosas porque le hacía sentir libre y ágil como pintor. Su primera serie con esta técnica se llama Niza y la Costa Azul y son 12 obras de arte maravillosas que pintó al volver de su exilio en Estados Unidos (era judío) Volvió. Con 63. Al sur de Francia. A vivir una plenitud calma y hedonista mirando el añil del Mediterráneo. La costa azul, como la costa brava, como en general todo el Mediterráneo que no hemos destruido todavía, tienen esa magia de lo cercano. De lo que no valoramos porque no es “exótico”. No tiene nada de original. Y sin embargo yo entiendo a Chagall. Una no puede evitar sentirse en paz, feliz, como nueva, conduciendo sin mucho rumbo por la orilla de ese trozo de la costa Mediterránea.

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Tags: #feminismo #cine #soltería

Singled out significa señalado. Señalada en este caso. Y single significa soltero. Soltera en este caso. Singled out es una peli documental que utiliza las historias de una mujer australiana, una barcelonesa, una china y una turca entre 30 y 40 años. Lo único que tienen en común es ser mujeres y solteras. Lo único. Que es casi todo. Tengo más que ver con una mujer china a la que su madre detesta porque se ha saltado una tradición milenaria, que con muchos de los señores presuntamente de izquierdas que me rodean.

Mientras veo a estas mujeres llenas de sentido del humor enfrentarse al estigma social de ser soltera a los 40 en sus diferentes sociedades con culturas, tradiciones y costumbres que parecen distintas, no puedo parar de verme también a mi en todas ellas casi todo el rato. Partes de mi. La primera vez que dije que no iba a ser madre y que casarme me daba lo mismo me preguntaron si era lesbiana. Luego me explicaron que ya cambiaría de idea. De eso hace más de 20 años. Todavía hoy alguna gente me dice a veces cosas como “bueno, ahora se puede ser madre hasta los cuarentaypico” que es la versión positiva de “se te va a pasar el arroz”. Gente que sigue pensando que cuando no tengo pareja es porque trabajo demasiado o porque no hay quien me aguante. Que no entiende que mi idea de la pareja no es la tabla a la que se agarra un náufrago para seguir a flote. Que no creo en la media naranja, no creo que todos tengamos predestinada un alma gemela. Ni creo tampoco en fingir que eso pasa cuando no pasa. A veces me he enamorado y he querido fundirme con alguien. Otras veces no. Y sin esa querencia inicial ni contemplo la posibilidad. Porque estoy ya muy mayor para jugar a las casitas. Francamente.

Tengo la suerte de vivir en el siglo XXI, de tener amigos y amigas con los que disfruto, me divierto. No veo por qué tengo que renunciar a eso para estar peor. Por más que ayer un señor que luego me quería pegar, me explicase que si yo no paro como una coneja contra mi voluntad, nos invaden los árabes, los africanos, los indios y nuestra maravillosa civilización donde hay hombres diciendo estas burradas en público en un cine en el centro de Madrid un jueves cualquiera, podría irse a la mierda.

Mira. Una razón más para no parir. Colaborar lo menos posible con el enemigo. No traer a este mundo hijos sanos del patriarcado que violen en grupo a mujeres drogadas en portales o coches, no traer al mundo a niñas a las que se socialice para cuidar a los hombres, hacer gratis los trabajos emocionales, los de cuidados, hacer gratis todo eso tan difícil y que nadie se lo agradezca ni se lo pague. Y eso en el mejor de los casos. Podrían asesinarla en agradecimiento. O Igual si paro a una niña será víctima de otra manada que salga luego a celebrar lo barato que resulta tratar a las mujeres como conjuntos de agujeros colocados en el mundo para el placer barato de los consumidores baratos de porno barato para hombres inseguros, incapaces de nada que no implique dominación y violencia.

Pero singled out no es un documental donde las mujeres estén tan rabiosas y enfadadas como yo en los párrafos de ariba.  Las mujeres de singled out tienen su sentido del humor y sus amigas como únicas armas. Están tristes, desesperanzadas, defraudadas y cansadas de la lucha entre lo que sienten (que no hay nadie con quien quieran casarse e igual nunca aparece) y lo que les epxlican (que en realidad nadie querrá casarse con ellas como no bajen el listón y se conformen con cualquiera)

En el docu sale un demógrafo contando que “tradicionalmente las mujeres se han casado con hombres que están por encima” y que como ahora las mujeres están tan arriba ya no hay hombres por encima. El demógrafo no explica en el docu que no es que las mujeres nos hayamos empeñado en “casarnos por encima”. Es que nos han explicado que un buen marido es más alto que tú, más fuerte que tú, más listo que tú, más poderoso que tú, más rico que tú y todo más que tú. Porque es la única manera en la que una mujer podría someterse al trabajo gratuito y agotador, podría resistir un estado de la cuestión donde sigue siendo un complemento. Donde no es una persona igual que su marido.

Es una pena que todavía no estemos hablando de eso. Que las mujeres sigamos hablando de citas online, de buscar maridos, de estar centradas en nuestro trabajo y todavía no estemos hablando de que el problema es que la mayoría de los hombres NO NOS QUIEREN NI NOS CUIDAN y nos estamos dando cuenta y algo en nuestras tripas nos dice que no es buena idea casarte con un hombre que no te quiere ni te cuida.

Pero al menos estamos empezando a hablar de nuestra soltería no como un estado transitorio hasta la realización personal, sino como una elección más. Singled out es un documental necesario que nace de la mente brillante de una mujer brillante que se hace preguntas difíciles, incómodas, y es capaz de recorrerse el mundo para encontrar hipótesis de respuestas y servírnoslas a nosotras. Darnos herramientas para empezar a hacernos nuestras propias preguntas. A buscar nuestras propias respuestas. A ser libres para, como decía Eva Illouz en el docu, elegir una forma de vivir basada en la negociación constante para encontrar gente que te acompañe en tu camino, haga más feliz al menos un trocito de tu vida. Singled out encima es un documental precioso. Lleno de metáforas visuales (luces que se apagan y se encienden, zapatos negros, zapatos dorados, globos de colores que parecen festivos y son solo dianas para niños armados hasta los dientes) metáforas visuales que explican la diferencia entre ser sujeto y objeto, entre cuidar y destruir, entre elegir y conformarse, entre ser quien quieres ser o quien te dicen que tienes que ser. Entre luchar o rendirse.

Y yo hace mucho que elegí bando, reglas, juego y tablero. Yo juego solo si tengo alrededor personas como Mariona capaces de tocarme siempre el corazón, la cabeza y la piel con sus formas de pensar, vivir y estar en el mundo. En mi equipo están solo las personas generosas que saben cuidar y abrazar y querer como Mariona anoche, como siempre, como desde que la conozco.

Singled out es una maravilla. Y es importante.

Escribir en la cajita que no es blanca porque en el SXXI hemos resuelto el miedo a la página en blanco eliminando las páginas y el fondo blanco.

En el siglo XXI tecleo, sin embargo, en una cajita amarillo pálido. El mero hecho de teclear ya es raro de tan normal.

Aun recuerdo cuando aprendí mecanografía, a usar todos los dedos, a conectar los dedos con las neuronas, con la piel, a darle a eso la velocidad precisa. O la lentitud necesaria.

La gimnasia. Permitir a mis dedos torpes, a mis manos gordas, a mi zurdez reconvertida, alcanzar el ritmo alocado al que pienso o siento o lo que sea algunas veces.

Dejar de escribir a mano porque con el boli, esas mismas veces, no soy capaz de ir tan rápido como el impulso extraño.

No saber qué demonios vas a escribir.

La metáfora de siempre.

El caramelo

La lengua.

Lo que se derrite.

Leer a Belén Gopegui definir la poesía como una exactitud inesperada. Leer cada una de sus palabras exactas, no sé si tan inesperadas, no sé en cuántos sentidos de la acepción sus palabras me resultan inesperadas.

Leer a Gopegui mencionar a Google como el ente, como la máquina, como el monstruo que nos traga y nos aprende y nos busca los rincones pero se olvida de algunas conexiones.

Escribir esto en una cajita amarillo pálido patrocinada por google. Una que se sincroniza con nosecuantos chismes, servidores, nubes que no vuelan, cables y chips y luces de colores que recalientan sótanos en lugares distintos del mundo. Escribir esto en una cajita sincronizada con el mundo y saber que una araña, un motor, un bicho, otra máquina, va a pasar sus patitas, sus infinitas patitas, por mi texto minúsculo, irrelevante. Va a decodificarlo y recodificarlo, a indexarlo, a tratar de interpretarlo y sin embargo no va a leerlo. Y precisamente por eso va a quedarse mucho más lejos que tú. Que leerás esto tarde, o pronto, quién lo sabe. Sin necesidad de patas de araña, de robots.

Leerás esto tarde y no lo leerás con mi voz porque ni siqueira tienes muy claro cómo es mi voz a estas alturas. No eres una araña ni un robot ni una máquina, pero eres capaz de sonreir de medio lado en algunas palabras, recordar involuntariamente algunas otras, fruncir el ceño sin darte cuenta, cabrearte porque te das cuenta de que estás frunciendo el ceño y no querías. O no querías que yo supiese. Que tuviese razón y a la vez me equivocase tanto.

Tú, que no eres una máquina omnipotente, que eres un simple humano, un triste humano, eres capaz de todo eso. De conectar. De engancharte a algún saliente, de encontrar las rendijas. De hacer lo que google no hace.

Por más que tenga acceso a mi historial de búsqueda, de navegación, a los enlaces que sigo, los que omito, la música que escucho, la que paso, la que comparto, la que no quiero que nadie sepa que estoy escuchando.

Sabe lo que tú no sabes pero en el fondo no sabe nada. Nada de lo importante.

Soy una mujer previsible, no tengo ningún misterio. Nunca lo he tenido.

Por eso almaceno mis palabras inconexas en cajitas amarillo pálido patrocinadas por el monstruo que nos va a tragar a todos, comparto con ese mismo mónstruo una cantidad de información que no siempre soy capaz de medir o pesar. Excesiva como yo.

Pero la conexión se salta el chisme. El chisme conectado con el mundo no conecta, sin embargo, del todo conmigo. Y, con un poco de suerte, en cambio, quizá un destello fantástico, encienda algo ahí, al otro lado, en otro cerebro humano, plástico. Capaz de poner atención en cosas aparentemente triviales. De procesar muy poca información, con mucho cuidado. Agitarla despacito en un cóctel raro, convertirla en una especie de tesoro. En la materia prima de otra cosa.

La exactitud, el destilado, la sonrisa inesperada, la previsible, el ceño fruncido, la mala leche, el aburrimiento. Por qué te aburre, qué te aburre. Cuándo tenía que haber dejado que los dedos torpes, reeducados, dejasen de danzar por las teclas. Todos mis dedos, equivocándose doscientas veces al teclear y borrar y volver a teclear la palabra dedos. Mis dos manos danzando veloces en un espacio minúsculo, con un ordenador en las rodillas, un ruido de teclas, un camino de letras formando líneas que se rellenan veloces. La nada automática. Y de fondo la cajita amarilla. Conectada con la araña, desconectada de eso que no sé si es el alma, la cabeza, el ordenador central de cada uno de nosotros, los previsibles humanos pequeñitos, insignificantes que se comunican por impulsos, ondas invisibles que se desplazan veloces, recorren distancias enormes a la velocidad de la luz solo para que dos seres conecten sin un solo cable. A oscuras.

Otra vez abriendo el círculo que una vez fue una espiral. Los dedos, los mismos dedos que obedecieron a mi cabeza tecleando teorías raras del amor y las formas verbales y los errores del pasado, y el tiempo, y la curación, y el jazz y Hoper y las cerillas encendidas protegidas por manos y la luz, y lo oscuro, y las estrellas, y las inclemencias. Todas esas tonterías, que encendieron al otro lado, hace muchos años, alguna neurona, que pusieron en marcha un mecanismo inesperado de otras manos en otras teclas que suenan distinto y dicen distinto y juegan al escondite y fingen que nada tiene que ver con nada. Pero consiguen encender alguna luz al otro lado de algún cerebro privilegiado que se parece poco al mío, muy poco al mío, pero hace que mi cabeza enmarañada deje de pensar en botones y menús que se despliegan e iconos de colores y todas esas herramientas que barajo y mezclo y reparto 8h diarias en una oficina con orientación sur y vistas a unas obras, una vela, una carretera, una rotonda, una plaza ventosa llena de palmeras. Todas esas cosas que enumero con los dedos, en las que nunca pienso conscientemente, que google indexa, que se paran de golpe cuando Belén Gopegui despliega su arte y su lucidez y su lirismo, un lunes cualquiera, para explicarme cómo ven el mundo dos personas que no existen, dos personas que son ambas un trozo de ella y a la vez un trozo de alguien que no se parece nada a ella. Que son ambas una miguita de mi y a la vez no se parecen nada a mi.

Y eso hace que yo escriba febril e inconexa, veloz y espesa, todas estas palabras. Una detrás de otra, sin apenas pensar en nada que no sea la dichosa conexión, la exactitud de la poesía, la necesidad de que siga existiendo la gente que te inspira. De nombrarla. La diferencia entre las musas y la gente que te inspira.

Belén no es mi musa. Pero sin ella este texto no existiría, sin ella no hubiese dedicado 4 o 6 viajes de metro a pensar sobre el futuro, el miedo, lo previsible, las profecías autocumplidas pero sobre todo la complicidad. Esa conexión. Esa chispa. Ese fósforo prendido activando cerebros a distancia.

Los científicos nos dicen que no existe la magia. Que es una cuestión de entender mejor el mundo. Entender los modelos nos hace predecibles. Siempre he sido predecible. No ha hecho falta entender modelos complejos para descifrarme. Por más que google haga muchas líneas que ha dejado de prestar atención a este texto farragoso. Por más que ningún humano haya conseguido llegar hasta el final.

Podría seguir tecleando mientras pienso sobre esta nada tan importante. La conexión entre las mentes. Esa capacidad de algunas personas para abrir la puerta, colarse en tu casa, lanzarte sobre la cama, zarandearte, invadirte, acariciarte, despertarte la piel dormida, mientras fuera un viento al que los meteorólogos están a punto de darle un nombre, suena como un viejo instrumento de viento madera. Digamos un fagot.

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Tags: #Arte

Avelina Lésper, cree, como yo, que el arte no es posible sin trabajo. Cree, como yo, que muchas veces el emperador está desnudo y que hay que decir a gritos que está desnudo porque es justo apreciar los vestidos que existen de verdad. Avelina Lésper piensa tan rápido que da vértigo y tiene un dominio de su español mexicano delicioso. Da gusto escucharla pensar. Su rapidez expresándose viene también de haber pensado mucho antes. Hoy ha presentado una expo fantástica en el Museo de América de Madrid. Se basa en improvisaciones sobre la portada de ejemplares del periódico Milenio. Lésper les comisiona una obra a los artistas, los entrevista y luego les pide esta improvisación y les graba mientras la ejecutan. Lésper está obsesionada, como yo, con cómo la creación artística tiene todo que ver con un bagaje, con una intención, con un músculo, pero sobre todo con una necesidad de expresar cosas. El talento es trabajo. Fin de la conversación. A veces trabajo personal que nunca ve la luz. Pero trabajo al fin y al cabo. Investigación con las técnicas, con los materiales. Con lo que sea. Trabajo que termina fructificando como si fuese magia. Lésper ha hecho una cosa preciosa convirtiendo periódicos inútiles en arte necesario. El papel de periódico, decía hoy en el atrio del museo de américa, “es el papel más frágil que existe y queremos invitar a los jóvenes artistas con esto a crear a pesar de todo”. A trabajar con su talento. A tratar de comunicar cosas. Decía también que el arte es presente. Siempre es presente. Presente cuando se crea y presente cuando se consume. Presente absoluto que lo ocupa todo. Y terminaba su intervención hablando del gesto de “tirar arte”. Hay algo imprescindible de generosidad y apertura en el arte igual que hay algo imprescindible de introspección y trabajo personal. Es esa tensión entre las dos cosas. Es esa tensión.

He llegado tarde al museo y me he perdido una rueda de prensa que no aportaba nada, pero he llegado a tiempo a ese paseo delicioso en el que Lesper nos ha explicado por qué ha elegido y ordenado cada pieza. Las ha agrupado con su criterio de diseccionar con bisturí pero sobre todo con su sensibilidad de amante del arte. Del arte que te apela. Que te coge por las solapas y te dice algo. Del arte que te estremece. Había muchas obras así sobre periódicos viejos llenos de mentiras. Había muchas obras estremecedoras y se me ha puesto la piel de gallina, se me han aguado los ojos muchas veces en el paseo por el atrio siguiendo a Avelina que buscaba la mirada de los pocos que estábamos allí por amor al arte y no por las fotos, la nota de prensa, lo vacío de no saber siquiera quién era ella. Me avergüenza que la profesión que amo la estén desempeñando trepas, pelotas, vagos ramplones. Señores que ni se han molestado en mirar la wikipedia, goolgear un nombre para comprender la inmensidad de lo que Avelina Lésper y su trabajo pueden aportar al alma de la gente. Hoy he salido más rica, más llena, mejor de lo que entré al museo, y con unos cuantos nombres de artistas con historia anotados en mi libreta virtual que era, como no, un teléfono móvil. Hoy he tenido ganas de abrazar a Avelina Lésper como doscientas veces pero me las he aguantado todas porque no quería parecer una loca. También he tenido ganas de abrazar a Alina tomando una caña al salir del museo, cuando las dos nos hemos puesto a hablar de esas cosas que una guarda en los rincones hasta que el arte viene, te sacude, te pone del revés y coloca lo que estaba en los rincones en el centro, dispuesto a salir propulsado a encontrarse con los otros. Lo trascendente. Lo trascendente de verdad. No de pose. No de canon. Me da igual el puto canon porque paso por el claustro del Museo de América y el 90% de las cosas que me saltan, que me tocan, que me estremecen, las han creado mujeres. Y  me gritan desde las paredes sin saber que las han creado mujeres. Será casualidad. En una selección que tiene muchas mujeres pero que apuesto a que no llega ni al famoso 40% que se considera paridad. O igual sí. No lo sé. Realmente había muchas mujeres. Pintando ojos, bocas, manos, peces, paisajes, manchas negras, manchas de colores, seres alados, lunas. Encima de portadas de ejemplares del periódico Milenio.

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Aplicando acrílico y carboncillo y pastel y óleo y materiales que ni conozco ni sé identificar ni maldita la falta que me hace. Porque sigue habiendo un idioma común que me apela, me llama, me grita, me toca por dentro y por fuera, me estremece literalmente, cuando camino lenta con un tío detrás cotilleando mi móvil y olisqueándome que no se da cuenta de que se libra de mi cólera solo porque en ese momento me parece más importante pensar en la improvisación. En el arte digamos automático, en esa necesidad que tenemos todos, diría que todos los seres humanos, de expresar lo visceral. En esa oportunidad que Avelina te da cuando llega a tu casa, te pone delante un periódico viejo y te dice: toma, improvisa, aproxímate. Improvisar, lo automático, lo de la tripa, son cosas importantes, digamos instintos, que los artistas no deberían perder. Porque es ahí, yo creo que es ahí, donde todo lo que saben, todo lo racional, se vuelca de pronto en algo que siempre es importante. Como punto de partida, como juego, como desahogo. Improvisar, jugar, desde lo intrascendente. Sin querer crear la gran novela americana, el disco del milenio, el cuadro más caro jamás subastado. Jugar. Simplemente. Correr riesgos. Equivocarte y que no importe. Comunicarte, en definitiva. Enfrentarte a los fantasmas. Una cosa fantástica de la propuesta de Lésper es que les hizo intervenir improvisadamente páginas de periódicos. Les dio una hoja en blanco que no parecía una hoja en blanco. Nos enseñó a todos cómo vencer el bloqueo. Ponte delante de lo que sea y juega. Prueba. Dame lo que sea que salga. Dentro de unos años me llevaré ese periódico intervenido a Madrid y una chica que no se ha peinado se pondrá enfrente de tu obra y se sentirá apelada. Y ese presente suyo será tan arte y tan presente como el día en que me colé en tu estudio para grabarte mientras pintabas una luna acrílica sobre un periódico viejo. Y será bonito. Será también importante por razones que no entendemos ninguno de todos los implicados. Quizá este periódico sobre el que ahora creas algo, haga que ella enloquezca y teclee cosas febriles, inconexas. Recordando cómo ha disfrutado arrastrando los piés por el suelo encerado de un museo luminoso lleno de marcos pequeños con periódicos convertidos en arte de forma improvisada. Lo ligero a veces pesa mucho.

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Tags: #random #OT #Música

1. Que no son los guardianes de ninguna esencia. Por más que durante generaciones les hayan explicado que ellos tienen la verdad revelada y absoluta sobre qué es cultura, qué es música de la güena güena, qué es bonito, qué es feo, qué gusta, qué no gusta, qué está pasado de moda y qué funciona, resulta que NO ES VERDAD. Tendrían que asumir que su gusto vale lo mismo (repito LO MISMO) que el de cualquier “mojabragas”, “niñata” “inculta”. Su gusto es tan subjetivo y tan sesgado como el de cualquiera. A veces será más informado, otras no. Pero eso no lo sabemos a priori. Y conozco a muchas niñatas mojabragas que han oído más y mejor música que muchos señores gafapastas de los que nos dan la brasaza con sus “obras maestras imprescindibles” de coleccionable de quiosquito. Han sido las presuntas niñatas las que votaron para meter entre las favoritas de cada semana a Amaia, las que le dieron el sobrenombre de “Amaia de España”, las que hicieron cola para sus firmas y las únicas que sabían desde la primera vez que la escucharon que cuando esa mujer hace música es un escándalo. Las menos sorprendidas con la potentísima versión de “Shake it out”, una de esas canciones que serían himnos gafapastas si no fuese porque son obra de una mujer que superó sus miedos y se hizo libre e incontrolable.

2. Que las mujeres pueden ser buenas amigas y leales entre sí. Que de hecho lo son. Que comparten ropa, confidencias, risas, banalidades, preocupaciones, que se cuidan, se dan cariño, que no son zorras competitivas pero tampoco hipócritas cobardes. Ahí tenemos a Aitana y Amaia y Ana y Miriam siendo sinceras las unas con las otras, exponiendo sus miedos e inseguridades ante otras sabiendo de sobra que las otras no van a traicionarlas. Que van a cuidarlas. Ahí tenemos a esas mujeres siendo amigas. A ninguna de nosotras nos sorprende eso porque llevamos toda la vida viviendo eso. A pesar del mito todas sabemos que cuando vienen mal dadas ahí están nuestras amigas. 

3. Que un hombre y una mujer heterosexual pueden tener otras parejas y quererse mucho entre sí y mirarse con brillo en los ojos y que eso no implica una crisis. Que cada pareja tiene sus códigos y sus pactos propios aunque el resto no los entendamos ni tengamos por qué entenderlos. Que igual ese cariño tan fuerte termina en una relación de pareja monógama estándar o igual termina en cualquier otra cosa y que ninguno de nosotros somos quién para meternos en los pactos y las negociaciones de otras personas ajenas a nosotras por más que nos incomoden porque nos retan. Porque nos hacen dudar de lo que nos habían enseñado como inamovible.De un modelo que a todos se nos ha quedado alguna vez pequeño, grande, insuficiente, excesivo, agobiante o lo que sea.  

4. Que no nos gustan las mujeres seguras de sí mismas y las queremos indefensas, frágiles, llorosas, calladitas, hechas una bola protegidas por hombres o solas pagando el peaje de negarse a ser indefensas, frágiles, llorosas, calladitas y etc.  Y que eso es machismo y misoginia. Ahí tenemos a Ana que empezó siendo la mujer ideal: preciosa y divina pero sin saberlo y de pronto se convirtió en la Altanera, Preciosa y Orgullosa.La consciente. La broma nos hizo gracia diez minutos. Luego hubo que ponerla en su sitio. Qué se ha creído. Esa chulería inaceptable de cuando una mujer se gusta, se quiere y es consciente de las cosas que hace bien.

Ahí tenemos a Miriam, que se comporta como cualquier hombre estándar de su edad. Sentencia como si lo supiese todo. Interrumpe, habla alto, ocupa espacio físico, da golpes en la mesa, se sienta espatarrada y etc. Mal todo (si eres mujer, si eres hombre es así como se es). Es una harpía poco femenina. Pero un día le vemos la grieta: una inseguridad brutal respecto a su cuerpo. A pesar de ser una mujer normativa y preciosa ella no se percibe así. Y aprovechamos la grieta para destruirla.Otra vez el aspecto físico como mecanismo de control, como forma de someternos.  Mi forma de entender el mundo implica que desaparezcan las actitudes de hombre estandar, no que las empecemos a utilizar nosotras por norma, pero eso solo ocurrirá si nos paramos a pensar por qué premiamos eso en los hombres y lo castigamos en las mujeres y a qué clase de actitudes conducen esos comportamientos cuando uno está inseguro, estresado, nervioso y etc. Porque un modelo basado en hablar más alto, más brusco y ocupando más espacio que el de al lado conduce a la violencia inevitablemente. A defenderte y esconder tus miedos subiendo la intensidad. 

5. Que la homosexualidad y la bisexualidad no están aceptadas socialmente por más que digamos que ahora, para molar y salir en la tele, hay que ser gay. Solo dos concursantes han reconocido abiertamente tener orientaciones no heteronormativas. Marina dijo no ser heterosexual y tener una pareja trans. Su beso con su novio en prime time fue un acontencimiento digno de portadas de medios e hizo cortocircuitar a un montón de gente. La misma gente que vio el beso de otras parejas de concursantes como quien oye llover. Yo misma tuve que explicarle a un amigo que Marina no es heterosexual aunque tenga novio, porque le gustan habitualmente las mujeres y ahora también le gusta su novio que es un hombre trans (gente LGTB si hay algo incorrecto en mi explicación decidme y aprendo). Además Agoney ha sido tan abiertamente gay como Roi ha sido abiertamente heterosexual. Por poner un ejemplo. Sin embargo hay al menos otros 3 de los 16 concursantes teniendo actitudes muy poco naturales respecto a su sexualidad que hacen pensar a todos los espectadores que no son heterosexuales. ¿Y por qué no lo dicen si está todo tan normalizado? Bueno, igual que sus dos profesores de interpretación, que son pareja y hablan abiertamente de su relación y de la importancia del activismo LGTB hayan sido agredidos durante el desarrollo del concurso no ayuda. Se me ocurre.

6. Que no pasa nada por pedir perdón ni por llorar en público. Amaia se ha pasado buena parte del concurso diciendo “huy perdón, perdón” cada vez que desafina, se desconcentra, tiene un ataque de risa en clase de yoga o llega tarde al pase de micros porque estaba peinándose. La directora de la academia (HAMO a Noemí, por cierto), ha pedido perdón todas las veces que ha sentido que se equivocaba, la última ha pedido perdón llorando en público y en directo. La directora de la academia. Algunos profesores han reconocido de forma muy abierta que quizá se han equivocado en la elección de los temas, el enfoque en la interpretación, las armonías o cualquier cosa. Y tanto el resto de la gente del programa como el público no solo no les queremos menos sino que los queremos hasta más. Conectamos con ellos, entendemos sus errores y valoramos su capacidad para resolverlos o asumirlos con humildad. Respecto a llorar en público, benditos sean los Javis, que parecen haber entrado en ese programa solo y exclusivamente para sembrar la semilla imprescindible de lo vital de entender y expresar tus emociones, y de cómo eso no te debilita sino que te ayuda a ser más feliz para empezar. 

7. Que hay mujeres músicas. No solo Guille Milkyway (también lo HAMO, por cierto) aprovecha cada una de sus clases para poner ejemplos de mujeres músicas que hicieron cosas relevantes para la historia o confiesa que un disco de una tía le parece de los mejores de la historia o que algunas presuntas novedades de señores ya las había aportado a la historia de la música una señora antes. 

No solo han buscado un equilibrio en las estrellas invitadas a la academia (no tanto a las galas, ejem) de forma que mujeres músicas les expliquen a los concursantes sus impresiones, experiencias y etc en la industria. No solo eso. Además el 24h nos ofrece de vez en cuando los maravillosos momentos en que Aitana o Amaia cogen la guitarra o se sientan al piano y cantan música compuesta por otras mujeres o crean su propia música. Exactamente igual que algunos de sus compañeros.

8. Que las mujeres de verdad tienen o no tienen curvas pero todas tienen vello en alguna parte de su cuerpo. Y algunas deciden que no necesitan depilarse aunque salgan en la tele en prime time y con falda corta. Y lo dicen con orgullo. Porque aunque acaben de cumplir 19 años sabe de sobra que lo personal es político. 

Paro de momento. Pero queda un mes y seguro que entre todas se nos ocurren muchas más cosas que añadir a esta lista que tristemente Javier Marías nunca leerá. Con la ilusión que me haría a mi. Está ocupado, como tantos, mirándose el ombligo

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