Cajón Desastre

Porque hay cosas que siguen sin caberme en un hilo de tuister

Tags: #feminismo #interseccionalidad

Yo nací un soleado día de marzo. A mediodía. Un médico me miró los genitales y determinó que era niña. Hasta ese momento iba a ser un niño llamado Carlos por algo que otro médico vio en una ecografía.

Esa diferencia externa, sin más, determinó que pasase a ser Beatriz, que me agujereasen las orejas para poder llevar pendientes, , que me dejasen el pelo largo, que me enseñasen a hablar bajito, sentarme con las piernas juntas, ocupar poco espacio, hacer poco ruido, responder poco, sonreir mucho, callarme más.

No nací mujer, llegué a serlo. Y lo asumí como algo inmutable. Mi madre decía que ella quería haber sido un niño porque los chicos podían hacer más cosas. Yo no la entendía y hasta cierto punto sigo sin hacerlo. No quiero ser un hombre, definitivamente, por más ventajas que tenga. Supongo que porque su reflexión y la de las mujeres de su generación consiguió dejarnos a nosotras un poco más de espacio, dentro de los límites de lo aceptable en las mujeres, claro.

En los 50 ser etiquetada como mujer era todavía peor que en los 80. Y la educación de la sección femenina no les dejó a nuestras madres mucho aire para respirar entre la presunta realidad inmutable y lo que sentían todo el rato. Lo malas mujeres que eran cada vez que se paraban a pensarlo. Así que seguían adelante como podían.

No nací mujer, llegué a serlo y lo asumí como algo inmutable a pesar de que el concepto de mujer en el que me educaron a mi no se parecía en muchas cosas al concepto de mujer en el que educaron a mis abuelas. Pero a pesar de todo esto durante muchos años mi lucha no fue contra la categoría mujer: fue contra el contenido de esa categoría. Sigue siéndolo la mayor parte del tiempo si no me paro a pensarlo. Sigo cometiendo ese error demasiadas veces.

Desde muy pequeña decía “las niñas también....” y me peleaba para que en la categoría mujer cupiesen mujeres como yo y también mujeres totalmente distintas a mi. Nunca por salir de la categoría mujer ni tampoco porque dejase de existir una organización del mundo en el que lo que yo era, vivía, sentía, pensaba y hacía dependía de la apariencia de mis cuerpo.

Luchaba por ampliar la jaula. Digamos.

Cuando naces, creces, te educas en un sistema patriarcal y capitalista hay cosas que no te paras a pensar tan facilmente.

Como por ejemplo qué tiene de beneficioso para la mayoría de la humanidad etiquetarla en función del aspecto externo de sus genitales y asociar unas características presuntamente inmutables (y que sin embargo cambian todo el rato cuando le conviene al sistema) a ese aspecto.

Hasta que un día te paras. Porque tienes 14 años y una bibliotecaria te lleva de la mano a cierta estantería y hay un libro que te recuerda varios diálogos de broma en pelis, series y esqueches de la tele. En los 90 leer a Simone era de mujeres repelentes y aburridas a las que los galanes de las películas fingían escuchar para poder tener sexo con ellas. Y yo tenía 14 años y solo pensaba “qué tendrá de malo Simone, cómo se escribe Beauvoir, cómo se pronuncia Beauvoir y por qué demonios un tío querría sexo con una mujer que le parece repelente y aburrida” Todavía no sabía entonces que para muchos hombres follar es siempre y solo una muestra de poder y no de deseo.

En los 90 leer a Simone era de repelente y yo nunca jamás he sido simpática. Así que leí a Simone. Entendí muy poco. Pero me quedó muy claro que no se nace mujer, que se llega a serlo y que las restricciones que la educación y la costumbre imponen a la mujer limitan su poder sobre el universo”.

Tampoco sabía entonces que hay más definiciones de poder que las que me enseñaban los hombres. Aunque estaba empezando a entenderlo sin darme del todo cuenta. Porque leí aquella frase de Simone y quería tener poder sobre el universo. No tener límites. Y cuando pensaba en qué haría yo con el poder, eso tenía siempre muy poco o nada que ver con imponerles a otros mis formas de vivir, pensar o sentir.

En el 95 había un concurso de debate sobre la necesidad de tomar medidas para la igualdad entre hombres y mujeres y mis compañeros de clase me señalaron como candidata. A los 15 ya daba la paliza bastante con “la igualdad”. Estaba empezando a pensar con excesiva frecuencia en todas las implicaciones insufribles que tenía para mi ser mujer.

No podía elaborarlo aun. Pero una cosa que llevaba años molestándome era no tener derecho a que mis enfados se tomasen en serio. Y eso me enfadaba muchísimo mas, claro. Me sigue enfadando muchísimo más, realmente. Y hemos avanzado muy poco en esto también.

Todavía no me había parado a pensar jamás en el género. En el binarismo. En todas esas palabras que a los raesaurios y a los machiprogres y a los fachas vestidos de lagarterana les parecen horribles porque nos dan herramientas para pensar el mundo desde sitios que no controlan.

Pero ya no son los 90. Ya no tengo 15 años, he olvidado casi todo lo que leí de Simone como de contrabando, de pie en la biblioteca municipal Rosa Chacel que llevaba un año escaso abierta y todavía olía más a mueble nuevo que a libros y polvo.

Ya no son los 90 y las mujeres trans, los hombres trans, han venido a mi vida a cuestionar las categorías mujer y hombre tal y como las entiendo o las entendía.

No ha sido fácil para mi. Sigue sin serlo muchas veces. Nadie dijo que fuese fácil ser feminista. Pero es importante. Ni siquiera estoy segura de ser capaz de terminar de escribir esto sin decir alguna burrada, hacer daño a alguna persona trans.

Las mujeres trans llegaron a mi vida a través de Bibiana Fernandez, que todavía era Bibi y más en concreto “Manolo”. Es un tío, un travelo, decian los adultos a mi alrededor. No ves sus manos? No ves su estatura? No ves su nuez?

Era gracioso porque en mi casa mi madre es más alta que mi padre. Pero tiene las manos pequeñas. Y supongo que eso compensa el terrible error de medir más de 1,60 y pesar más de 50 kilos.

Era gracioso porque aunque crecí oyendo mensajes horribles sobre mi cuerpo demasiado grande, demasiado gordo, demasiado torpe y demasiado mal yo miraba el cuerpo de mi madre y lo veía fuerte. Poderoso. Y no entendía muy bien qué tenía de malo “acabar como ella”.

Bueno, he acabado claramente peor según los estándares. Ocupo mucho más espacio que mi madre. Me gusta ocuparlo.

Me hace menos “femenina” y eso, que antes era malo, pasó de pronto a ser, como el feminismo, importante.

Las mujeres trans llegaron a mi vida como una excepción de la que los adultos se reían para hacerme plantearme una vez más qué me convertía en mujer.

En 1998 alguien me dijo que era muy femenina y me lo tomé como un elogio sorprendente. Nadie jamás hasta ese momento me había considerado un ser de calidad suficiente dentro de la categoría mujer.

Pregunté por qué. No me supieron explicar qué me hacía femenina. No olvidé aquella conversación en unas escalera de mármol y me he arrepentido muchas veces de haber vivido aquello como algo bueno.

Casi me rindo. Casi. Pero no. Aquí estoy. Después de Bibiana llegaron muchas otras. Espero que lleguen muchas más. Mujeres que hacen como hacemos todas a veces, potenciar lo femenino, lo que no molesta, lo que no hace daño, lo que nos identifica como mujeres, para no sentirnos fuera de lugar.

Y eso, de pronto, es un problema. Que una mujer trans a la que todo el mundo le dice que hace mal lo de la feminidad se esfuerce por ser “femenina” siguiendo los estándares de quienes deciden qué es ser mujer, de pronto las invalida.

Y a mi, en cambio, no. Por más incoherente que sea cuando me depilo.

Mi cuerpo tiene pelos. Pero eso no es femenino a pesar de que todo el mundo diga que soy mujer. Así que me arranco los pelos de las piernas, de los muslos, de las axilas. De cualquier lugar donde alguien opine que las mujeres no deberíamos tener pelo. Si una mujer trans hace eso mismo hay feministas que consideran que eso es problemático. En nosotras no. En ellas sí.

No quiero que mi cuerpo geste ni para una criatura, no quiero criar un hijo. Y eso no es femenino. Llevo 30 años teniendo que justificar mi deseo de no ser madre. Teniendo que explicarlo. Siendo juzgada incluso por quienes dicen querereme que algunas veces piensan que no tengo hijos porque no he encontrado con quien. Resulta que es más bien al revés. Que mi negarme a ser una mujer como dios manda, mi negarme a parir o a gestar o a criar hijos me ha convertido en un problema que resolver para hombres que decían quererme.

He vivido todo eso y he vivido también cómo las mujeres trans me ponían delante del espejo de mis propios prejuicios sobre la categoría mujer y me hacían comprender que estaba siendo parte del problema al limitarme a agrandar la jaula. Pero a la vez se han convertido en unas aliadas maravillosas para ese primer paso de ampliar la jaula. Ampliar el espacio que tiene la categoría mujer en el mundo y en mi cabeza.

Ya no pienso que una mujer es un ser humano que menstrúa. Resulta que hay mujeres cis que jamás han tenido la regla pero han sido colocadas en la categoría mujer sin más problema. Ya no pienso que una mujer es un ser humano con útero o matriz. Conozco a muchas mujeres que no tiene nada de eso y siguen siendo mujeres. Cuando yo era joven los médicos decían que iban a “vaciar” a las mujeres cuando les quitaban el útero. He visto a muchas mujeres sin útero bien llenas de cosas. Ya no se dice pero hay mucha gente que sigue pensando que las mujeres cis sin útero están vacías. Nadie duda, en cambio, de que son mujeres.

Ya no pienso tampoco que una mujer es un ser humano con tetas. Angelina Jolie, la Santa Águeda de nuestra época se las cortó y lo contó y sigue siendo mujer aunque no tenga tetas.

Y a base de pensar en las cosas que presuntamente les faltan a las mujeres trans para ser consideradas mujeres me he dado cuenta de que lo único que les falta es que los de fuera las etiqueten como mujeres. Y que lo único que todas nosotras necesitamos para ser mujeres es que otros nos digan que lo somos. Me he dado cuenta también de lo poderoso de ponerte delante del mundo y decir eh: tú no me vas a decir a mi cómo me defino, cómo me etiqueto o dónde me colocó entre las opciones que me ofreces.

Y por eso me duele tanto oir estos días a mujeres hacer discursos, en nombre del feminismo, que podría hacer un señor de Vox.

Del mismo modo en que me duelen los discursos abolicionistas de la línea dura y por los mismos motivos.

El feminismo para mi implica cargarse el heteropatriarcado capitalista. Una organización del mundo que se basa en que para que unos pocos tengan recursos ilimitados otros muchos tienen que sufrir. En el post patriarcado no existirá el género: la gente nacerá y ningún médico mirará sus genitales para nada, porque no hace falta. En el post patriarcado “el problema” de lo trans no tendrá sentido porque cada persona vivirá como mejor le parezca independientemente de la forma o el tamaño de su cuerpo, del color de su piel. En el post patriarcado tampoco tendrá sentido hablar de gente hetero, gay, lesbiana o bisexual. La gente querrá y deseará y follará y besará y tocará y acariciará a quien quiera sin pararse a pensar en eso. En el postpatriarcado la prostitución no tendrá sentido tampoco porque habemos dejado de entender el sexo como una forma de violencia que permite a una parte de la humanidad sentir que tiene el poder sobre otra parte de la humanidad. Pero para ese mundo que ahora parece la utopía inalcanzable queda muchísimo. Y mientras tanto tenemos la obligación de ampliar la jaula y proteger lo máximo posible a las personas del daño del sistema. Llamar “tío” a una persona que te dice que es una mujer trans es lo contrario de proteger a nadie. Decirle a una mujer que se prostituye que está alienada y no sabe lo que dice es lo contario de proteger a nadie. Usar tu poder, tu espacio, tu voz pública para debilitar y hacer daño a quienes sientes distintos a ti o lejos de ti o peores que tú es lo contrario de avanzar hacia la utopía.

Y me preocupa y me duele. Somos nosotras las que deberíamos estar explicándole al mundo que mujer se llega a ser y que hasta la fecha hemos llegado a ser mujeres por imposiciones externas. Que ser mujeres implica ser personas con universos limitados y que el único camino es crear alianzas que nos permitan elegir por nuestra propia cuenta qué queremos llegar a ser y crear universos que, lejos de limitarnos nos hagan crecer.

A TODAS LAS PERSONAS.

Dice Lara Moreno en uno de sus poemas de “Tuve una jaula” q cada vez está más vieja. Mira, bendita vejez si la vejez es eso arrollador q me está dando así la vuelta. Eso descarnado, eso vivo, eso que late y sangra y suda y cicatriza demasiado lento. Ese deseo mantenido en formol. Ese deseo mantenido en formol que no tiene que ver con el amor, ni siquiera con el recuerdo. No, al menos en mi caso, y es solo, puramente, la complicidad sin miedo de aquellos tiempos. Mirarnos y saber que nos entregamos sin más y eso permitió que algunas cosas sobreviviesen intactas.

Leer más...

A ver, por dónde empiezo...

Creo que este ha sido el año más difícil de todos. En parte porque en la feria me compré solo dos libros, en parte porque las recomendaciones han sido todas muy muy apetecibles. Gracias a Dior me ha ayudado el “sin existencias” de algunos:

Leer más...

Tags: #libros

Escribir en la cajita que no es blanca porque en el SXXI hemos resuelto el miedo a la página en blanco eliminando las páginas y el fondo blanco.

En el siglo XXI tecleo, sin embargo, en una cajita amarillo pálido. El mero hecho de teclear ya es raro de tan normal.

Aun recuerdo cuando aprendí mecanografía, a usar todos los dedos, a conectar los dedos con las neuronas, con la piel, a darle a eso la velocidad precisa. O la lentitud necesaria.

La gimnasia. Permitir a mis dedos torpes, a mis manos gordas, a mi zurdez reconvertida, alcanzar el ritmo alocado al que pienso o siento o lo que sea algunas veces.

Dejar de escribir a mano porque con el boli, esas mismas veces, no soy capaz de ir tan rápido como el impulso extraño.

No saber qué demonios vas a escribir.

La metáfora de siempre.

Leer más...

Terminé ayer de leer “La reina de las nieves” una novela que Martín Gaite empezó a escribir a finales de los 70 y terminó el 1 de mayo de 1994. Yo tenía 14 años. Ya era feminista de una forma tan guerrera como lo soy ahora. Pero no podía ni imaginar que un día íbamos a estar en medio de según qué guerras. Hablando de Gestación subrogada y de altruismo. Supongo que Martín Gaite tampoco imaginaba cuando ponía el punto final que nos íbamos a ver aquí . Que yo iba a leerla en este contexto.

He dejado a propósito de compartir fragmentos del libro en el momento en que he empezado a intuir de forma innegable dónde iba a ir a parar la novela. Su vínculo con la idea de maternidad. No sé muy bien. Era como si necesitase llegar ahí. Al final del viaje que es al revés y a la vez es igual y a la vez no tiene nada que ver con el del cuento de Andersen que le da nombre.

Esa es la grandeza de las novelistas diosas. Te van llevando de la mano, sugiriendo cosas, y no hay moralina ni hay ego. Están sus palabras resonando para ti, en tu cabeza, a tu servicio. Siendo la belleza, el puñetazo, el alfiler o el fogonazo.

Siendo lo que necesitas que sean para entender lo que sea que tú tienes que entender.

La reina de las nieves es una novela pequeña que me ha hecho pensar en el amor, la maternidad, el miedo, el vértigo bueno y el malo, la gente que te salva, la importancia de escribir, de leer, de pensarse, de dar vueltas a la aparente nada, del pensamiento espiral, de lo escondido y lo secreto que en el fondo se sabe.

Es una novela pequeña sobre el mar, los viajes en sentido literal y figurado, las búsquedas, los encuentros, la rebeldía, la madurez, la valentía de enfrentarse a tus miedos. Lo febril. El frío.

Es una novela pequeña que ella define como compleja de escribir en su encantadora nota previa. Fácil de leer, definitivamente.

Bendita sea Carmen Martín Gaite por emocionarme tanto. Por dejarme un nudo en la garganta, un poso deshaciendo esquirlas heladas. Algo en lo que pensar en un viaje veraniego. Incapaz de pasar a la siguiente novela porque seguía allí. En aquel mar del norte de hace muchas décadas, una nochebuena por la tarde.

Necesitaba llorar lo que no lloré anoche. Llorar por nada y porque sí. Por esto que ella escribió casi al final , supongo.

imageç

Tags: #libros #CarmenMartínGaite

El golpe empieza con unos pasos que caminan por una acera y suben unas escaleras. Aquellos pasos me daban tan igual la primera vez que vi la peli como ahora. Yo tenía unos 8 años, mi padre nos dijo a mi hermana y a mi que era maravillosa. Más que por el principio estaba preocupada por cómo iba a terminar yo al final. Habíamos visto El Oso en el cine hacía poco y me había hinchado a llorar. Es una peli rara para ser la primera que ve un niño en el cine. Diría. Tenía miedo de acabar igual de triste. El golpe empieza con unos pasos que caminan y una musiquilla que yo cantaba jugando a la goma pensando que era de un anuncio. Los primeros 5 minutos se le hicieron, a la niña que yo era entonces, larguísimos con todo aquel ajetreo que no sé si entendía muy bien. Hasta que apareció Redford correteando por un callejón. Y captando toda mi atención puede que para siempre. Ya me fijé en ese momento en el anillo que sigue llevando hoy. Su hijo murió de bebé y lo lleva por eso, según parece. Fueron sus pasos, las 70 formas de andar del mismo personaje. Porque no caminamos igual tristes, que nerviosos, que contentos que preocupados. Y luego fue su risa. Esa risa con todo el cuerpo que brilla en los ojos. Captó mi atención y de eso hace 30 años. Que se dice pronto.

Leer más...

Tags: #Arte #Chagall

Chagall aprendió la técnica de la litografía cuando tenía más de 60 años y acababa  de casarse por tercera vez. Se hizo muy aficionado a ella en el final de su vida (vivió hasta los 97 ) entre otras cosas porque le hacía sentir libre y ágil como pintor. Su primera serie con esta técnica se llama Niza y la Costa Azul y son 12 obras de arte maravillosas que pintó al volver de su exilio en Estados Unidos (era judío) Volvió. Con 63. Al sur de Francia. A vivir una plenitud calma y hedonista mirando el añil del Mediterráneo. La costa azul, como la costa brava, como en general todo el Mediterráneo que no hemos destruido todavía, tienen esa magia de lo cercano. De lo que no valoramos porque no es “exótico”. No tiene nada de original. Y sin embargo yo entiendo a Chagall. Una no puede evitar sentirse en paz, feliz, como nueva, conduciendo sin mucho rumbo por la orilla de ese trozo de la costa Mediterránea.

Leer más...

Tags: #feminismo #cine #soltería

Singled out significa señalado. Señalada en este caso. Y single significa soltero. Soltera en este caso. Singled out es una peli documental que utiliza las historias de una mujer australiana, una barcelonesa, una china y una turca entre 30 y 40 años. Lo único que tienen en común es ser mujeres y solteras. Lo único. Que es casi todo. Tengo más que ver con una mujer china a la que su madre detesta porque se ha saltado una tradición milenaria, que con muchos de los señores presuntamente de izquierdas que me rodean.

Mientras veo a estas mujeres llenas de sentido del humor enfrentarse al estigma social de ser soltera a los 40 en sus diferentes sociedades con culturas, tradiciones y costumbres que parecen distintas, no puedo parar de verme también a mi en todas ellas casi todo el rato. Partes de mi. La primera vez que dije que no iba a ser madre y que casarme me daba lo mismo me preguntaron si era lesbiana. Luego me explicaron que ya cambiaría de idea. De eso hace más de 20 años. Todavía hoy alguna gente me dice a veces cosas como “bueno, ahora se puede ser madre hasta los cuarentaypico” que es la versión positiva de “se te va a pasar el arroz”. Gente que sigue pensando que cuando no tengo pareja es porque trabajo demasiado o porque no hay quien me aguante. Que no entiende que mi idea de la pareja no es la tabla a la que se agarra un náufrago para seguir a flote. Que no creo en la media naranja, no creo que todos tengamos predestinada un alma gemela. Ni creo tampoco en fingir que eso pasa cuando no pasa. A veces me he enamorado y he querido fundirme con alguien. Otras veces no. Y sin esa querencia inicial ni contemplo la posibilidad. Porque estoy ya muy mayor para jugar a las casitas. Francamente.

Tengo la suerte de vivir en el siglo XXI, de tener amigos y amigas con los que disfruto, me divierto. No veo por qué tengo que renunciar a eso para estar peor. Por más que ayer un señor que luego me quería pegar, me explicase que si yo no paro como una coneja contra mi voluntad, nos invaden los árabes, los africanos, los indios y nuestra maravillosa civilización donde hay hombres diciendo estas burradas en público en un cine en el centro de Madrid un jueves cualquiera, podría irse a la mierda.

Mira. Una razón más para no parir. Colaborar lo menos posible con el enemigo. No traer a este mundo hijos sanos del patriarcado que violen en grupo a mujeres drogadas en portales o coches, no traer al mundo a niñas a las que se socialice para cuidar a los hombres, hacer gratis los trabajos emocionales, los de cuidados, hacer gratis todo eso tan difícil y que nadie se lo agradezca ni se lo pague. Y eso en el mejor de los casos. Podrían asesinarla en agradecimiento. O Igual si paro a una niña será víctima de otra manada que salga luego a celebrar lo barato que resulta tratar a las mujeres como conjuntos de agujeros colocados en el mundo para el placer barato de los consumidores baratos de porno barato para hombres inseguros, incapaces de nada que no implique dominación y violencia.

Pero singled out no es un documental donde las mujeres estén tan rabiosas y enfadadas como yo en los párrafos de ariba.  Las mujeres de singled out tienen su sentido del humor y sus amigas como únicas armas. Están tristes, desesperanzadas, defraudadas y cansadas de la lucha entre lo que sienten (que no hay nadie con quien quieran casarse e igual nunca aparece) y lo que les epxlican (que en realidad nadie querrá casarse con ellas como no bajen el listón y se conformen con cualquiera)

En el docu sale un demógrafo contando que “tradicionalmente las mujeres se han casado con hombres que están por encima” y que como ahora las mujeres están tan arriba ya no hay hombres por encima. El demógrafo no explica en el docu que no es que las mujeres nos hayamos empeñado en “casarnos por encima”. Es que nos han explicado que un buen marido es más alto que tú, más fuerte que tú, más listo que tú, más poderoso que tú, más rico que tú y todo más que tú. Porque es la única manera en la que una mujer podría someterse al trabajo gratuito y agotador, podría resistir un estado de la cuestión donde sigue siendo un complemento. Donde no es una persona igual que su marido.

Es una pena que todavía no estemos hablando de eso. Que las mujeres sigamos hablando de citas online, de buscar maridos, de estar centradas en nuestro trabajo y todavía no estemos hablando de que el problema es que la mayoría de los hombres NO NOS QUIEREN NI NOS CUIDAN y nos estamos dando cuenta y algo en nuestras tripas nos dice que no es buena idea casarte con un hombre que no te quiere ni te cuida.

Pero al menos estamos empezando a hablar de nuestra soltería no como un estado transitorio hasta la realización personal, sino como una elección más. Singled out es un documental necesario que nace de la mente brillante de una mujer brillante que se hace preguntas difíciles, incómodas, y es capaz de recorrerse el mundo para encontrar hipótesis de respuestas y servírnoslas a nosotras. Darnos herramientas para empezar a hacernos nuestras propias preguntas. A buscar nuestras propias respuestas. A ser libres para, como decía Eva Illouz en el docu, elegir una forma de vivir basada en la negociación constante para encontrar gente que te acompañe en tu camino, haga más feliz al menos un trocito de tu vida. Singled out encima es un documental precioso. Lleno de metáforas visuales (luces que se apagan y se encienden, zapatos negros, zapatos dorados, globos de colores que parecen festivos y son solo dianas para niños armados hasta los dientes) metáforas visuales que explican la diferencia entre ser sujeto y objeto, entre cuidar y destruir, entre elegir y conformarse, entre ser quien quieres ser o quien te dicen que tienes que ser. Entre luchar o rendirse.

Y yo hace mucho que elegí bando, reglas, juego y tablero. Yo juego solo si tengo alrededor personas como Mariona capaces de tocarme siempre el corazón, la cabeza y la piel con sus formas de pensar, vivir y estar en el mundo. En mi equipo están solo las personas generosas que saben cuidar y abrazar y querer como Mariona anoche, como siempre, como desde que la conozco.

Singled out es una maravilla. Y es importante.

Tags: #random #libros

Escribir en la cajita que no es blanca porque en el SXXI hemos resuelto el miedo a la página en blanco eliminando las páginas y el fondo blanco. En el siglo XXI tecleo, sin embargo, en una cajita amarillo pálido. El mero hecho de teclear ya es raro de tan normal. Aun recuerdo cuando aprendí mecanografía, a usar todos los dedos, a conectar los dedos con las neuronas, con la piel, a darle a eso la velocidad precisa. O la lentitud necesaria. La gimnasia. Permitir a mis dedos torpes, a mis manos gordas, a mi zurdez reconvertida, alcanzar el ritmo alocado al que pienso o siento o lo que sea algunas veces. Dejar de escribir a mano porque con el boli, esas mismas veces, no soy capaz de ir tan rápido como el impulso extraño. No saber qué demonios vas a escribir. La metáfora de siempre. El caramelo La lengua. Lo que se derrite. Leer a Belén Gopegui definir la poesía como una exactitud inesperada. Leer cada una de sus palabras exactas, no sé si tan inesperadas, no sé en cuántos sentidos de la acepción sus palabras me resultan inesperadas. Leer a Gopegui mencionar a Google como el ente, como la máquina, como el monstruo que nos traga y nos aprende y nos busca los rincones pero se olvida de algunas conexiones. Escribir esto en una cajita amarillo pálido patrocinada por google. Una que se sincroniza con nosecuantos chismes, servidores, nubes que no vuelan, cables y chips y luces de colores que recalientan sótanos en lugares distintos del mundo. Escribir esto en una cajita sincronizada con el mundo y saber que una araña, un motor, un bicho, otra máquina, va a pasar sus patitas, sus infinitas patitas, por mi texto minúsculo, irrelevante. Va a decodificarlo y recodificarlo, a indexarlo, a tratar de interpretarlo y sin embargo no va a leerlo. Y precisamente por eso va a quedarse mucho más lejos que tú. Que leerás esto tarde, o pronto, quién lo sabe. Sin necesidad de patas de araña, de robots.

Leer más...

Escribir en la cajita que no es blanca porque en el SXXI hemos resuelto el miedo a la página en blanco eliminando las páginas y el fondo blanco.

En el siglo XXI tecleo, sin embargo, en una cajita amarillo pálido. El mero hecho de teclear ya es raro de tan normal.

Aun recuerdo cuando aprendí mecanografía, a usar todos los dedos, a conectar los dedos con las neuronas, con la piel, a darle a eso la velocidad precisa. O la lentitud necesaria.

La gimnasia. Permitir a mis dedos torpes, a mis manos gordas, a mi zurdez reconvertida, alcanzar el ritmo alocado al que pienso o siento o lo que sea algunas veces.

Dejar de escribir a mano porque con el boli, esas mismas veces, no soy capaz de ir tan rápido como el impulso extraño.

No saber qué demonios vas a escribir.

La metáfora de siempre.

El caramelo

La lengua.

Lo que se derrite.

Leer a Belén Gopegui definir la poesía como una exactitud inesperada. Leer cada una de sus palabras exactas, no sé si tan inesperadas, no sé en cuántos sentidos de la acepción sus palabras me resultan inesperadas.

Leer a Gopegui mencionar a Google como el ente, como la máquina, como el monstruo que nos traga y nos aprende y nos busca los rincones pero se olvida de algunas conexiones.

Escribir esto en una cajita amarillo pálido patrocinada por google. Una que se sincroniza con nosecuantos chismes, servidores, nubes que no vuelan, cables y chips y luces de colores que recalientan sótanos en lugares distintos del mundo. Escribir esto en una cajita sincronizada con el mundo y saber que una araña, un motor, un bicho, otra máquina, va a pasar sus patitas, sus infinitas patitas, por mi texto minúsculo, irrelevante. Va a decodificarlo y recodificarlo, a indexarlo, a tratar de interpretarlo y sin embargo no va a leerlo. Y precisamente por eso va a quedarse mucho más lejos que tú. Que leerás esto tarde, o pronto, quién lo sabe. Sin necesidad de patas de araña, de robots.

Leerás esto tarde y no lo leerás con mi voz porque ni siqueira tienes muy claro cómo es mi voz a estas alturas. No eres una araña ni un robot ni una máquina, pero eres capaz de sonreir de medio lado en algunas palabras, recordar involuntariamente algunas otras, fruncir el ceño sin darte cuenta, cabrearte porque te das cuenta de que estás frunciendo el ceño y no querías. O no querías que yo supiese. Que tuviese razón y a la vez me equivocase tanto.

Tú, que no eres una máquina omnipotente, que eres un simple humano, un triste humano, eres capaz de todo eso. De conectar. De engancharte a algún saliente, de encontrar las rendijas. De hacer lo que google no hace.

Por más que tenga acceso a mi historial de búsqueda, de navegación, a los enlaces que sigo, los que omito, la música que escucho, la que paso, la que comparto, la que no quiero que nadie sepa que estoy escuchando.

Sabe lo que tú no sabes pero en el fondo no sabe nada. Nada de lo importante.

Soy una mujer previsible, no tengo ningún misterio. Nunca lo he tenido.

Por eso almaceno mis palabras inconexas en cajitas amarillo pálido patrocinadas por el monstruo que nos va a tragar a todos, comparto con ese mismo mónstruo una cantidad de información que no siempre soy capaz de medir o pesar. Excesiva como yo.

Pero la conexión se salta el chisme. El chisme conectado con el mundo no conecta, sin embargo, del todo conmigo. Y, con un poco de suerte, en cambio, quizá un destello fantástico, encienda algo ahí, al otro lado, en otro cerebro humano, plástico. Capaz de poner atención en cosas aparentemente triviales. De procesar muy poca información, con mucho cuidado. Agitarla despacito en un cóctel raro, convertirla en una especie de tesoro. En la materia prima de otra cosa.

La exactitud, el destilado, la sonrisa inesperada, la previsible, el ceño fruncido, la mala leche, el aburrimiento. Por qué te aburre, qué te aburre. Cuándo tenía que haber dejado que los dedos torpes, reeducados, dejasen de danzar por las teclas. Todos mis dedos, equivocándose doscientas veces al teclear y borrar y volver a teclear la palabra dedos. Mis dos manos danzando veloces en un espacio minúsculo, con un ordenador en las rodillas, un ruido de teclas, un camino de letras formando líneas que se rellenan veloces. La nada automática. Y de fondo la cajita amarilla. Conectada con la araña, desconectada de eso que no sé si es el alma, la cabeza, el ordenador central de cada uno de nosotros, los previsibles humanos pequeñitos, insignificantes que se comunican por impulsos, ondas invisibles que se desplazan veloces, recorren distancias enormes a la velocidad de la luz solo para que dos seres conecten sin un solo cable. A oscuras.

Otra vez abriendo el círculo que una vez fue una espiral. Los dedos, los mismos dedos que obedecieron a mi cabeza tecleando teorías raras del amor y las formas verbales y los errores del pasado, y el tiempo, y la curación, y el jazz y Hoper y las cerillas encendidas protegidas por manos y la luz, y lo oscuro, y las estrellas, y las inclemencias. Todas esas tonterías, que encendieron al otro lado, hace muchos años, alguna neurona, que pusieron en marcha un mecanismo inesperado de otras manos en otras teclas que suenan distinto y dicen distinto y juegan al escondite y fingen que nada tiene que ver con nada. Pero consiguen encender alguna luz al otro lado de algún cerebro privilegiado que se parece poco al mío, muy poco al mío, pero hace que mi cabeza enmarañada deje de pensar en botones y menús que se despliegan e iconos de colores y todas esas herramientas que barajo y mezclo y reparto 8h diarias en una oficina con orientación sur y vistas a unas obras, una vela, una carretera, una rotonda, una plaza ventosa llena de palmeras. Todas esas cosas que enumero con los dedos, en las que nunca pienso conscientemente, que google indexa, que se paran de golpe cuando Belén Gopegui despliega su arte y su lucidez y su lirismo, un lunes cualquiera, para explicarme cómo ven el mundo dos personas que no existen, dos personas que son ambas un trozo de ella y a la vez un trozo de alguien que no se parece nada a ella. Que son ambas una miguita de mi y a la vez no se parecen nada a mi.

Y eso hace que yo escriba febril e inconexa, veloz y espesa, todas estas palabras. Una detrás de otra, sin apenas pensar en nada que no sea la dichosa conexión, la exactitud de la poesía, la necesidad de que siga existiendo la gente que te inspira. De nombrarla. La diferencia entre las musas y la gente que te inspira.

Belén no es mi musa. Pero sin ella este texto no existiría, sin ella no hubiese dedicado 4 o 6 viajes de metro a pensar sobre el futuro, el miedo, lo previsible, las profecías autocumplidas pero sobre todo la complicidad. Esa conexión. Esa chispa. Ese fósforo prendido activando cerebros a distancia.

Los científicos nos dicen que no existe la magia. Que es una cuestión de entender mejor el mundo. Entender los modelos nos hace predecibles. Siempre he sido predecible. No ha hecho falta entender modelos complejos para descifrarme. Por más que google haga muchas líneas que ha dejado de prestar atención a este texto farragoso. Por más que ningún humano haya conseguido llegar hasta el final.

Podría seguir tecleando mientras pienso sobre esta nada tan importante. La conexión entre las mentes. Esa capacidad de algunas personas para abrir la puerta, colarse en tu casa, lanzarte sobre la cama, zarandearte, invadirte, acariciarte, despertarte la piel dormida, mientras fuera un viento al que los meteorólogos están a punto de darle un nombre, suena como un viejo instrumento de viento madera. Digamos un fagot.

Tags: #random

Enter your email to subscribe to updates.